Apology

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Los días habían pasado y poco a poco la ciudad comenzaba a ser nueva y sin rastros de lo que anteriormente había sucedido. El CNI se encargó de limpiar todo y evitar la prensa amarillista, pues la imagen tanto de su organización como la del CNP no podía estar manchada por sucesos conflictivos pasados.

Conway hojeaba el proceso de renovación de la iglesia y su carta de renuncia que la señorita Evans le había entregado, en ella se reflejaba la totalidad de la desacreditación de títulos nobiliarios y la respectiva jubilación otorgada, pues debido a su comportamiento sellado en el registro, el no aceptar aquella vacía renuncia, una demanda caería sobre él y sus subordinados.

Entre más hojas y carpetas, encontró por fin lo que tanto le interesaba: el acta interna del hospital psiquiátrico donde Gustabo había sido trasladado una vez libre de peligro. Hoy era el día que lo vería de nuevo y no sabía si estaba listo para poder mirar aquellos ojos azules que tanto había extrañado.

Se levantó de su escritorio y caminó hacia la puerta con ayuda de un bastón, su columna aún dolía y la herida que tenía en su costado izquierdo no ayudaba demasiado en su estabilidad. Pero él era un hombre fuerte, si guerras no lo mataron, un dolor no iba a hacerlo.

Salió de su casa rumbo al hospital, su corazón latía tan fuertemente que fue incapaz de pronunciar alguna palabra cuando lo tuvo enfrente. Las cicatrices en su rostro y brazos habían desaparecido, su cabello rubio estaba cortado como de costumbre y aquella barba blanca había desaparecido, dejando piel blanca a la virtud ajena.

El doctor le dio órdenes sobre el manejo e ingestión de sus medicamentos, la orden de traslado había sido aprobada y se dirigían por fin a casa. Los documentos ya estaban guardados y las firmas estaban ahí indicando el movimiento legal por inestabilidad mental de alguien que había cometido actos capaces de arrebatar vidas.

El pelinegro condujo hasta casa y Gustabo no dijo ninguna palabra, pues ya sabía toda la historia, los investigadores eran tan charlatanes que no se daban cuenta de lo mucho que el rubio los hacía hablar. Fue cuestión de minutos su silencio, Conway estaba demacrado a sus ojos, lo veía caminar con dificultad mientras trataba de buscar vida y poder en aquellos ojos que una vez fueron capaces de leerlo.

Su mirada estuvo siempre en su espalda y sin decir la más corta oración, entraron a casa. Conway se dirigió a su escritorio para seguir buscando alguna manera de no perder lo único que le quedaba y mantenía con vida: su trabajo.

Gustabo lo miró y se repudió completamente. Sabía la historia, sabía lo que hizo. Aquellas palabras de su doctora diciéndole que no fue él, sino alguien más dentro de su cerebro ya eran frases frías y sin sentido. Destruyó al único hombre que una vez juró morir por él, le arrebató todo; había matado por dentro no sólo a Conway o a su hermano, sino a él mismo.

Se dirigió a dónde Jack, dejó las medicinas en el escritorio y esperó la mirada que tanto conocía. Esa que lo regañaba e interrogaba cuando estaba en el trabajo; esa que una vez fue testigo del primer beso y de la primera muestra de afecto de Conway después de años de luto. Y cuando por fin la tuvo, habló:

-Conway... -Dijo desviando la mirada. Sentía verguenza, se sentía como un maldito loco psicópata incapaz de hacer algo bien por los demás; se sentía sucio, era una mierda que no merecía el perdón de nadie ni ser sacado de ese hospital donde día a día estaba encerrado en cuatro paredes volviéndose más loco por el silencio, le era imposible creer las palabras de las demás personas y hasta dudaba de la realidad del verdadero mundo. -Yo... Yo no...

-Anda a descansar, Gustabo -interrumpió el mayor para evitar escucharlo. Su pecho se contrajo cuando la voz de Gustabo se trabó, ahí el primer síntoma postraumático: la tartamudez.

SINNERS || INTENABO +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora