Capítulo trece: "Resiliencia".

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Diciembre de 1991 fue una de las épocas más felices en la vida de Antonio José Montesinos. Hacía poco más de un mes que le habían diagnosticado cáncer, pero se sentía reconfortado de haber empezado ya con un tratamiento de quimioterapia que si bien no le aseguraba una cura, le daba muchas más esperanzas de vida. Esa fue una de las pocas navidades en las qué el año nuevo se recibió en casa de Antonio y no en casa de Santana o un sitio de reunión social, cómo un parque. Santana servía un vino mientras conversaba con su mujer, Mariana.

- "¿No ha llamado Gabriel?" preguntó él.

- "Me dijo que iba a recoger a Rosa y venían" contestó ella, poniendo platos en la mesa para la cena. Rosa era la novia de Gabriel, y además, su prometida. Santana se asomó a la sala un momento con intención de llevar el vino, pero se detuvo al mirar a Antonio e Iriza bailar abrazados en medio del todo.

- "Mejor no los interrumpo" dijo, volviendo a la cocina para poner el vino en la mesa.

- "¿Cómo te sientes mi amor?" preguntó Iriza, consciente de que a Antonio le costaba un poco respirar.

- "Estoy bien, no te preocupes por mí" contestó él, besándola en la frente. "En cambio tú, estás hermosa".

Iriza sonrió y sujetó su camisa. "Te amo, Antonio", le dijo.

- "Y yo te amo a ti" contestó el, tomándola por la cintura.

Esa noche hubo un espléndido brindis por el bienestar de Antonio y la felicidad del matrimonio en los años venideros. Todos brindaron en alegría y luego cenaron.

Para cuando llegó febrero, a sólo dos meses de terminar el verano, Antonio se estaba llevando muy bien con la quimioterapia que recibía. Pero fue el 9 de febrero que tuvo la última, y no fue precisamente porque estuviese curado. Ese día, correspondía su tratamiento un poco más tarde de lo habitual, por lo que terminaron saliendo de la clínica muy tarde, a las 9:00pm aproximadamente. Antonio encendió su auto, aceleró y avanzaron un par de calles, pero entonces el motor falló, y el automóvil detuvo la marcha.

- "¿Qué pasó?" preguntó Iriza, mirando hacia varias direcciones.

- "Parece que el motor no funciona" dijo Antonio, sin alterarse. Intentó volver a encender el motor, pero cómo respuesta tuvo un tronido seco. "Carajo", se quejó.

Ambos bajaron del auto. Antonio abrió el capó tratando de ver algo con la luz del poste eléctrico que había a sus espaldas. "No tengo idea de qué pasó" comentó, "Creo que necesitaremos que nos remolquen" dijo luego de cerrar de nuevo el capó.

En un momento, alguien dobló la esquina, en una carrera desesperada cómo quién es perseguido.

- "¡SEÑOR, DEME LAS LLAVES DEL CARRO!", gritó el hombre, llegando a donde estaban Antonio e Iriza, y mostrándose muy agitado.

- "Tranquilo, seamos razonables" intentó dialogar Antonio.

- "¡¡¿¿Es sordo o es estúpido??!! ¡Deme las llaves del carro!" el tipo terminó de decir esto para mostrar un puñal largo que traía en la mano escondida dentro de la playera. Entonces sonó una sirena, muy distante. El tipo perdió la compostura. En su alteración no pensó dos veces y lanzó una puñalada ciega hacia el estómago de Antonio.

- "Cálmate por..." Iriza, que se había interpuesto con la intención de dialogar con el agresor, dejó sus palabras a la mitad. Antonio sintió su quejido, y miró estupefacto al sujeto que aún sostenía el puñal. Al mostrarlo de nuevo empapado de sangre, Iriza cayó al suelo, de rodillas en el asfalto bajo la noche negra. La sirena se oyó terriblemente cercana. No había duda de que se trataba de una persecución policial. Antonio quedó boquiabierto, pero no tardó en alterarse a sobremanera.

- "¡MALDITO! ¡¿QUÉ ES LO QUE HICISTE?!" se adelantó para sujetar al hombre por la camisa, pero éste, mucho más joven y nervioso, le soltó un puñetazo directo a la nariz. Antonio se echó para atrás con el golpe, en lo que el sujeto lo apuntaba con el cuchillo titubeando, pero de nuevo, echó a la carrera. Se perdió cruzando la esquina contraria a la que uso para encontrar a la pareja, y entonces Antonio, cayendo en cuenta de su realidad, se abalanzó sobre el cuerpo de Iriza.

- "¡Mi amor, Iriza!" dijo desesperado Antonio. La patrulla policial se oyó cada vez más próxima. "¡Ayuda, por favor!, ¡Alguien qué me ayude!" gritó en medio de su conmoción, mirando salir de Iriza mucha sangre, que se agolpaba en el suelo. "Iriza, amor, ¡no!" gritó de nuevo, al notar que ésta parecía no reaccionar. Entonces se miró la patrulla detenerse abruptamente frente a ellos. "¡Ayuda! ¡Un tipo intentó robar mi auto! ¡Hirió a mi esposa!".

La ambulancia llegó rápidamente para trasladar el cuerpo de Iriza Varela hasta el hospital, a sólo un par de calles. Pero era demasiado tarde. Antonio estuvo llorando sin cesar en la sala de espera, cabizbajo y caminando en círculos frente a otras personas con la misma cara de tragedia. Santana llegó pronto junto a Mariana, y luego lo hizo Gabriel José en compañía de Rosa. Todos esperaron, Mariana oraba en silencio con Santana a su lado, mirando el suelo.

- "¿Familiares de Iriza Varela?" Antonio no dejó al llamado repetirse.

- "Mi esposa, ¿cómo está mi esposa?" dijo, con lagrimas en sus ojos.

- "Señor yo... Lo siento, su esposa sufrió una grave herida que causó un derrame intenso de sangre, y no pudimos hacer nada".

El tiempo volvió a detenerse. Ésta vez Antonio sintió al mundo ensordecerse, y cayó en un espiral eterno ante aquel horripilante dejavú. No terminó de oír a la enfermera. Sus piernas se movieron solas fuera de la sala de emergencias, moviéndose a más velocidad de la que se había movido en muchos años. Llegó a una pared sin saber cómo, y la golpeó un par de veces gritando, sumamente alterado. Luego tosió cómo si su pecho se fuese a desprender del resto de su cuerpo, y se sentó de espaldas a aquella pared mirando al cielo, rogando.

- "No, no, por favor no" fue todo lo que dijo. Santana y Gabriel, quiénes habían salido tras él, llegaron para levantarlo. Pero estaba destrozado: Una vez más se sentía abandonado, y una vez más, el amor le había fallado.

Tres días después, Santana y su familia, recibían también el pésame dentro de la funeraria. Antonio estuvo de pie junto a la urna todo el tiempo, sin decir una sola palabra, y con los ojos de un color rojo intenso. Ni siquiera cuando algunas personas que habían trabajado con él, se acercaron a dar el pésame, se movió o dijo palabra alguna. Nada, estaba desconsolado y también agonizaba, tosiendo de vez en cuando y de cuando en vez. En el entierro hubo silencio, en parte porque la cantidad de personas que había era reducida, y en parte porque quién iba de primero sólo miraba al suelo, con un sombrero y un abrigo, sin decir una palabra. Así fue sepultada, una tarde de 1992, y el hombre al que amo de forma totalmente correspondida, dejó sobre su tumba un ramo de rosas cómo el que solía obsequiarle con frecuencia, porque eran sus favoritas. "Te amo" fue lo único que dijo éste, de rodillas frente a la tumba en el cementerio, dónde aún estaba a pesar de que Santana y su familia, que fueron los últimos en irse, lo habían hecho diez minutos atrás. Llegó a casa, dejó el sombrero y el abrigo en el perchero y se hizo de cenar. Justo en ese momento, en otro lugar de la capital, una pareja sufría un terrible accidente automovilístico.

Esa noche y todas las que siguieron después de eso, Antonio tuvo pesadillas, de las que despertaba para toser y llorar, mirando el lado vacío de la cama y a su vez, el aún más profundo vacío en su interior. Comía con irregularidad, no salía y permanecía horas sentado mirando la nada, tanto, que se volvió un habito. Pensaba y recordaba, soltaba un "te amo" o un "te extraño" con cierta frecuencia, al aire y sin nadie para enviarle reciprocidad. Durante más de un mes estuvo perdido en esa soledad, y varias fueron las veces que Santana y Mariana fueron a verlo, pero no lograron entrar a la casa dado que éste no abría la puerta. Así mismo, dejó de tratarse el cáncer, dejó de asistir a la clínica y empezó a fumar, sin ningún motivo más que de sentirse ahogado en humo para desahogarse en penas, sometiendo fuertemente a su propia resiliencia, y murmurando de mal humor los sin sentidos que tenía la vida.

El amor y la lógica.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora