- "Ya me voy mamá", gritó Antonio desde el portal de la casa.
Cecilia asomó su cara a la sala desde la cocina y lo miró detenidamente.
- "Estás muy guapo, ¿estás seguro de que no es tu novia?", le dijo para molestarlo.
Antonio frunció el entrecejo. "Ya te dije que no" respondió, "Hasta luego", dijo al salir.
Vestía bermudas de caqui, suéter de lana y debajo su camisa de botones favorita, con una corbata roja tamaño infantil; Zapatos marrones y medias blancas, y el cabello estilo hongo que llevaba durante esos años de infancia. Salió de los terrenos de su abuelo y caminó unos quince minutos hasta la propiedad del respetable señor Agustín Fildenni, socio de diversas empresas recién llegadas a Caracas qué, como él mismo, habían venido desde Francia con el fin de asentarse en la pequeña Venecia, lugar de oportunidades que pasaba por unos de sus mejores momentos socioeconómicos. Juan Alcides Varela, padre de Iriza, estaba sentado en el porche oyendo la radio cuando Antonio llegó.
- "Buenos días señor Varela" dijo Antonio poniéndose firme, por alguna razón.
Juan Varela lo miró al levantar la vista, "Cómo estás muchacho" le dijo, estrechándole la mano.Ella ya lo esperaba en la puerta.
- "Buenos días señorito, ¿éstas son horas de llegar? Creí que no vendrías" le dijo Iriza en tono burlón.
- "Para no esperarme te ves muy bien" dijo Antonio observándola de brazos cruzados.
Se abrazaron un momento y ella le golpeó el brazo al soltarlo, "La próxima debes cumplir tu palabra".
Antonio e Iriza se veían sólo una vez a la semana, todos los viernes a las 9:00am, cuando la abuela de Antonio, doña Ivanna, salía a la ciudad de Caracas a hacer diligencias junto a su tía, porque doña Ivanna solía decir que el joven de quince años no debía salir y menos a revolverse con llaneros. Éste prejuicio basado en el hecho de que Juan Alcides Varela y su esposa, eran barinenses que habían viajado a Caracas a buscar empleo, y lo hallaron en el Distrito Sucre, donde apenas habían urbes, y aún muchos empresarios hallaban factible trabajar allí su ganado, por la facilidad de exportar la producción a la ciudad desde muy cerca. Desde ese entonces Juan Varela cuidaba las propiedades del señor Fildenni mientras éste estaba en otras propiedades, pero sucedió que Fildenni decidió mudarse a Francia, y en medio de su fortuna decidió regalar simbólicamente la propiedad a quien la había cuidado durante tantos años, en agradecimiento.
Antonio e Iriza salieron a caminar juntos, mientras hablaban, cómo de costumbre.
- "¿Has pensado en estudiar?" le dijo Antonio en un momento.
- "Mmm no creo, además ¿Cómo podría? Ni siquiera he ido a la escuela" respondió ella.
Ciertamente, por la época y por el estrato bajo de su familia, Iriza nunca asistió a escuela de ningún tipo, por lo cual, todo lo que sabía era sobre cosas del hogar. Antonio en cambio había recibido clases particulares todos los días de semana hasta hacía un año, cuando cumplió catorce.
- "¿Tú has pensado?", preguntó ella, sentándose en la hierba.
- "Me gusta la arquitectura" dijo él. "Mi abuela quiere que sea militar, cómo mi abuelo, pero me parece una locura, no me gusta".Al menos un par de horas se les fueron charlando.
- "¡Niños, vengan a comer!" los llamo Carmen Teresa, la madre de Iriza.
Luego del almuerzo siguieron hablando, ésta vez tirados sobre la hierba del patio. Hablando trivialidades, una de las cosas que más le gustaba a Antonio era oírla feliz.
- "Me gusta mucho oírte reír" le dijo.
- "Embustero" le dijo ella, y siguió riendo.
- "Siempre seremos amigos, ¿verdad?" le pregunto él, sentándose.
- "Por supuesto que sí" dijo ella, sentándose también.
Antonio volvió a su casa antes de las 4 de la tarde, sin embargo no entró directamente a la casa, sino que se quedo afuera por un rato, sentado, viendo hacia la nada.
- "Se te está cayendo" dijo Cecilia sorprendiéndolo por las espaldas.
- "¿Ah? ¿Qué cosa?", replicó el sobresaltándose.
- "La baba", respondió su madre, y soltó la risa.
Cecilia siempre fue muy atenta con su hijo, y le gustaba bromear con él. Aún cuando él no quisiese.
- "¿Seguro que no?", le dijo, mirándolo enternecida.
- "¡Que no! Sólo somos amigos, ya te lo he dicho", soltó él, antes de levantarse e irse a su habitación.
Más tarde ese día Antonio se sentó en la mesa que usaba para dibujar desde pequeño, y escribió una carta.
"Hola, Iri
No sé cómo empezar esto, pero quiero que sepas que estoy muy feliz de que seamos amigos, y espero de verdad sea así siempre, porque no se qué sería de mí sin ti".
Lo interrumpió la apertura de la puerta.
- "Hijo, la cena está... ¿Estás dibujando? A ver" dijo Cecilia acercándose.
- "Mamá ¡NO!", gritó él, saltando sobre la carta.
- "¿Es una carta? ¿Para quién? No creí que te gustase escribir cartas".
- "No me gusta, ahora déjame sólo por favor, cenaré después" dijo él, tajante.
Sólo de nuevo, guardó la carta en un cajón y se echó sobre la cama.
"Es muy hermosa..." pensó, y terminó por quedarse dormido.
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El amor y la lógica.
RomanceEl amor y la lógica narra los sucesos ocurridos en la vida de Antonio José Montesinos, un arquitecto oriundo de Caracas. A lo largo de toda una vida, éste se ve envuelto en un caótico sentimiento de amor por quién él considera la mujer de su vida, c...