4. Roto

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Stanley Marsh se dejó caer en su asiento, desanudándose la corbata y llevándose a la boca uno de sus cigarrillos. Abrió los ojos y expulsó el humo de su boca, mientras paseaba sus dedos por su pelo.

- Un demonio que asesina a un humano por descubrir un secreto... ¿y ahora qué? - Stan volvió a cerrar los ojos y apoyó su cabeza en la mesa de su despacho.

Estaba en una encrucijada de la cual no veía ninguna solución posible que pudiera resolverla.

A su lado, sus compañeros de trabajo, Clyde y Jimmy, reían tranquilamente y hablaban sobre el programa que habían visto la noche anterior. Bebiendo cerveza, charlando, pero sin ningún problema al que enfrentarse.

En cambio, Stan no paraba de darle vueltas a todo lo que había ocurrido. Y no encontraba ninguna salida para aquel dichoso caso. ¿Qué podía hacer? ¿Decirle a su jefe que el chico había muerto por culpa de un demonio?

Stan rió y meneó la cabeza, desechando la idea. Pero... siempre podía dejar el caso. Al fin y al cabo, ya sabía quien era el asesino, ¿no? Ya no importaba las razones que tuviera para haber hecho eso, él estaba muerto y Stan no quería seguir inmiscuyéndose en asuntos de demonios.

- Sólo traen problemas y no me gustaría acabar como... Kyle. - Stan suspiró y pensó que podría llamar al pelirrojo.

Estaba a punto de coger el teléfono y llamarlo, cuando Christophe se presentó en su despacho, seguido de una mujer de sonrisa deslumbrante. Stan sintió un escalofrío repentino cuando los ojos de ella se encontraron con los suyos.

- ¿Qué ha sido eso...?

- Marsh, ¿le pillo en un mal momento? - cuestionó "El Topo", dándole dos palmadas en el hombro.

- No.

- Perfecto, entonces no le importara que le presente a Estella Havisham. - dijo, tomando de la mano a la mujer y guiándola hasta una de las sillas vacías.

Stan se levantó rápidamente del asiento, algo avergonzado por las pintas que presentaba y se inclinó para saludar a la mujer:

- Un placer, soy Stanley...

- ... Marsh, lo sé, su jefe me ha hablado de usted. - sonrió la mujer. - Gusto conocerle, Stanley.

Cuando Stan tomó la mano de la mujer notó un picor desagradable que recorrió su cuerpo, seguido de un dolor intenso en su cabeza, como si le estuviera martilleando por dentro.

- Hace calor, demasiado.

Los ojos de Estella brillaron divertidos antes de soltar la mano del policía. El dolor de cabeza desapareció en el instante en que se separaron.

- Bien, hechas las presentaciones, lo mejor será dejarles a solas para que hablen. - murmuró Christophe, abandonando el despacho de Stan.

Algo contraído por la reacción de su jefe, el agente Marsh se acomodó de nuevo en su asiento y examinó a Estella de arriba a abajo.

- Necesito otro cigarrillo.

- ¿Qué se le ofrece, señora Havisham?

- Llámame Estella, por favor. - rió la mujer. Ella sacó una carpeta de su bolso y la expuso encima de la mesa del policía. - Verá, me he enterado de que usted está llevando el caso de Mark Cotswolds.

- Así es.

- Pero no por mucho tiempo.

Stan desvío los ojos hacia la carpeta.

- ¿Eso es para mí?

- Sí, claro. Ábralo. - le animó Estella.

Dicho eso, Stan cogió apresuradamente la carpeta y, nada más abrirla, cayeron varias hojas al suelo.

Manzanas Envenenadas (Kyman)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora