El Ángel de Shinigami

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-¿Un crucero? –Corearon todos los invitados.

Relena sonrió levemente, contenta; estaba parada en la orilla de un conocido puerto junto con sus elegantes invitados hecho bola tras ella, rodeados de listones blancos, arreglos florales blancos, y de trabajadores del puerto ataviados con sus mejores uniformes que solo utilizaban en celebraciones importantes. La enorme puerta transparente, todavía cerrada, mostraba la escalinata de aluminio completamente adornada con arreglos florales y velos transparentes. Sobre la enorme puerta del navío había una pancarta blanca en letra cursiva impresa, que decía:

"Muchas felicidades por su boda, Representante de Relaciones Exteriores y Soberana del grandioso Reino de Sank, Viceministro-Princesa Relena Darlian Peacekraft, y Heero Yuy."

-Tienes un título tan absurdamente largo que dejas el nombre de Heero en ridículo. –Dijo Wufei.

Heero le dirigió una mirada mortal... pero francamente, tiene razón.

-¿Alquilaron todo el barco? –Cuestionó Hilde. Al toparse con aquél espanto se le revolvió el estómago, pues era aquel mismo barco en el que Duo y Quatre...

-Fue idea de Dorothy. –Sonrió Relena, feliz, tomando la mano de su nuevo esposo.

-¡Vamos! –Dorothy se metió al frente, abriendo la puerta de vidrio, sin importar si estaba listo o no. -¡No hay que perder tiempo! ¡Fiesta!

La gente se miró, y alzaron los hombros antes de comenzar a movilizarse, para poder abordar el dichoso barco entre murmullos; Hilde, al notar la movilización de la gente, tomó la mano de Duo con algo de fuerza, para así evitar perderse.

-¿Ahora si bailarás conmigo hasta que termine? –Cuestionó ella con timidez.

-Hilde. –Duo le dirigió la mirada, algo preocupado.

Subieron por la escalinata de aluminio, siguiendo la fila, pero él la jaló suavemente al entrar, quedando en un pequeño recibidor al lado derecho de la entrada, el cual tenía sillones acojinados de terciopelo y un espejo redondo. Ella lo miró con una tenue sonrisa, contenta al sentir su mano tomando la de ella.

-¿Sabes algo? –Miró el rostro del muchacho, aun sonriendo contenta. –Te dije que... adoraba bailar solo para poder hacerlo junto a ti.

-¿De verdad?

Ella asintió con la cabeza. Él sonrió, mirando hacia los invitados que iban llegando.

-Yo bailaba contigo porque me dijiste que te gustaba.

-Lo sé.

-Apenas hoy he caído en cuenta de muchas cosas que han pasado. Creo que yo... confundía los sentimientos con la atracción física.

-¿Estás diciendo que no soy atractiva? –Se cruzó de brazos, fingiendo molestia.

-No. –Le miró, extrañado. –Es solo que yo te quiero, y pensaba que esa clase de cariño no tenía nada que ver con las relaciones.

-Estas hueco. –Sonrió. –Eso es lo que pasa.

-Entonces, lléname.

Ella se le acercó, aun con los brazos cruzados, y él la abrazó con algo de fuerza.

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El enorme salón del gigantesco crucero estaba ahora decorado con bellas flores blancas y velos angelicales, como si entraran a un extraño paraíso principiresco; en el escenario, al final del salón, estaba una enorme orquesta tocando música clásica, entreteniendo a elegantes y aburriendo a los ex pilotos; al lado del escenario se encontraban cuatro enormes mesas rectangulares repletas de bocadillos exóticos pero comestibles, las cuales eran brutalmente asaltadas por los invitados, pues habían sido maltratados desde la boda hasta el transporte hacia ese crucero, un lapso de dos horas sometidos en los transportes privados de Relena con nada más que botellas de agua caliente.

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