9. NOVIA A LA FUGA

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¿Y si tu vida no se parece en nada a lo que habías planeado? ¿Y si es todavía mejor?

¿Sabes lo que te digo? Que igual estás sola porque quieres. Que quizá todavía no hayas tenido el valor de aceptar que tu vida sin una pareja te gusta. A veces una siente el vértigo cuando comprueba que disfruta de su soledad y de la ausencia de obligatoriedad que implica un novio. Siente el vértigo porque toda la vida se imaginó a sí misma en unas circunstancias que parecían inamovibles y resulta que ahora no responden a la realidad.

Y, por otra parte, es un alivio comprobar que no lo controlamos todo, que suceden cosas más allá de nuestros deseos y que lo que nos queda por recorrer nos depara sorpresas que no forman parte de nuestros estáticos objetivos, formulados en el pasado probablemente desde un esquema social, y no desde una actitud guiada por la inteligencia o la emoción real.

El otro día, viendo un programa de crónica social, me di cuenta del hallazgo de los reporteros, sin que ellos mismos fueran conscientes, cuando le preguntaron a la famosa de turno si su corazón estaba «ocupado». De repente, visualicé mi anatomía como si se tratara de un mapa en plena guerra mundial. Los territorios ocupados están sometidos, la ocupación es una invasión, no sé si me explico. Por eso yo no quiero tener mi corazón OCUPADO por nadie. ¡No quiero a un soldado alemán invadiendo mi Polonia!

Cuando echo un vistazo a mi vida desde la infancia hasta ahora, descubro la importancia que han tenido primero los niños, luego los chicos, luego los hombres y últimamente los señores.

Pero, por mucha vergüenza que me dé reconocer esto (de perdidos al río), en el sexo opuesto no buscaba sólo el amor o lo que fuera eso, sino confirmar mi propia valía a través de los demás. Así es como funcionan a veces tanto las amistades como las relaciones de pareja. Y sabemos que no es la forma más sana de relacionarnos, pero estamos en un estado un poco primario emocionalmente hablando (disculpad el mayestático, pero así me siento acompañada).

Por eso nos parece tan importante contar con la aprobación —y a ser posible la admiración— de los demás. Aunque esto tiene el riesgo de convertirnos en unas egocéntricas que utilizan el mundo para observar su propio reflejo. Yo, otra cosa no, pero de egocentrismo sé bastante. Yo, yo, yo sé bastante de egocentrismo.

Ahora creo o espero estar mejor de lo mío, pero hubo una época en la que cuando escuchaba una canción me dedicaba a imaginarme a mí misma como cantante, guitarrista, bajista o batería del grupo, el instrumento que más relevancia tuviera, claro, que para eso era mi fantasía. Creo recordar que era adolescente (o eso quiero pensar). Pero eso no es lo peor (que ya es), es que también imaginaba quiénes asistían al concierto, y solían ser esos hombres a los que me hubiera gustado conquistar y otros que quedaron en el camino, tipo exnovios o chicos que me habían rechazado.

Otras veces protagonizaba mentalmente un acto heroico en presencia del tío que me gustaba. Esta fantasía iba orientada a salvar a alguien de las llamas, evitar un atropello o reanimar a un desconocido tras un terrible accidente. Imaginaba cómo despejaba el círculo de curiosos que se había creado alrededor (formado por varios hombres atractivos, como si fuera una secuencia de Rebeldes) y soltaba frases tipo: «Dispérsense, aquí no hay nada que ver», mientras le salvaba la vida al enfermo con una mano y con la otra me encendía un cigarro. Y todos fascinados CONMIGO, por supuesto.

En la adolescencia era bastante voluble, y si veía Dirty Dancing soñaba con llegar a una discoteca donde la gente hacía hueco para que yo bailara y entonces me colocaba en el centro de la pista y comenzaba una coreografía perfecta. Los asistentes murmuraban, me admiraban, y luego yo me marchaba como si nada porque en el fondo era humilde y no le concedía importancia a mi protagonismo.

El Amor Se Me Hace BolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora