Prólogo

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|Prólogo|

Prólogo: La llegada a la Academia Seidō.



En alguna parte del piso superior del ala Sur


— ¿¡Por qué narices será tan grande este sitio!? —una voz estridente y desesperada resonó.

Subía por una gigantesca escalinata marmórea enfundada en una ostentosa moqueta de terciopelo rojo, mientras observaba a su alrededor como una auténtica gallina chiflada. Grandes ventanales con cortinas carísimas bordadas en oro, columnas corintias con finas estrías, lámparas de Tyffany's... Si lo que sentía no era estrés puro al verse tan fuera de lugar, era sin duda asco por todo ese despilfarro injustificado. Y..., de nuevo, ¿dónde se supone que estaba el club que tanto había estado buscando durante la mañana? Creyó que podría morir antes de encontrarse con un ser vivo en esas instalaciones de medidas colosales.

Volvió a sacar el panfleto que le habían dado en la entrada, y una venita se marcó en su frente. ¿Qué había con esos aires? ¡Era un jodido instituto, no un museo histórico! Apartándose un poco el pelo castaño de los ojos intentó, por enésima vez, descifrar aquél jeroglífico. Estaba en inglés, en francés, ¡quizás en latín! Y él no podía leer ni el silabario en katakana...

Lo estrujó en sus manos, incapaz de interpretar el plano con imponente caligrafía en cursiva, y después de frustrarse gritando en silencio por unos segundos, dejó fluir la ira y siguió subiendo escaleras, vencido.

De esta manera caminó por un largo pasillo decorado con carísimos cuadros rococó europeos, hasta que se detuvo frente a las últimas puertas en el fondo del pasillo, sobre las cuales se leía "Club Espíritu de Seidou". Parpadeó como un idiota sacándose, violentamente, otro papel arrugado del bolsillo en el que leyó exactamente lo mismo. Ahí estaba, eso era. ¡El lugar que tanto había estado buscando desde esa mañana! Rió nerviosamente con un tic en el labio, y emocionado como nunca antes, dio por fin el paso para empujar la enorme puerta de madera de roble pintada en blanco. Se abrió mostrando un brillo del que jamás había sido testigo.


Y puede que nadie le creyera, pero en ese momento una ráfaga de pétalos de rosa voló como en un manga shōjo.


— Bienvenida. —un eco de voces pulidas y vibrantes le dio la bienvenida, y para cuando pudo enfocar hacia el centro de la sala, acostumbrándose a esa luminosidad desmesurada, parpadeó como un pobre idiota.


Un grupo de una veintena de apuestos príncipes —eran muchachos normales—, de pies entorno a uno en especial sentado en algo parecido a un trono, eran tan brillantes por su porte y su galantería que tuvo que apartar la mirada dramáticamente. Se dio la vuelta y se apoyó con la mano en la pared, recuperándose de la impresión, al momento en el que una voz comentó, de la nada. — Oh, es un chico.

Él no se sintió tan relajado, en cambio, e hiperventiló unos segundos mientras mascullaba incoherencias. Explotó con un: — ¿¡Qué demonios pasa con este hermoso grupo!? —lo que, casi al instante, fue secundado por una estúpida e irritante risa que se volvería su peor pesadilla.

El hombre del trono, levantándose con una elegancia que no terminaba de cuadrar con esa risilla molesta, empezó a acercarse a él. Y cuando lo tuvo cerca, se tensó al mirar hacia su perfecto rostro de ikemen*, encogiendo las rodillas e intentando fundirse con la pared mientras buscaba a tientas la perilla desesperadamente. Este lo vio, estaba seguro, pero solo se limitó a seguir riéndose de esa manera tan exasperante, y después sonrió con burla.

— Bienvenido al Club de Anfitriones de la Academia Seidou, estudiante becado-kun. —dijo, mientras que a él, Sawamura Eijun, un escalofrío le recorría la espalda.


