IV- El niño (y despedida final)

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—Buenas tardes, mis queridos compañeros. Buenas tardes gente de Dema. Estamos aquí reunidos para cumplir el castigo del recluso número 11288, y ex obispo, Keons, quién tras intentar escapar por segunda vez de Dema, ha sido sentenciado a 50 azotes.

8 obispos en fila justo bajo la tarima. Tras ellos, miles y miles de almas encadenadas, hermanos. De pie sobre la tarima, Nicolas Bourbaki, dando su discurso con sus brazos abiertos como Lucifer cayendo del cielo. Justo detrás del desgraciado Keons, un verdugo, quién con su rostro totalmente cubierto por una máscara negra, sostenía el látigo con el que estaba por ser castigado. El condenado estaba amarrado a un poste de madera en la mitad del escenario, de rodillas, ya sin aire para implorar piedad.

Creyó que lo tenía. Enserio esa vez estaba convencido que escapaba. Intentó por mucho tiempo buscar aliados, pero había perdido contacto con otros reclusos, intentaba comunicarse, pero ellos parecían ignorarlo. Las cartas que pasaba de mano en mano durante las misas no volvían. Era como si intentara hablarle a un muro. Que acaso nadie quería escapar? Era él el único que aún contemplaba el amanecer, que veía las flores de ese lugar desconocido brillar, el único que envidiaba los buitres por portar la libertad en sus emplumadas alas? Así parecía.

Logró aliarse con un niño. Llevaban conociéndose un tiempo. El chico... O chica, no lo sabía bien, ya que todos eran calvos, con razgos mezclados y poco concluyentes, se había encargado de alimentarlo durante poco más de un mes, y con el tiempo, en vez de correr lejos, empezó a quedarse, observándolo comer desde fuera de la celda. Keons le hablaba, pero el pequeño jamás respondía. Solo se quedaba con la misma expresión neutral, sentado como indiecito. Al segundo mes, habló.

—Como puedes comer eso? —refiriendose a la insípida pasta a base de harina que el ex-obispo cuchareaba sin ánimo.

—Es lo que hay. Si no como, muero.

Keons, en un principio, se ofendió con el comentario del chico y se dispuso a no hablarle más, pero recordó que era un niño, inocente, y que era la única persona que le había dirigido la palabra en mucho, mucho tiempo.

—Nosotros comemos algo parecido a lo tuyo, pero podemos elegir entre ponerle sal o azúcar. Casi siempre es un guiso con cereales, como trigo o avena.

—Viene caliente?

—Si, el tuyo igual venía tibio, pero en lo que nos demoramos en entregar todo a todos... Se enfría.

Keons intentó divisar al pequeño entre la multitud que lo observaba. Vio un grupo de niños a un costado. Como es que se les permitía ver un show tan horrendo? El sabía que tras 50 azotes su espalda no solo iba a doler, iba a sangrar, la sangre volaría por los aires y puede que hasta cicatrices le queden, recordándole que debe guardar silencio y estar sumiso por el resto de su vida, y aún así, esas inocentes almas lo observarían.

No logró encontrar al niño, al menos no a 15 metros de distancia, y quizás ni estando al lado suyo lo lograría. Identificar a un niño calvo entre 20 niños calvos no era fácil. Todos median lo mismo, lucían iguales. Eran lo mismo.

—Todos son similares a ti...

—Somos iguales entre nosotros, así que no hay favoritismo, no hay desigualdad entre nosotros. Todos recibimos lo mismo. Nos premian de la misma forma.

—No se identifican de alguna forma?

—No es necesario, si nos identificamos estariamos discriminadonos. Nos diferenciaríamos. Si tuvieramos numeros, puede que yo sea amigo de 32, y que 32 sea amigo de 67, y que a 67 no le agrade 14, entonces todos iríamos contra 14, y si 14 fuera amigo de 128, haríamos grupos, nos dividiríamos.

Trapdoor | A Twenty Øne Piløts Story (Cancelada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora