Sus caderas giraban. Sus manos recorrían esa piel suave y blanca. Sus labios besaban con vehemencia el cuello. Su miembro se enterraba más profundo en aquel orificio.
- Sigue, vamos dale.
Escuchaba al chico gemir debajo suyo, cómo las uñas se enterraban en la piel de sus antebrazos, las piernas lo empujaban más adentro.
Tan exquisito cómo el mismo chocolate.
Tan malditamente hermoso.
Tan sexy y encantador.
Desde que lo vio llegar en una motocicleta, cómo revoloteó sus rizos al aire en el momento en que liberó su cabeza del casco.
El pantalón negro abrazando las piernas.
El crop azul celeste combinado con la blancura de su piel.
La chamarra de cuero con correas.
Las botas.
El arete en su lóbulo derecho.
¿Cómo podría resistirse a tal persona?, Imposible, percibir su aroma de entre los cigarrillos y el sudor.
La mirada cargada de deseo mientras pasaba a su lado.
El atrevimiento de ofrecerle sexo.
Es por eso que ahora se encontraba en aquella habitación, entrando y saliendo de la cavidad, sintiendo cómo el anillo de músculo apretaba la base de su pene y le enviaba olas de placer azotadoras.
Una obra de arte.
El sudor mojando los rizos y pegandolos a su frente.
Los labios húmedos e hinchados.
Los ojos cerrados con fuerza.
Las mejillas rojizas y brillantes.
Si por enfrente era divino, ¿Cómo será por detrás?.
Saliendo de él y ganándose un gruñido desaprovatorio, lo giró, colocándolo en cuatro y una risa traviesa abandonó la garganta.
Gozó de esa espalda blanquecina salpicada por lunares.
Oh... Un tatuaje... Una bailarina en el omóplato derecho, el corsé, tutú y zapatillas de un rosado pastel que combinaba a la piel blanca.
Con su dedo índice recorrió la hendidura de la columna vertebral, llegando hasta las mejillas regordetas que tenían sus manos marcadas.
- ¿Vas a follarme o no? - Preguntó ansioso, empujando hacia atrás para chocar con el glande.
Sin demorar más, tomó la cintura con fuerza y se enterró, un gemido agudo resonó por las cuatro paredes y maldita sea si no disfrutaba escuchar esos alaridos de placer salir de la boquita tan pecaminosa.
Dentro y fuera era exquisito, la manera en que el túnel era tan estrecho, cómo a él le gusta.
El agarre en la cintura se apretaba más conforme las corrientes eléctricas recorrían su médula anunciandole su orgasmo, su pecho se deslizaba sobre la espalda, el contacto le encantaba, la suavidad de la piel y la necesidad de morderla se volvía agobiante.
El cuerpo se estremecía, ligeros temblores, extremidades flojas haciendo caer a los dos sobre el colchón, un azotador placer le llegó y simplemente se dejó ir dentro y tan lento, se sentía increíble, los chorros no paraban.
Cuándo dejó de llenar al chico, se entregó al cansancio, acostándose sobre el cuerpo y disfrutando de la calidez, se estaba quedando dormido pero los ligeros golpes le hicieron regresar a ese momento.