Un sueño molesto
Hoy el sueño se partió en dos partes y siguió a Rubén y a mí hasta nuestros respectivos trabajos. Llegué a la oficina un poco tarde por su culpa, intenté deshacerme de él en el camino pero no pude.
Leticia me saludó al llegar preguntándome cómo estoy. Yo dije lo que respondo siempre: estoy cansada y, por supuesto, harta de mi sueño.
Ella me miró con ojos tristes, pero decidió darme apoyo con una sonrisa. Leticia era la única que sabía que tenía un sueño conmigo. Bueno, conmigo y Rubén.
En verdad, todos tienen uno solo que nadie puede ver el sueño de los demás. Es algo raro de reglas de la naturaleza que nadie entiende pero que pretenden que sí. Obvio, hay excepciones como Rubén y yo, que compartimos sueño.
—¿Y qué tal tu sueño? —le pregunté mientras me sentaba en mi escritorio que se encontraba junto al de ella.
—¡Muy bien! En la mañana tomamos té y charlamos un rato. Es una linda compañía.
Hablamos un rato más antes de ponernos a trabajar. El resto del día mi sueño se empeñó, para sorpresa de nadie, en intentar molestarme con sus gruñidos y bufidos desesperados, queriendo llamar mi atención.
Y por supuesto, lo ignoré.

ESTÁS LEYENDO
Los sueños que nos persiguen
FantasíaY sin darnos cuenta, los sueños nos perseguían como si nosotros los pudiéramos hacer realidad.