VIII: Pastelitos.

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Capítulo VII.

Canadá, 11 de Mayo del año 1885.

Olivia nunca imaginó recibir tantas cartas en su vida, y mucho menos de el hijo de un duque, pero las siguientes semanas eso fue lo que pasó. Los primeros días leía sus cartas pero todas decían prácticamente lo mismo. Que debían comenzar las clases, que cómo iba el diseño del envase, que leyó tal libro de etiqueta... ¡Por Dios! Eran todos los días cartas nuevas, parecía no detenerse a pensar que si ella no había respondido las siete anteriores, no valía la pena enviarle más.

Hubo un día en el que decidió ya no revisar el buzón, y cuatro días después, cuando tiró la vista al buzón, éste estaba rebosante de cartas. Decidió responderle una, declinando por quinta vez su sugerencia de tomar clases de etiqueta y bailes. Le preguntó por el día en que debían reunirse con el abogado y adjuntó el dibujo pasado a limpio del diseño del envase para los jabones.

Luego se dió cuenta de que los jabones empezaban a acabarse así como también la reserva de flores y frutas del jardín del hijo del duque, y junto con eso, sabía que con la remodelación de la mansión ya prácticamente lista, no faltaba nada para que el duque siguiera con el jardín, así que decidió que ya era tiempo de hacer la recolecta. Salió muy temprano esa vez, a las tres y media de la mañana ya estaba en el jardín. Las luces estaban apagadas y la mansión en silencio.

Recogió la mayor cantidad que pudo, llenando las cuatro cestas que colgaban del caballo. Mirando atrás al jardín, se preguntó qué apariencia tendría luego que él terminará su remodelación.

Volvió a su casa pero casi no durmió por estar acomodando la mayor cantidad de flores y fruta que pudiera para que se conservaran. Finalmente se quedó dormida sobre su mesa de trabajo cuando el sol empezaba a salir. Se levantó a la una de la tarde sobresaltada y enojada cuando vio la hora. Había perdido el día durmiendo.

No podía reprocharse a sí misma, no se había quedado afuera jugando o estando en algún tipo de fiesta, había estado trabajando, pero ahora había perdido un día de trabajo, y lo peor: esta no era la primera vez que le pasaba. Suspirando, se acomodó rápido y salió corriendo a la tienda.

Mientras cabeceaba detrás del mostrador, sintiéndose un poco mejor porque habían comprado dos clientes, decidió que ya no tenía por qué seguir sola. Lo había hecho los últimos tres años pero ahora era más estable, merecía poder descansar un poco más, y con el hijo del duque queriendo ayudarla, probablemente iba a estar más ocupada. ¿Qué se supone que iba a hacer con la tienda cuando estuviera viajando? ¿O si volvía a pasar algo como lo que había pasado con los nobles?

Siguió pensando en pros y contras hasta que la piel de su pómulo, que había estado rascando obsesiva con sus uñas, comenzó a irritarse. Se detuvó, buscó papel y una pluma.

La letra con la que escribió "Se busca ayudante", tenía curvas meticulosamente cuidadas. Dibujó algunas flores en las esquinas para adornar y finalmente, colgó el anuncio en la puerta de modo que se viera desde afuera, y volvio a su puesto.

Una hora después, ya habiendo girado el cartel de "cerrado", y terminando de barrer la tienda para irse, escuchó la familiar campanita. Se giró, debajo del marco de la puerta, sujetando el pomo, estaba el hijo del duque.

Antes de poder decir algo, lo vio encogerse sobre sí mismo mientras llevaba una mano a su boca para atrapar un estornudo. —Lo siento. —dijo, levantando su cara para ofrecerle una sonrisa avergonzada. La punta de sus mejillas, nariz y orejas estaban más rojas que lo que hubiera visto antes. Sus ojos eran más pequeños de lo habitual y también estaban enrojecidos. Probablemente estaba resfriado, seguramente era alguien sensible al cambio de estación.

anatomía de una flor. [s.m.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora