Capítulo 40 - Parte Dos

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El auto de David se estaciona en un lugar particularmente solitario, apartado de cualquier luz de alguna ciudad, o de alguna civilización

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El auto de David se estaciona en un lugar particularmente solitario, apartado de cualquier luz de alguna ciudad, o de alguna civilización. Por unos segundos, me quedo mirando hacia el gran vacío frente a mí, y no soy capaz de hacer nada, hasta que el sonido causado por la puerta al cerrarse de golpe, me trae a la realidad.

David rodea el auto, hasta colocarse frente al mismo, y apoya las palmas de sus manos sobre él.

—No quiero perderme —digo con un tono de reclamo, en lo que me doy cuenta de que no conozco nada del lugar en el que estamos.

David hace un gesto de fingida extrañeza, y yo abro la puerta para bajarme y analizar un poco mejor el sitio en el que nos encontramos.

—¿No estás lo suficientemente perdida ya?

Ladeo mi cabeza y adopto una expresión de confusión.

—Ven —extiende su mano hacia mí—, vamos a perdernos en nosotros.

Por unos largos segundos, mi cabeza se queda procesando sus palabras, y llego a la conclusión de que, a lo mejor, no las puedo comprender del todo.

Camino hacia él, quien se da la vuelta, y termina recargado en la parte delantera del auto. Tomo lugar a su lado, copiando su posición, y allí es donde me percato, que frente a nosotros hay un inmenso precipicio, incapaz de distinguir su fondo.

—¿Acaso me has traído aquí para lanzarme allí? —pregunto, en lo que señalo el evidente y enorme vacío.

—Podría ser buena idea, pero solo quería que vieras lo bonitas que son las estrellas entre toda esa oscuridad —confiesa, en lo que su cabeza se echa hacia atrás para tener una mejor visión.

Frunzo el ceño ante su respuesta.

—Veo las estrellas todos los días, ¿qué tienen de especial?

—Las podrás ver todos los días, entre esas miles de luces de la ciudad que opacan su brillo, o las podrás simplemente ver, pero nunca admirar como se debe.

—¿Te gusta admirar las estrellas? —inquiero, un poco perdida por su particular forma de hablar.

Gira su cabeza hacia mí, y la intensidad de su mirada me hace sentir diminuta.

—Me gusta admirar muchas cosas, las estrellas, probablemente, sean mi cosa favorita a admirar, creo que no he visto nada más lindo que el cielo de la noche estrellado.

Trago grueso, e intento mantener mi mirada en la suya.

—¿Ah, sí? —grazno—. Quizá sí sea el cielo estrellado lo más lindo que exista.

—O cualquier cosa que se le parezca, también puede ser igual de lindo —agrega él, y no entiendo del todo a qué se refiere, o qué quiere decir—. Perdón —masculla—. Nunca he sido bueno con las palabras.

Morphine © [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora