3. TIENES UN EMAIL

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—Hola, preciosa. ¿Cómo te llamas?

 

—Angustias.

 

—¡Bonito nombre!

Reconozco que soy bastante experta en la comunicación a través de redes sociales. Esto se debe a que paso mucho tiempo sola trabajando en casa y es una forma de conectar con el mundo exterior. Aunque si lo que yo llamo «mundo exterior» resulta que también está metido en casa relacionándose con otros individuos metidos en casa, me temo que mucho mundo exterior no llegamos a abarcar.

No digo nada nuevo si os cuento que limitarnos a las relaciones a través de Internet no hace más que aislarnos y sumergirnos en una especie de ficción emocional. Uno llega a creerse que toda esa gente con la que se comunica forma parte de su extenso grupo de amigos, e incluso llega a pensar que esa persona con la que tan bien se entiende por chat será también afín en la vida física. Ambas cosas son, a menudo, falsas. Pero el problema está sobre todo en sustituir la relación con una persona por la relación con un teclado. Y encima, cuanto menos experimentas el cara a cara, más pereza empieza a darte hacer una llamada en vez de escribir un mensaje o tomar un café en lugar de expresarte en Facebook. ¿Que estamos mucho más expuestos en una conversación real que en una conversación por escrito? No hay duda. ¿Que un encuentro físico es más imprevisible que un encuentro virtual? Desde luego. ¿Que ahí está precisamente la gracia del contacto humano? Esto también.

¿HAY ALGUIEN AHÍ?

El día que por fin me lancé a hacerme un perfil en una web de encuentros estaba tan nerviosa como si me dispusiera a dar una conferencia ante tres mil personas. O como si fuera a mostrarme desnuda por las calles de mi ciudad… O a dar una conferencia desnuda por las calles de mi ciudad ante tres mil personas. Y eso que lo hice sin demasiada convicción, por eso de probar, por eso de tener otras experiencias, por eso de abrir un nuevo foco de obsesión en mi vida y así complicármela un poquito más. Porque hay una cosa que debéis saber: la búsqueda de hombres por Internet crea adicción. Sí, ahora pensáis que a vosotras no os va a pasar, pero contad con que durante el primer mes, que es justo el tiempo que me duró la broma, no piensas en otra cosa más allá de EL HOMBRE. (No entraré en detalles escabrosos, que los tengo, por si hay niños leyendo esto o, peor aún, MIS PADRES).

Tras hacerme un perfil con una foto de referencia que por supuesto no era yo, y añadir mis gustos musicales, lecturas y películas favoritas, en las que suele mentir todo el mundo, pasé a filtrar a los candidatos.

Existe un método para localizar usuarios a un número determinado de kilómetros a la redonda. Al principio, y con un ridículo exceso de confianza, comienzas a buscar lo más cerca posible de tu barrio. Cinco kilómetros a la redonda. Sí, con un par, «quiero encontrar el amor y además que me pille en el barrio». Lo intentas, pero como que no. Allí encuentras al raro que dice cosas que no entiendes, el que sale demasiado feo en la foto, el que sale sospechosamente guapo, el que ha elegido como foto de perfil una en la que aparece tumbado en una cama con peluches, el que hace chistes que no te hacen gracia y el misterioso, que en otras circunstancias te parecería interesante pero en este caso has decidido, muy comedida, que podría asesinarte tranquilamente.

Luego ya amplías a diez kilómetros… Nada… Veinte… Pues no. Treinta… Y así, poco a poco, te ves buscando a tu alma gemela en algún pueblo remoto de la geografía de España. Y si tras estas decepciones te quedan fuerzas, buscas de nuevo a cinco kilómetros, no vaya a ser que se te haya pasado ese gran hombre que te cambiará la vida… Pues oye, la vida ya me la está cambiando, pero a peor. Porque, bien pensado, ¿qué leches hago aquí sola metida en casa buscando a un tipo que probablemente no exista?

El Amor Se Me Hace BolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora