【Capítulo 1: Willow Dolohov】

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"Y todos los niños gritaban por favor detente, me estás asustando. No puedo evitar esta horrible energía. Tienes razón, deberían tenerme miedo. ¿Quién tiene el control?"

Bellatrix Lestrange, de soltera Black, había sido la mejor amiga de su madre durante su tiempo en Hogwarts e incluso después de terminar sus estudios; ambas mujeres eran inseparables, las dos creían firmemente en la pureza de la sangre, en la superioridad que las familias de sangre pura tenían por sobre los mestizos y sangres sucias y, por sobre todo, creían que eran estas familias, sus familias, las que debían de manejar y mejorar el mundo mágico.

Fue por esa misma razón que a nadie le sorprendió que juntas tomasen la decisión de unirse a las filas de Lord Voldemort, el mago oscuro más poderoso desde Grindelwald, un hombre que quería tomarse el poder para dominar a todo aquel que, a sus ojos, no mereciese la magia que corría por sus venas.

Juntas eran imparables, juntas torturaron y asesinaron a tanto sangres sucias como a traidores de la sangre; fueron responsables de las muertes de los gemelos Prewett y de llevar a la locura a la pareja de aurores Longbottom, eran dos de las favoritas del señor oscuro.

Fue en este contexto que su madre, Meredith Rowle, perteneciente al grupo de familias sangre pura denominado como Sagrados Veintiocho, contrajo matrimonio con otro sangre pura fuera de este grupo, pero cuyo apellido era igualmente respetado por tratarse de uno de los servidores más leales de Voldemort, Antonin Dolohov.

Antonin era todo lo que ella era, solo que multiplicado por diez. Era muy hábil en la magia oscura, era despiadado, cruel, sanguinario y violento. No había ni una sola pizca de compasión en su cuerpo, lo más cercano era la lástima que sentía por aquellos sin magia, lástima que era vencida por el nivel de asco y odio que les tenía.

Pero, a pesar de esto, Antonin y Meredith sí sentían amor, amor que consumaron y transformaron en una pequeña bebé de ojos oscuros que se transformó en su luz en la oscuridad, en su razón de convertir un mundo infestado por escoria en uno en que los magos y brujas controlaran todo, un mundo mejor para su niñita.

La nombraron Willow y convirtieron a Bellatrix en su madrina. La bruja, aunque desinteresada al principio, descubrió en la pequeña un nuevo motivo para seguir con la lucha junto a su amado señor tenebroso, queriendo estar ahí para asegurarse de que, llegado el momento, la pequeña Dolohov pelease junto a ellos también.

Jamás lloró, era la bebé más silenciosa y tranquila; se dedicaba a observar con sus oscuros ojos café todo lo que ocurría a su alrededor, muy atenta a los colores y chispas que salían de las varitas de sus padres y a los gritos y exclamaciones de dolor que dejaban las bocas de sus invitados. Siempre miraba con fascinación, sus padres eran increíbles a sus ojos.

Creció, era una pequeña observadora que había heredado la naturaleza cruel y despiadada de sus padres. Aún no tenía varita, pero había hecho sangrar a más de una persona con solo observarla con desprecio, sus puños siempre a sus costados apretados con fuerza cuando lo hacía.

La habitación estaba completamente a oscuras. Apenas lograban filtrarse por las cortinas uno o dos rayos de luz de las farolas de la calle. Todo estaba tranquilo, ni siquiera un insecto volaba en la casa, no provenía ni un ruido del exterior, ni de perros ladrando ni de autos. Era una tranquilidad que provocaría miedo a cualquiera, por el silencio y la ausencia de movimiento, silencio sepulcral que se mantuvo hasta fue roto por un agudo grito de dolor, seguido del seco ruido provocado por un cuerpo al caer al suelo.

Una pequeña niña, de no más de cinco años de edad, se incorporó en su cama y soltó una risita: su padre estaba jugando. Se levantó y, dando saltitos que hacían volar los pliegues de su camisón, llegó hasta la sala de su casa, tomó asiento en su sofá preferido la comodidad primero— a una prudente distancia y se dedicó a ver el espectáculo. Su padre se veía más feliz que nunca, aquel juguete parecía gustarle mucho.

—¿Es un sangre inmunda, papá? —se atrevió a preguntar la pequeña, ladeando la cabeza en un gesto inocente poco común en ella.

Su padre volteó a mirarla sorprendido por no haberse percatado de su presencia, pero sonriendo orgulloso por su sigilo y respondiendo de todos modos.

—Peor, cariño contestó el hombre, limpiando el sudor de su frente con la manga de su túnica. Tenía sangre salpicada por toda la ropa y parte del cuello, rozando su mentón— Es un asqueroso muggle.

La sala se quedó nuevamente en silencio a excepción de las súplicas y jadeos de dolor del hombre que yacía en el suelo, siendo atacado por el padre de la chica, pidiendo piedad a gritos, dañando su garganta. 

Lo que no sabía era que los hombres como el que lo torturaba no sabían el significado de piedad, los mortífagos jamás la tenían, y mucho menos con un muggle que se atrevía a colarse en su hogar e intentaba robarle.

El ladrón, cubierto de sangre y respirando con dificultad, cerró los ojos, rogando en silencio que dieran fin a aquella tortura.

—¿Ya botarás tu juguete, papi? —fue la siguiente pregunta de la castaña, luego de un cuarto de horas de gritos y sangre derramándose en el suelo— ¿No jugarás más con él?

—No, cielo —respondió una voz femenina, su madre apareciendo por la puerta de la cocina con una inquietante sonrisa, inquietante para cualquiera que la viera y no la conociese, claro, porque para su hija era de lo más normal— Mami acabará con él.

Un rayo de luz verde iluminó la habitación y acabó estrellándose en el pecho del ladrón, que permanecía ahora rígido en la misma posición de antes, con los ojos cerrados, para no abrirlos más.

Willow aplaudió, sus pupilas dilatadas por la emoción del momento— ¿Cuándo podré jugar yo?

—Más adelante, pequeña, más adelante —fue la respuesta del padre, que alzaba el cuerpo con la ayuda de su varita mientras su esposa se acercaba a la ya somnolienta niña para cargarla devuelta a su cama— Dulces sueños.

La puerta del cuarto de la niña se cerró a la vez que lo hacían sus ojos, mientras sus padres, del otro lado, desaparecía el cuerpo del muggle al que acababan de asesinar. 

Recordaba a sus padres con admiración; eran fuertes, poderosos y tenían las convicciones correctas, convicciones y moral que ella había heredado.

Sabía que las posibilidades de volverlos a ver eran nulas; ambos habían sido condenados a pasar toda la vida en Azkaban por sus crímenes y activa participación en las filas de Lord Voldemort, pero. aún así, quería hacerlos sentir orgullosos en caso de que los pudiese ver otra vez.

Era una Slytherin e hija de mortífagos, y estaba orgullosa.

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avada kedavra ○ harry potter Donde viven las historias. Descúbrelo ahora