Capítulo siete: "No te vayas".

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Antonio, en el portal principal, pateó el marco de madera al entrar a la casa. Cecilia oyó el ruido desde la cocina y asomó la cabeza: no logró verlo.

Subió por las escaleras y frente a la puerta del cuarto, justo antes de tocar para pedir permiso de entrar, oyó un cajón de madera romperse contra el suelo.

- "¡¿Qué es lo que pasa aquí?!" exclamó entrando bruscamente. Antonio se giró para mirarla, con los ojos hinchados de llanto y apretando un puño. La ira se volvió en una tristeza incontenible, por lo que se abalanzó sobre las piernas de su madre, y en el suelo, lloró un largo rato. Cecilia, decidió a dejarlo desahogarse dado que era algo muy raro ver a Antonio en esos planes tan desolados.

De hecho, en ese preciso pero inexacto y eterno instante, logro hacerse en su memoria sólo dos oportunidades en las que Antonio había llorado desde que dejó de ser un bebé. Una de ellas fue cuando tenía 6 años, y se encontraba en el porche de la casa jugando a ver las formas de las nubes. Al oír que Cecilia lo llamaba para almorzar, salió disparado hacia la cocina sin antes atarse el cordón de los zapatos, por lo que tropezó y cayó atinándole la frente al marco de madera en el umbral que hace apenas unos minutos ahora, había pateado. De hecho eso fue lo que llamó la atención a Cecilia del ruido.

Antonio interrumpió la memoria absorta de su madre, aún sollozando.

- "Se va, se irá con otro" dijo, hipeando.

- "¿De qué hablas hijo?" preguntó Cecilia limpiándole las lágrimas del rostro.

- "Iriza" hipeó de nuevo y rompió en un renovado llanto.

A Cecilia le tomó al menos diez minutos esperar a que éste pudiera hablar con claridad, incluso parecía que se estuviese desahogando de viejas penurias, cómo quien le pide prestado al alma fuerzas para no llorar por años y luego debe pagarlas con un pesar desmedido.

- "¿Cómo es eso de que se va?" preguntó finalmente ella en un tono compasivo.

- "La están obligando a casarse. El tipo que le regaló las tierras a Don Juan quiere casarla con su hijo" se lamentó Antonio, cabizbajo.

Cecilia analizó un momento la información, tratando de buscar no las palabras más racional, si no que en su lugar, las que fuesen más apropiadas para que su hijo se calmara.

- "Eso no puedes detenerlo, hijo" dijo "Pero ella sí podría, ¿o acaso ella te dijo que quiere irse?".

- "No pude hablarle, no quiso verme" contestó él, mientras una nueva lágrima empezaba a correr en su mejilla. Cecilia se sintió absorta de nuevo, pensando el porqué Iriza no querría verlo de forma tan repentina.

- "¿Te dijo cuándo se va?" preguntó pensativa.

- "Ésta misma semana" dijo Antonio.

- "Caramba" fue lo que alcanzó a decir Cecilia.

De modo que Antonio estaba contra las cuerdas, ya que hasta sus actuales dieciocho años nunca había lidiado con un mal de amores, y ahora además de que su único amor en la vida no quería verlo, la misma se iría esa misma semana de febrero. Pasó todo el día siguiente echado en la cama, en ayunas e ideando cómo impedir la anunciada despedida. Entrada ya la noche, sin fuerza, agotado y con aún más ganas de llorar, tomó la decisión que no quería, pero que era su única opción: Confrontar a don Juan Varela.

A la siguiente mañana se despertó temprano, para explorar todas las posibles respuestas de su debatiente imaginario y preparar una respuesta aún más contundente de su parte para cada alegato.

Era martes 22 de febrero, y hacía un cálido día de verano, perfecto para salir a caminar y sentir un aire fresco. Pero en vez de eso, a las diez de la mañana Antonio tomó el vergel que acostumbraba, y emprendió una caminata recta hacia la casa de Iriza, con un aire de incertidumbre. Nunca olvidaría lo que ante sus ojos se mostró al llegar al sitio: Dos hombres, uno de traje de lino y uno de camisa y caquis, subían un par de maletas a un auto negro, un Ford 1952.

El amor y la lógica.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora