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Principios de Septiembre, comienzo de clases. Los Hargrove y las Mayfield ya se habían instalado en la que sería su nuevo hogar. Una casa de un color amarillo apagado que desgustó al joven Hargrove en cuanto puso su mirada en ella. Sorprendéntemente encontraron una casa bastante buena con las habitaciones suficientes como para que todos pudiesen habitar allí sin pisarse los unos a los otros. Cada hijo tenía un cuarto propio y había dos baños, uno de chicos y otro de chicas. Esa norma fue dicha nada más ver el segundo baño, y fue un alivio. Al segundo día de llegar y sin haberse instalado al completo, ya tenían su baño echo un completo asco.
Colocar las cajas llenas que traía en su nuevo cuarto fue lo que más le gustó a la mayor de los Mayfield. Incluso llegó a sorprenderse a sí misma al llenar un cajón entero de su cómoda más grande con el maquillaje que tenía. La ropa no le cabía en el armario, así que lo de verano tuvo que quedarse en las cajas sobre el armario. En su tocador también colocó parte del maquillaje, lo que ella más usaba, además de objetos de higiene personal. Se tomó un tiempo sentada en la silla a juego mirándose al espejo y acomodando su anaranjada cabellera, siendo consciente de que todo aquello supondría un enorme cambio, y temiendo internamente sufrir un episodio bipolar, ya que ella realmente no era consciente de aquellos sucesos hasta que alguien se lo comunicaba.

La mañana en la que comenzaban las clases Leah se encontraba más risueña de lo casual, más enérgica. Ya sabían lo que significaba, pero la preferían de aquella manera y no de la contraria. Ella fue quien despertó a sus hermanos, incluso preparó el desayuno para todos. Todo aquello con una de sus cancioncitas favoritas reboloteando en sus labios. También preparó el almuerzo de Max y, sabiendo que Billy no querría nada, sacó algo de dinero para él y para sí misma esperando, que al menos, tuvieran un comedor.
Poco después se encontraron en el aparcamiento del instituto de Hawkins. Max había salido casi a la carrera para irse hacia su curso, pero Leah no se despidió como lo hubiese hecho en otras circunstancias. Se quedó sumamente callada observando hacia las puertas, con los nervios surgiendo en su estómago. Billy pudo notarlo por la forma en la que comenzó a jugar con sus largas uñas esmaltadas de su color favorito. Posó una de sus grandes manos sobre las ajenas llamando así su atención y con la otra agarró su mentón para que le mirase, le dió una reconfontarte sonrisa cuando sus ojos se encontraron.
Era casi irónico la forma en la que su comportamiento cambiaba cuando se trataba de la pelirroja, ni siquiera con su otra hermana era así. Cada vez que ella sufría un brote, él estaba allí para cualquier cosa, desde salir a las once de la noche a por helado para su emocionada hermanita a abrazarla toda la noche por temor a dejarla sola.

“No pasa nada. Ya sabes lo que va a ocurrir. Vamos a entrar y vamos a lograr que las bocas de todos estos estúpidos se desencajen.”

Ella lanzó una sutil risita que provocó al instante la sonrisa orgullosa que apareció en los labios del rubio. Quién, antes de salir del Camaro, le guiñó un ojo. Se llevó el cigarro encendido a los labios mientras rodeaba el coche ante la atenta mirada de todos y abrió la puerta de copiloto con dos espectadores especiales atentos a quién fuese a salir. La primogénita de los Mayfield agarró con una sonrisa la mano extendida de Hargrove y salió cuidando su falda oscura. Se colocó su anaranjada cabellera bajo la mirada divertida de Hargrove y rodeó la cintura de su hermanito mientras él rodeaba sus hombros, emprendiendo así su caminata hacia el interior del edificio.

“No sé cómo demonios no te matas con esas cosas.”

“Esas cosas, hermanito, se llaman tacones. Y los llevo estupendamente.”   Sacó como burla la lengua haciéndole reír entre dientes.   “Además, como si no te gustase que una chica lleve tacones.”

“Ahí me has pillado.”   Alzó levemente sus manos en son de paz con una sonrisa divertida mordiéndose la punta de la lengua.

“¿Crees que tendrán equipo de animadoras?”

