Capítulo 2

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Diecisiete años atrás, todos se habían quejado. A los otros diez no les había parecido justo tener que sufrir la misma suerte que Dailén. ¡Ellos ni siquiera se habían molestado en reclamar!

Arthen les dijo que tuvieran paciencia; la idea que tuvo era realmente interesante y daría buenos resultados, dentro de lo que cabía, y así se olvidarían del Cielo. La Tierra era mejor lugar para hacer lo que querían, pues en donde estaban no podrían crear su propio «mundo».

El compañero de vida terrestre de Dailén, Arthen, en cuanto se calmó el ambiente de furia que se había desatado, le había dicho que era mejor que encontrara una pareja; según lo que habían estudiado en el Cielo, los humanos siempre buscaban a otra persona con la cual compartir el resto de su vida.

Dailén estaba enojada. No podía creer que alguien que no era el creador le estuviera dando órdenes.

—No voy a hacer eso.

—Si no lo haces, el plan va a salir mal. —Arthen miraba a Dailén como si la fuera a matar, sujetándola de la barbilla con fuerza. Sin embargo, ella no le tenía miedo a la muerte. Ellos no podían morir.

—¿Cómo se supone que voy a tener una pareja… siendo un demonio? —preguntó ella, girando la cabeza a otro lado para liberarse del agarre.

Arthen suspiró. Dailén se complicaba la existencia, eso es lo que él creía.

Con un sonido gutural saliendo con fuerza y coraje de su garganta, el ser oscuro masculino cambió su apariencia física en cuestión de segundos.

—¿Có… cómo hiciste eso? —Dailén no podía evitar su sorpresa; su enojo de recibir órdenes seguía ahí, pero en menor medida.

—Si quieres, puedes. Solo explótate. —Su voz sonaba demasiado fuerte en los oídos de ella, quien cubrió su cabeza con ambas manos—. ¡Enójate, vamos! ¡¿Cómo no ibas a ser rechazada si eres una mediocre?!

La respiración de Dailén se aceleraba a medida que las palabras de Arthen llegaban a sus oídos aún cubiertos por sus brazos.

—¡Andaaaaaaa!

Quería gritar, pero la adrenalina y el dolor de cabeza no la dejaban. Tragó todo su enojo y un sonido gutural igual al que había producido Arthen segundos antes, salió de su garganta. Cuando eso pasó, Dailén se sentía diferente. Se sentía más pesada, pero a la vez tan liberada. Se sentía humana, aunque nunca lo llegaría a ser completamente, al igual que el resto de seres.

Arthen la tomó por los hombros.

—El rubio te sienta bien —dijo ya más tranquilo. Ella lo empujó y caminó sin rumbo, pero inconscientemente, ya iba en busca de una pareja—, pero necesitarás ropa. Y también yo.

*

**

Era de noche. Arthen y Dailén aprovecharon el sueño de los humanos para hurtar prendas de vestir de alguna casa. Era un lugar tranquilo el vecindario en el que se encontraban. Nadie —al menos eso parecía— se preocupaba por asegurar la puerta principal.

—Volvamos a nuestra forma —dijo Dailén.

—Qué cobarde… —susurró Arthen—. Tranquilízate y concéntrate en eso —añadió, volviendo a su forma de ser oscuro. Ella lo obedeció, aunque mentalmente la enfurecía, y atravesaron una puerta.

—No debemos robar…

—No debemos hacer muchas cosas. Él no debió de sacarnos del Cielo y lo hizo. Nosotros no debemos robar, pero lo vamos a hacer. Y fíjate en el humano que esté aquí, tal vez te guste para pareja.

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