Capitulo 3

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Cuando el odio de los corazones aumenta, la raza humana se divide. Robos, asesinatos y demás fueron producto de la desesperación del hombre. Lorent, decepcionado, da caza a quienes son una amenaza para el orden social. Desde la cima de una cumbre medita y oye la presencia de los corazones. El indicio de malicia inicia la búsqueda del individuo, y posteriormente, el destierro. Un lugar lleno de avaricia y actos vergonzosos. Un tercer mundo creado por los dioses para la limpieza de la sociedad. El destierro podía ser no doloroso, siempre y cuando no se resistan. La absolución de la persona implicaba la aparición del ente en un nuevo mundo o eso creía. Muchos se aventuraban al norte para la búsqueda de sus seres amados, quienes hayan sido desterrados por el intérprete.

Todo parecía normal. La tranquilidad en la sociedad volvió a establecerse. Pero había un problema, el portal estaba cerrado. Todos esos inmigrantes del mundo paralelo, se encontraban atrapados.

Lorent les había dicho a esos tres hombres qué debían hacer si se encontraban con el muchacho. El mensaje no tardó en ser divulgado. Una larga discusión surgió en el salón.

El ileso de los tres hombres que había acudido al intérprete se encontraba en la tarima. Se llamaba Alexander. Robusto y alto, estaba preparado para hablar.

- ¡Señores! ¡Orden! - el juez le daba la palabra.

En el salón las voces se fueron acallando ¿Qué diría aquel hombre? Ya todos sabían los problemas que aquejaban al poblado, pocas lluvias, escasez de alimentos, y para colmo este sujeto sumaría algo más a aquella lista.

He venido para dar una noticia - carraspeó. Los presentes lo abuchearon - Mis hombres y yo, nos hemos topado con el joven Ben.

Un sujeto de dos asientos atrás se paró en seco, era el herrero. Un señor bajito con una larga barba. En sus manos mostraba las callosidades producto de su labor. Sus músculos estaban bien marcados y una gran barriga sobresalía de su vestimenta.

Es mi hijo - sus ojos estaban muy abiertos - Ha regresado a casa.

Me temo que ya no es su hijo - dijo Alexander.

¿Pero qué estas diciendo? - su voz mostraba disconformidad - Claro que es mi hijo.

Yo que usted, como todos ustedes - miró a la audiencia - me alejaría - hizo una pausa. Sabía que si no pensaba en lo que diría en ese momento podía desatar un disturbio en el pueblo - Solo diré que si se lo encuentran no se le aproximen. Díganle donde esta Lorent y váyanse.

Pero si es tan solo un muchacho que ha vuelto del norte - sus músculos se tensionaron. No podía seguir escuchando patrañas como aquellas - ¿Es que ahora le tememos a un chiquillo de uno diecisiete años? Hay por favor. Baja de ahí, ya has hablado suficiente - su tono empezó a subir - No permitiré que sigas insultando el nombre de mi hijo.

El hombre bufó, se rascó la cabeza, estaba quedando en ridículo. Miró a todos los presentes. Sabía lo que tenía que hacer. Señaló hacia sus espaldas, sin dejar de ver al público. Hizo una breve señal para que alguien se acercara. Y un sujeto subió, para ponerse a la par de él.

Me temo que no tengo más remedio. No quería llegar a mostrarles esto - levantó el brazo desnudo de su  compañero y lo exhibió. Estaba pesado como tronco de árbol, así que usó toda su fuerza, ayudándose con las rodillas semi flexionadas - No lo volveré a repetir. Si lo veis díganle donde esta el interprete, y corran. Esto es putrefacción.

El herrero quedó anonadado. Volteó rápidamente su cabeza para despejar estas locuras, y luego dijo.

Pero es un pequeño. Él no le haría daño a nadie. Podría haber sido cualquiera de esas bestias que se ocultan en el bosque y que todavía no hemos catalogado - miraba todos lados, buscaba complicidad en vano. Solo veía rostros asustados.

Escucha - el tono de Alexander mostraba severidad. Se había acercado al hombre tan deprisa que el herrero no se percató de su presencia - Algo extraño está acechando allí afuera. El norte a cambiado. Necesito que te empeñes en tu labor y comiences a fabricar armas, armaduras y escudos - sus ojos lo miraban fijamente - Las cosas han cambiado. La tierra se expande aún más. No sabemos que hay. Pero si hubo un portal. ¿Por qué no puede haber otros?

La reunión había terminado. Cada hombre volvió a su trabajo. Desde ese día todo cambió. Las casas se fortificaron. El herrero comenzó a instruir a más chicos y otros hombres se sumaron a la forja de metales. Se construyeron torres de vigilancia. Y un grupo de valientes hombres se postularon para patrullar la zona. El perímetro estaba protegido frente a una amenaza que no se hacía presente. El miedo los acechaba. Algo grande, una bestia del oscuro que prevalecía en el bosque. Ya no era Ben, había dejado su cuerpo tirado en los arbustos. Solamente observaba en la penumbra.

Dentro de la espesura de los bosques, junto a una densa niebla blanca, se encontraba la cabaña de Lorent. Construida de gruesos troncos de madera. Un techo fabricado con hojas de palmera, lo suficientemente verdes y gruesas para impedir la filtración de agua. La verdad no era fácil localizar la vivienda, puesto estaba cuidadosamente camuflada por su apariencia a un gran árbol. Pero la encontró.

Fue en una noche negra, donde el leve subido de las hojas, era lo único que se escuchaba. El olor a tierra impregnaba el ambiente. Su transformación le daba una gran ventaja. Bestia ligera y alta, con suaves y precisas pisadas, se fue acercando. Lorent lo esperaba. Aunque no sentía su corazón, presentía un mal augurio. Había llegado.

El InterpreteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora