La madre de Harry había heredado la mayoría de las acciones de Rivergold tras la muerte de su padre y había estado a punto de arruinar a la empresa, que había sido el gran amor de su padre y el trabajo de toda su vida.
Harry había tenido que esperar a su trigésimo cumpleaños para que se hiciera efectivo el fondo fiduciario que había heredado, y le había faltado tiempo para comprar con ese dinero la parte de la compañía que poseía su madre. En dos años, con mucho trabajo y pocas horas de sueño, había conseguido levantar de nuevo la empresa y que volviera a ser casi tan importante como lo había sido con su padre.
Se llevó automáticamente la mano a la correa de cuero bajo su camisa. Recordó entonces lo que había sentido al entrar en el despacho de su padre y encontrárselo tendido en el suelo y ya casi sin aliento. No había ido porque había estado demasiado ocupado en la cama con una compañera de estudios. Su anciano padre le había pedido que fuera a verlo a Perth para hablar de las pésimas notas de Harry en una de las mejores universidades de Melbourne.
Creía que su padre había muerto ese día por su culpa.
-Harry, has venido -le había susurrado su padre con un hilo de voz.
Se había dejado caer de rodillas a su lado. Sabía que ya era demasiado tarde.
-Estoy aquí, papá, la ambulancia viene de camino. Aguanta un poco más, cuidarán de ti y podremos tener por fin esa conversación.
-No tengo... No tengo tanto tiempo...
Su padre había levantado entonces una mano temblorosa y Harry la había agarrado con fuerza. No podía creer que le estuviera pasando algo así porque no hubiera estado a su lado. Quería que su padre hubiera podido sentirse orgulloso de él.
-Espera, papá, espera, por favor. Aguanta...
Quería que le diera la oportunidad de demostrarle que era digno de ser su hijo.
-Harry, prométeme...
-¿Qué, papá? Lo que sea.
-Vas a heredar Rivergold algún día. Mi sueño, el oro... Es para ti y tu madre. Estudia mucho y consigue que Rivergold siga siendo grande. Haz que me sienta orgulloso...
Recordaba perfectamente cómo había cerrado en ese momento los ojos, el esfuerzo de hablar le pasaba factura. Y Harry vio cómo iba quedándose sin vida.
-Lo prometo, papá. Haré que te sientas...
-Mi pepita. Llévala tú ahora...
Harry miró el pedazo de oro de tamaño irregular que colgaba de una correa de cuero. Su padre siempre la había llevado como un amuleto. Había sido la primera pepita que había descubierto cuando comenzó los trabajos de prospección en el desierto.
-Todo es ahora tuyo, hijo. Rivergold te necesita -le susurró-. Esas negociaciones con los Emiratos Árabes Unidos... son muy importantes para mí...
-Haré que ocurra, papá -le dijo Harry con seguridad y firmeza.
-Dile a Ina que la quiero...
Y esas habían sido sus últimas palabras.
Los de la ambulancia no pudieron revivirlo. Sabía que, si hubiera ido antes, tal y como él se lo había pedido, habría conseguido que la ambulancia llegara a tiempo. Creía que, de haber estado a su lado, quizás ni siquiera hubiera llegado a sufrir ese infarto.
Reflexionó sobre la teleconferencia de esa noche. Un buen amigo de Sadiq le había dicho que el jeque también estaba considerando la empresa minera X23. El propietario de X23, Don Hartson, era el mayor rival de Harry, y además, se había casado con su madre.