Ahí estaba de nuevo esa emoción arrolladora con la que había amanecido. Hargrove la miró unos instantes, y es que prefería realmente un episodio de manía a un episodio de depresión. Aún recordaba con pavor uno de sus peores episodios, en el cuál pasó un mes en su habitación encerrada, alimentándose únicamente de lo que su hermano le obligaba a comer, llorando día y noche. Aquella versión de ella era tan diferente a la Leah que ella conocía que casi le hacía pensar que era una persona diferente.

“Tal vez tengas suerte.”

“Por favor, he sido la jefa durante años en California. Aquí será pan comido.”   Dijo aquello último echando un vistazo a una estudiante que se les quedó mirando, básicamente como todos.

“Intenta no machacarlas, preciosa.”   Respondió un divertido Billy mientras le abría a su hermana la puerta de secretaría.

Allí dentro había tal sinfonía de olores que Billy hizo una mueca de desagrado. Estaba todo cerrado y el temporal afuera no era para nada cálido. El ambiente olía a humedad, tinta de bolígrafo y plástico. Sobretodo el de las falsas plantas que decoraban las esquinas de la oficina. La mujer que se encontraba detrás del escritorio no podía tener más de cuarenta y cinco, pero con aquellas pintas era más que dudable. Dobló repetidas veces las mangas de su jersey verde oliva hasta dejarlas sobre los codos mientras se acercaban ambos hacia el escritorio. Aquella mujer alzó su redondeada barbilla para mirar con sus gruesas gafas a los de California.

“Vosotros debéis ser los nuevos alumnos.”   Incluso su voz sonaba a una mujer de la tercera edad, algo que despistó a Mayfield.

“¿Cómo lo habrá descubierto?”   Preguntó con sonra en un susurro el rubio, quién fue golpeado en sus costillas por el codo de la pelirroja.

“Así es. Esperaba que nos pudiese dar nuestros respectivos horarios.”

Algo que tenía ella era que siempre lograba conseguir cualquier cosa que se propusiera. Tenía el don del habla, como su hermano le decía. Además de una sonrisa radiante que podía cegar al más estúpido. También palabras suyas.

“Por supuesto, corazón. Díganme sus nombres y en seguida les traigo los horarios.”

Leah Mayfield y William Hargrove.”

Con un asentimiento la mujer se alzó las gafas desapareciendo en por de las puertas con cristal translúcido. Mayfield se giró hacia su hermano con una fingida sonrisa inocente y él simplemente rodó los ojos divertido. Intentó hacerse el molesto cruzándose de brazos y mirando hacia otro lado, aunque nunca podría enfadarse con ella. Por otro lado, Leah se apoyó en el escritorio mirando a su hermano con el ceño y los labios fruncidos.

“¿Te has enfadado, hermanito?”

La voz de la pelirroja, en aquella ocasión, salió de sus labios con un evidente tono infantil, mientras colaba sus manos bajos los fuertes brazos del rubio y rodeaba con los propios su cuerpo en un abrazo que acabó siendo respondido.

“Nunca podría enfadarme contigo, preciosa.”

Un fingido carraspeo interrumpió la escena justo cuando Hargrove depositaba un casto beso en la pálida frente de ella. Se separaron para ver a la mujer de antes mirándoles por encima de las gafas y dejó sobre la mesa una hoja fotocopiada.

“Por suerte ambos estáis en la misma clase. Empieza en unos... Cinco minutos. Espero que paséis un buen primer día de clase y bienvenidos a Hawkins.”

Leah fue quién agarró el horario, enrollándolo cuidadosamente entre sus manos como un cono, mostrándole otra de sus encantadoras sonrisas al igual que hizo Billy.

“Muchísimas gracias.”

“Solo una pregunta.”

La joven detuvo su caminar haciendo girar su cabellera al mirar nuevamente a la mujer con las cejas alzadas esperando a escuchar dicha pregunta.

“¿Cómo es California?”

Billy abrió la puerta mientras la escuchaba y Leah mostró una abierta sonrisa mientras respondía:   “Paradisíaco.”   Antes de girarse y salir junto a su hermano de la recepción para dirigirse a la primera clase del día y del curso.

Bipolar |  Steve HarringtonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora