Capítulo 3

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Cuando Lena y Kara subieron los escalones delanteros, la casa estaba a oscuras.

Kara abrió la puerta, entró y desactivó la alarma.

Thurgood esperaba, sentado con paciencia cerca de allí.

Miró a Lena con expresión alerta y ella dio un rodeo para evitarlo.

No sabía si podía fiarse de él.

No había convivido nunca con animales y no las tenía todas consigo.

Kara la ayudó a quitarse el abrigo, que colgó en el armario empotrado del vestíbulo.

-Olvidaba darte esto -dijo.

Lena levantó la vista y tomó vacilante la llave que la rubia le ofrecía.

-¿Para qué es?

-La de la puerta. O mejor dicho, abre todas las puertas.

-Ah, bien -se metió la llave al bolsillo.

Había pensado que la convivencia con la rubia sería difícil y se había preparado mentalmente para un periodo de adaptación.

Pero le había sorprendido la facilidad con la que parecían haber reencontrado una pauta familiar, con ella escuchando con atención las cosas que la rubia le contaba y Kara logrando que se sintiera la mujer más fascinante del mundo.

No era difícil entender por qué se había enamorado de ella tantos años atrás y por qué le había costado tanto olvidarla.

-Y la clave de seguridad es 2-2-3-3 - añadió Kara-. Cuando vayas a entrar o a salir, pulsas esos números y luego la tecla de instalación.

-Bien -murmuró la pelinegra.

Se acercó a mirar el teclado de la alarma.

Kara pasó la mano por encima de su hombro para señalar la tecla indicada y su brazo rozó el cuerpo de ella, y envió una corriente eléctrica a través de sus

miembros.

Lena contuvo el aliento y procuró calmar su pulso, pero fue inútil.

La proximidad de la rubia bastaba para poner a prueba su determinación.

Ansiaba sentir sus manos en la piel, el calor de su hombro contra el de ella o el cosquilleo suave de su aliento en el pelo.

Cerró los ojos y respiró hondo.

-Ha sido un día largo -susurró.

-Debes de estar cansada -musitó la rubia al oído.

Lena se volvió despacio, pero Kara no se apartó, sino que la retuvo entre su cuerpo y la puerta.

La pelinegra clavó la mirada en su pecho, temerosa de levantarla, temerosa de ver deseo en los ojos de la rubia y no saber qué hacer.

Kara seguramente asumiría que sería fácil seducirla.

Y Lena se apartó de la rubia con una maldición silenciosa.

No podía sucumbir.

Aquello era un arreglo temporal y, cuando se marchara de allí unos meses después, no podía hacerlo enamorada.

-Me voy a la cama.

-Nos veremos por la mañana -susurró Kara-. ¿Necesitas algo?

Lena negó con la cabeza.

-No, estoy bien. Gracias por la cena.

-Ha sido divertido -repuso Kara -. Había olvidado lo fácil que es hablar contigo.

Legalmente Suya (Kara G!P)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora