A2 - We don't have many days

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La encontré sumida en sus pensamientos. Sentada en aquella banca maltratada por los años con vista cercana al estanque.

Mis manos se entumecían del frío que empezaba a hacer mientras la niebla humedecía mis fosas nasales, cosa que molestaba.

¿Cómo es que habíamos llegado hasta aquí?

Londres nunca había sido mi lugar favorito...

De hecho, ningún lugar lo era ahora.

Hace algunos meses, jamás se me había cruzado por mi mente que conocería aquella mujer aquel día. Sola, junto a la cafetería cercana a la Universidad donde ejercía mi profesión de docente. No parecía ser estudiante, por la madurez en ese rostro entretenido entre el mar de letras que viajaban entre página y página.

Su cabellera chocolate me mantuvo perplejo un buen rato, pero fueron esos ojos azules lo que me mantuvieron meramente hipnotizado. Juraba que uno de ellos era más claro que el otro.

Pero ya no tenía oportunidad de comprobarlo.

Una alarma había sonado en su celular y de la nada la vi coger sus cosas y emprender carrera hasta que la perdí de vista por completo.

Quién sabe si la volvería a ver...

Fueron un par de semanas después de que vi a aquella mujer lo que casi me hizo olvidarla por completo. Y digo casi, porque mi corazón se detuvo cuando la vi en la sala de profesores.

Se veía tan recatada en esa falda negra que dejaba mostrar un poco de esas largas piernas, junto a esa blusa blanca con escote de volantes. Nunca pensé que me sentiría intimidado por su altura, si bien sus labios podían besarme la frente con esos tacones. Pero ¿qué estaba diciendo? Disipa esas ideas por el amor a Dios.

Nunca creí llegar a pensarlo, pero agradezco la voz del Profesor Cross por hacerme salir de mis pensamientos.

—La señorita trabajará junto a nosotros de ahora en adelante, muéstrale las políticas y la instalación. Yo ya no estoy para esas cosas.

Si de algo no quería dejar impune, era su descaro por fumar dentro de un lugar respetable y menos ante el nuevo ingreso de una compañera de trabajo.

Me llevé las manos a calmar los cabellos dorados de mi peinado que habían salido ante la ansiedad que eso me produjo.

Respira.

Preséntate.

—Buenos días, mi nombre es Howard Link, es un gusto tenerla aquí.

—El gusto es mío.

Mis manos tenían cierto nerviosismo bajo los bolsillos de mi abrigo, agradezco que tal acto desapareciera con el tiempo.

Era una mujer realmente seria, sencilla a mi parecer. Era agradable con los estudiantes, y bastante eficiente para impartir sus estudios.

No supe cuánto tiempo pasó, ni de donde saqué el coraje para invitarle a un café.

Aceptó.

Y aceptó la siguiente vez...

Y la siguiente...

Podía notarse cuan feliz estaba con cada sí que me daba.

Sentía que estaba en presencia de un ángel.

Pronto supe su historia y el hecho de que mantenía a su hermano menor de 6 años tras el fallecimiento de sus padres.

Fue el gesto de confianza, los pequeños detalles de su maravilloso ser donde aquel día en el que llegaba la primavera, sin saber, que era el mismo día de su cumpleaños... que me atreví a serle sincero con mis sentimientos.

Everywhere At The End Of TimeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora