Como los buenos viejos tiempos
Me pasé los siguientes días entre el trabajo, estando en casa y yendo a uno que otro concierto de micrófono abierto de Leticia. Me sentía agotada, la energía iba y venía como un remolino extraño de senimientos y emociones nuevas y no tan nuevas.
Obviamente fue raro al inicio, y extraño y lleno de pura mierda. Escribí tantas cosas sin y con sentido, tantos poemas y pequeños textos para volverme a acostumbrar a las letras, aunque no hay que confundir mi interés por escribir con querer que todos lean mis textos, porque nunca me había gustado compartir pedazos de mi alma. No buscaba ser leída, solo buscaba expresarme y al hacerlo me sentía libre, más yo. Era algo personal y que solo yo conocía de mi misma, yo y Rubén y eso lo hacía más especial. Tal vez interiormente extrañaba esto, anhelaba volver a escribir como antes. Antes de crecer y antes de darme cuenta que la vida adulta estaba llena de responsabilidades, responsabilidades que no tenían nada que ver con lo que me gustaba.
Excepto que me gustaba mi trabajo actual, o bueno, no era lo mejor pero no estaba tan mal, era feliz trabajando en una pequeña companía junto a Leticia. Mucho papeleo, eso sí. Pero no era malo, no era gris u oscuro, algo melancólico o triste, tan solo era algo que era y ya.
Pero algo cambió, algo dentro mío, y fue en una mañana como tantas otras que descubrí que el sueño estaba repleto de estrellas. Su pejale era como una galaxia de morado y azul y rojo, y más colores tan bellos, y lloré. No sé por qué pero lloré, lo abracé con fuerza y no lo solté sino después de que ya no habían más lágrimas que derramar. Estaba tan mágico, estaba tan vivo.
Y se dejó abrazar, no se fue de mi lado. Luego, al caer la noche, cerré los ojos con el pensamiento de que el sueño estuviera conmigo cuando despertara.
Eso no pasó.
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Los sueños que nos persiguen
FantasyY sin darnos cuenta, los sueños nos perseguían como si nosotros los pudiéramos hacer realidad.