El instituto privado Seidou es, en el sentido teórico y práctico de la palabra, el centro educativo para ricos de Japón por excelencia. Aquél lugar donde los grandes magnates, los empresarios más exitosos, los antiguos nobles y otros tantos acuden para asegurarse de que la educación de sus hijos sea, en manos de los mejor cualificados profesionales, la mejor. Número uno en estatus social, con la participación anual de inversores internacionales y grandes sumas de dinero llegadas desde todo rincón del extranjero. Una academia con todo tipo de lujos, donde aparte de estudiar las jóvenes promesas de triunfo —gracias a sus padres, de hecho— tienen la capacidad de tomar parte en todo tipo de actividades. Esgrima, hípica...


¿Y qué pinta exactamente ahí alguien como nuestro querido protagonista Sawamura Eijun? La razón es simple.


Proveniente de una familia de clase media-baja, con calificaciones promedio tirando a bajas, lo único en lo que un chico como Eijun había sobresalido, ignorando su mundialmente conocida energía y falta de vergüenza al ridículo, había sido su mayor pasión.

El BEÍSBOL.

Si alguien le preguntara alguna vez por ello, no estaría muy seguro de cuando empezó, pero podría jurar que llevaba toda la vida jugándolo. Su abuelo siempre le había dicho que era un manta, y realmente no se dio cuenta de que era realmente bueno hasta el año anterior, en su último año en una secundaria pública, cuando una agradable onee-san se lo había dicho. Ella misma le dijo que, si estudiaba y conseguía una nota promedio decente y si lograba llevar a su equipo por lo menos hasta la semifinal del torneo de su prefectura, ella llevaría los trámites para que pudiera ir a una escuela donde nunca volvería a querer dejar ir el béisbol.

Sus amigos le llamaron imprudente, pero es que él era esa clase de persona que hace las cosas guiado por el juicio de su corazón, y se zambulló de lleno en esa meta. Desde que la escuchó hablar, e investigó sobre el tal 'equipo de Seidou', no pudo quitarse la idea de la cabeza; aunque, realmente, todo aquél asunto no importó demasiado cuando su verdadera meta simplemente fue la de disfrutar y ganar el torneo de la región. Sin utilizar a sus compañeros para beneficiarse, acabó simplemente por ser gracias a su simple naturaleza que los planes le salieron bien y consiguió una beca para Seidou.

O al menos creía que le habían salido bien hasta que entró en lo que se suponía que debía ser el club de baseball, y se encontró con esa cuadrilla de modelos de revista rosa.


Volvió a parpadear sin entender bien su posición y, con la cara en una graciosa mueca de incredulidad, empezó a sudar como un grasiento cerdo. Todos lo estaban mirando. Todos con esa aura de magnificencia.
Huraño como una viejecita pocha, intentó disculparse de nuevo con el tipo de las lentes que tenía delante y parecía ser el líder de esa panda de guaperas, e iba a hacer el amago de irse con la excusa de "haberse equivocado de club", cuando una mano cortándole el paso le hizo volver a detenerse in situ.

— No te equivocas de club, en realidad. —comentó fanfarrón aquél muchacho, entre dejando salir una risilla ridículamente odiosa; y, entonces, marcó su sentencia—. Este es el club de béisbol. —para después estirarse, extendiendo los brazos hacia el resto de chicos, y decir—. Bienvenido al Seidou Host Club, baaaaaka.


Y Eijun, cómo no, deseó no haber subestimado el tiempo libre de los ricos.






Ikemen*: es un término utilizado en japonés para definir un chico "muy guapo", de buen parecer, etc.

¡¡Aquí está!! Tenía unas ganas que no podía con ellas de comenzar esta historia basada en OHSHC, de veras. Será un All xSawamura, con sus toques de drama y de humor, todo alrededor de lo que sería un club de béisbol que da servicio de anfitriones también. ¡Espero que guste y, de antemano, gracias por leer! Me gustaría escuchar las opiniones.

Seidou Host Club | All x SawamuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora