A3 - Late afternoon drifting

33 5 0
                                    

En algún momento, a una persona en Bonifacio le preocupó construir un banco para dos personas sobre este pequeño acantilado en los límites del poblado. Simplemente era lo único que estaba construido allí, ninguna cosa más. Ni siquiera bardas con las que proteger a extraños incautos que decidieran probar la altura, acompañada de alguna advertencia en francés, o en inglés, para los turistas. Cualquier curioso allí corría riesgo de dar un paso en falso y descender a su muerte, pero eso, claramente, era evidente. Una vereda abría camino desde el pequeño pueblo pesquero hasta ese lugar, sin conectar a una segunda vía que te regresara a Bonifacio. Sólo era un camino de ida, y de regreso.

Yo había descubierto ese pequeño banco en una extraña casualidad desde que lo perdí y siempre me gustó. Después de vagar por todos los lugares sin sentir que nada me conectara a una casa o algún trabajo, por lo que hallé de nuevo en mi pueblo natal sin algo en específico qué hacer. Claro, con ingenuidad pensé que encontraría mi camino si regresaba al origen... pero nada cambió. En lo que a mí respecta, en mi entorno no había nada que estimulara mi satisfacción.

Cansada de escarbar entre posibilidades y no encontrar nada a lo largo de algunas semanas, caminé medio kilómetro sobre ese camino ascendente hasta el banco y tomé asiento con los ojos fijos sobre el sol carcomido a la mitad por el océano. Acomodada allí, noté que el viento marítimo siempre era suave, inoloro, con la calidez apaciguada del ocaso recibiendo a la próxima noche fría. Era una sensación que parecía ser infinita.

El mar debajo del despeñadero y a lo largo del horizonte jamás evocaba fuerza, aunque las nubes grises proclamaran una tormenta con la llovizna en los confines paralelos al sol. Era una costa tranquila con una majestuosidad azul que se esforzaba en permanecer indiferente. Aquella característica me hizo sentir melancólica, porque incluso el océano parecía haber perdido su fuerza. El agua también puede apagarse, pensé, tanto como todos los seres en este mundo y fuera de él; como la luminosidad de las estrellas se extinguía antes de "morir".

La mejor manera de representar aquél hecho era el camino del pueblo a ese banco despostillado, donde tenía un inicio claro y un final esperado. Los momentos dentro de la existencia iban y venían en una línea recta, sin oportunidad de alterar su curso. Me atrevo a decir que es nuestra mente imaginativa quien crea tangentes de posibilidades. Y eso jamás pude dilucidarlo si no hubiera pasado mi tiempo en ese banco. En verdad intenté recordar lo que pude, tomando lo que venía en mi mente ese mismo momento. Imágenes claras y un tanto confusas. Me vi incapaz de emitir alguna conclusión sobre lo que había sido mi vida a lo largo de los años dentro y fuera de ese pueblo, confusa sobre cómo ese mar de acontecimientos me llevó directamente a asiento cerca del filo del peligroso despeñadero. A decir verdad... tampoco recordaba cómo había llegado hacia el pueblo de Bonifacio. Cada episodio del día transcurría en cada parpadeo, hasta que mi consciencia adormecida me advertía que cierto momento era el mismo que el anterior.

Quizá era un bucle de todo, en esa deriva por la tarde que parecía ser infinita. Estaba estancada en ese presente, con el pueblo ausente y cubierto con un velo gris sin alguna emoción presente más allá que mi propia y cansina compañía... Me esforcé en cambiar cualquier circunstancia del presente para avecinar un futuro distinto, pero al final, siempre terminaba en ese momento calmo en la banca, con el pesar de mis esfuerzos por tratar de encontrar algo mejor.

No sabía si aquello era un infierno o simplemente era el único camino que se me ofrecía por ahora, hasta que fuera capaz de crear otro. Pero si de algo estaba segura, era que aquel mundo era para mí, sólo hecho por mí. Y con todo ese vacío, en el fondo, siempre lo supe.


Mi sentido de lucidez luchó por hacerme ver que estaba divagando. Me levanté en la última ocasión del escaño y me acerqué, hasta donde mis pies me permitieron, al filo del acantilado, esforzándome en conservar el equilibrio. Me sentía frustrada y vacía, con un pesado e inminente sentimiento de tristeza. Concluí que estaba en búsqueda de algo que no era mío y que escapaba de mi entendimiento. Era un desliz de locura, pero lo único que deseaba era sentir algo diferente. El viento era más intenso a tan sólo unos pasos. Descendí mi mirada a través de los relieves hasta las entrañables olas tempestuosas batiéndose en fuerza contra la muralla de roca y tierra. Quise respirar hondo, inclinándome hacia delante, en una vertiginosa sensación incontrolable.

Everywhere At The End Of TimeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora