Capítulo 7: La Montaña Wirofgy

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Para llegar a la montaña Wirofgy, Nidawi debía recorrer el bosque Nauruky, y luego cruzar el profundo y extenso río Gwyd.

A mitad de camino del bosque Nauruky, comenzó a escuchar tras de sí agudos susurros que cosquilleaban sus oídos, pero al voltear no lograba distinguir de dónde provenían.  Así que luego de un buen rato se detuvo y con firme voz preguntó:

—¿Quién se encuentra ahí? —sin embargo, nadie respondió.

Y mientras continuaba su camino, los susurros se hacían cada vez más frecuentes y cercanos, así que se sentó en una roca del camino, cerró sus ojos y luego de unos minutos extendió su brazo y ¡zas! Había atrapado a un ser diminuto con una corona de flores en su cabello rizado, un vestido blanco nacarado que cubría su pequeño cuerpo, con los pies descubiertos y unas alas que brillaban como estrellas.

—¿Quién eres? —preguntó Nidawi con dulzura.

— Soy Yades, reina de las hadas de Nauruky, y tu mano está lastimando mis bellas alas —dijo la pequeña hada, con cierta molestia.

—¡Oh su majestad, no es mi intención lastimarla! ¡Disculpe usted! —dijo Nidawi, a la vez que hacía una pequeña reverencia.

—Pero ¿¡cómo es que puedes verme, pues somos invisibles ante la luz del día!? ¿Puedo ver de cerca tus ojos? —preguntó confundida Yades, la reina de las hadas.

—¡Mmm, sí claro! —respondió Nidawi.

Cuando Yades se acercó a sus ojos, y la observó fija y detenidamente por varios minutos sin parpadear ni un segundo, exclamó sorprendida...

—¡Ooh, no puede ser! ¡No puedo creer lo que ven mis ojos!

—¿Y qué han visto tus ojos? —preguntó Nidawi, con extrañeza.

—¡Tu esencia! ¡He llegado al fondo de tu alma y me he encontrado con la esencia de tu ser! ¡Eres Nidawi, La princesa apache de tierras Khizíes! ¡Bueno una parte de ella, porque tu espíritu aún se encuentra oculto en la madre tierra!

—¿Cómo así que en la madre tierra? —preguntó Nidawi, sin comprender del todo sus palabras.

—Cuando llegues a la montaña Wirofgy, deberás pasar la noche en su cima, antes del amanecer deberás tomar el camino hacia el sureste... Esa noche descubrirás un gran misterio ¡No puedo decir más! —dijo consternada la pequeña hada— ¡ve, vete ahora y continúa tu camino, el tiempo se agota! ¡Debes ganar tiempo, toma el camino hacia el oeste, allí te encontrarás con la naciente del río Gwyd, camina sobre sus piedras sin quitar la vista de sus aguas, al cruzarlo te encontrarás justo delante de la gran montaña. ¡No hagas más preguntas!

Así que Nidawi sin decir nada más, se despidió de Yades, la reina hada; tomó la brújula que le había regalado Mirmed, y se dirigió rumbo al oeste.  Al llegar a la naciente del río, hizo exactamente lo que le indicó la pequeña hada y en un chasquido se encontró frente a la majestuosa e imponente montaña.

Sin perder tiempo, comenzó a subir aquella empinada montaña, cuando de pronto sus ojos se encontraron con una extraña bestia de un tamaño colosal. ¡Sí, era un Wirófilo, el guardián de aquella montaña!  Un ser mitad mastodonte con dos pequeñas alas en cada pata trasera y mitad dragón con dos pequeños brazos que salían de su pecho escamado. Cuando aquella criatura bajó su cabeza y Nidawi logró ver sus grandes ojos color anaranjado y negro, se dio cuenta que no tenía nada que temer, pues aquella criatura tenía la mirada más pura y noble que cualquier ser pudiera poseer.

Así que sin miedo alguno acarició su rostro, mientras la criatura con sus pequeños brazos la subía a su lomo, para luego adentrarse hacia el interior de la montaña y escalar hasta la cima. Fue entonces cuando Nidawi comprendió el porqué de sus pequeños brazos  y las alas en sus patas.

Luego de un par de horas y una vez en la cima, el wirófalo la bajó de su lomo mientras Nidawi contemplaba  maravillada aquel majestuoso espectáculo que le regalaba la naturaleza. Cuando volteo para agradecerle al wirófalo, aquella criatura había desaparecido sin dejar rastro alguno.

—¡Ooh, el Wirófalo ha desaparecido y no le agradecí su ayuda! ¡Espero que los espíritus lo protejan! —pensó Nidawi—.  ¡Mime tenía razón, la vista desde aquí es única y grandiosa! ¡Y esta es la tierra de mis ancestros! ¡Tan vasta como el mismo cielo!

Y enseguida recordó las palabras de Mime «... antes de bajar a tus tierras, deberás tomar la ruta hacia el noreste... Allí descubrirás un pasadizo secreto que te llevará hacia una cueva que oculta algo que te pertenece».

—Aún el sol no se oculta, debe ser temprano; aprovecharé para buscar ese pasadizo —pensó Nidawi.

Así que sin más demora comió algo, dejó sus cosas en la cima, tomó su brújula y partió hacia el noreste, mientras se regocijaba ante aquel paisaje sin igual.

Luego de un largo camino, sus ojos vislumbraron a lo lejos unas espesas ramas que resplandecían tras un leve temblor, al acercarse y tocarlas estas se abrieron como una flor para dar paso hacia un sendero que brillaba en su interior.

—¡Ooh, este debe ser el camino hacia el pasadizo del que me habló Mime! ¡Gracias a los espíritus que tiene luz propia, porque no me traje la linterna! —pensó Nidawi.

Cuando estaba a pocos metros de la entrada su corazón comenzó a palpitar fuertemente, acompañado de unas inmensas ganas de llorar... ¡Se sentía extraña...! Seguidamente sintió como una fusión de sentimientos y emociones colisionaban en su interior... ¡Su alma estaba emocionada, inquieta y asustada ante lo incierto y lo desconocido, pero a la vez sentía una fuerte y profunda conexión con ese lugar!

Cuando terminó de recorrer aquel pasadizo se encontró con un paisaje inimaginable... Un hermoso lugar rodeado de grandes árboles que brillaban desde su interior y parecía que bailaban una danza primaveral, así como hermosas flores de todos los colores que parecían jugar traviesamente con el césped bajo sus tallos vistiendo el lugar con una magia especial... A lo lejos, un majestuoso arco iris que, en su halo de luz, cubría en su centro las lumbres del ocaso que atravesaban las líneas del horizonte. Y más allá, en la lejanía, pudo divisar un inmenso castillo que se veía sombrío, lúgubre y deteriorado... Al girar su cabeza a la derecha...

—¡Ooh, por todos los cielos! ¡Es el tepee de piel de bisonte del que me habló Mime! —se dijo Nidawi emocionada.

Una vez frente al tepee, sus manos comenzaron a temblar, sudaba frío ¡Y de repente, su cuerpo se paralizó sin poder accionar movimiento alguno! Entonces, muchos recuerdos invadieron su ser, al punto de sentirse angustiosamente abrumada ante tantos pasajes de su vida, cayendo desmayada a las puertas del tepee.

Cuando despertó, al cabo de varias horas, se encontró dentro del tepee arropada con una gruesa manta y una extraña marca en sus muñecas, también se sentía agobiada e intranquila ante aquella abrupta regresión.

Nidawi, La Hechicera Del Tiempo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora