Joaquín Bondoni.
El último de todas las hermanas.
Después de la muerte de Miguel hacia tres años, Joaquín tuvo que regresar de su vida cómoda en España junto a Carlos, ese hombre español que con un par de palabras logró conquistar su corazón.
En España, Joaquín terminó la carrera de contaduría para poder hacerse cargo de la empresa que su padre había puesto en sus manos.
Todas sus hermanas ya estaban felizmente casadas y ya era tío de dos hermosos gemelos, Lucia, Ana, Carmen y Laura forjaron sus negocios lejos de la empresa familiar.
Joaquín siempre se tomó en serio el tema del matrimonio, tener hijos a quiénes darle todo ese amor almacenado, despertar junto al amor de su vida y él estaba seguro que ese hombre era Carlos.
Desde que lo vió quedó completamente enamorado de él, ese cabello rubio cómo rayos de sol, ojos azules, sonrisa encantadora, piel blanca, cuerpo fornido y ese acento español tan seductor que le enviaba corrientes de placer cuándo hacían el amor.
Seis años de relación suenan suficientes para contraer matrimonio pero para Joaquín aún era muy apresurado que su hombre colocara un solitario en su dedo anular, el peso de enfrentarse al mundo de vivir en pareja, superar peleas y pedir perdón cuándo no era su culpa era algo que le aterraba.
Joaquín fue testigo del amor verdadero entre Miguel y Sandra, cómo su madre sufrió la pérdida de su padre y eso provocó que su salud fuera en picada, cómo dejó de cuidar su aspecto, siempre metida entre las sabanas de su cama esperando la llegada de su muerte y volver a reunirse con su amor.
Pero Sandra no abandonaba el mundo de los vivos por una sencilla razon:
Ver a sus cinco ángeles con el amor de sus vidas, unidos en matrimonio y con nietecitos corriendo en los jardines, al menos sus cuatro hijas ya lo estaban consiguiendo pero Joaquín, bueno el tiempo se acababa y pronto su corazón dejaría de latir.
Al llegar a CDMX para empezar a manejar la empresa, Carlos alejó completamente a Joaquín de las cifras, gráficas y cálculos tediosos, siempre diciéndole que diera clases de ballet en lugar de meterse en rollos de hombres aprovechados que solo conseguirían sacar dinero de la empresa en lugar de invertir.
Así fue cómo nació ese pequeño salón de baile.
Joaquín dedicaba tres tardes de su semana a enseñar a niñas y niños el arte de bailar una de las mejores representaciones de la danza y también así nació el tatuaje de la bailarina en su omóplato derecho.
Ese tatuaje que marcaba toda su vida. Las tardes en que Sandra le enseñaba a sus hermanas y a él las técnicas, cómo las hermanas Bondoni preferían ir a entrenar con Miguel artes marciales y él se quedaba, disfrutando de estirar sus extremidades, girar y sentirse libre tal cuál colibrí.
Carlos tenía sus razones para que Joaquín no viera los movimientos sucios que hacía con el dinero de los distintos inversionistas, siempre inventando que un negocio no había surgido cómo se esperaba y que necesitaría más capital, sí, ya se entiende por dónde va la cosa.
El hombre español no estaba con Joaquín sólo por su belleza, es más, siempre fue heterosexual, complaciendo a Joaquín solo por compromiso, odiando cuándo el chiquitín le pedía sexo duro, que lo moliera en el colchón, incluso le molestaban los gemidos y la forma en que Joaquín gritaba su nombre cuándo llegaba al orgasmo, un hijo de puta totalmente, interesado en la millonada que tenía el pobre chico imbecil en los bolsillos.
"¡Joder Joaquín!, ¿Por qué tienes que utilizar ese tipo de prendas?, ¿No vez que es ropa de mujer?".