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"¿Quién puso al bebé a cargo? Ya es difícil comprar todas las piezas y aprender a usarlas. ¿Quién puso el mundo en mis hombros y no en mis manos? Solo denme una oportunidad"
Su madre había sido, por todos sus años en Hogwarts, una traidora a la sangre.
Marianne Avery, de los mismos Avery que figuraban en la lista de veintiocho familias de sangre pura más respetadas del mundo mágico y, aún así, su corazón, ideal y morales se encontraban muy lejos de las convicciones de los suyos.
Perteneció a la casa de Ravenclaw y coincidió con los padres del niño que vivió, formando parte, aunque en secreto, de La Orden del Fénix, organización que buscaba vencer a Lord Voldemort y sus seguidores.
Había tenido, por fin, una familia. No estaban conectados por sangre, pero pensaban y sentían lo mismo, sus corazones latían por una misma causa, se sentía en casa, como jamás lo había hecho junto a sus padres obsesionados con los status de sangre. Estaba haciendo algo por el mundo mágico, lo estaban convirtiendo en un mundo mejor para todos, para el recién nacido de su mejor amiga y para la bebé que ella misma traería al mundo.
Pero no se puede escapar de la oscuridad cuando naciste en una cuna rodeada por la misma, no podemos escapar de nuestras raíces y no podemos huir toda la vida y eso Marianne lo aprendió de la forma más dura posible.
Una noche. Una noche había bastado para perderlo todo y regresar a la casa en que nunca se sintió a gusto, desesperada por que la recibiesen de vuelta y le dieran a ella y a la niña que llevaba en su vientre una oportunidad de redimirse, de tener la vida que necesitaban.
Porque el Señor Tenebroso había encontrado a sus amigos, pero no permitiría que se le acercara a ella ni mucho menos a su futura bebé; pero para hacer eso, para asegurar su seguridad y la de la niña, debía acercarse a las llamas más de lo que le gustaría, pero no solo eso.
Debía atravesar el fuego y unirse a los que ocasionaban los incendios; solo así estarían a salvo.
La mujer se paseaba de lado a lado por la estancia, se notaba nerviosa, pasaba las manos por su cabello castaño una y otra vez y las lágrimas se acumulaban en sus ojos. Su madre, una mujer ya mayor, de cabello grisáceo y ojos marrones la observaba en silencio, negando con la cabeza.
—¿Qué voy a hacer? —hablaba alterada la mujer, mirando desesperada a la mujer que le había dado la vida— ¿Ser una madre soltera, con como están las cosas?
—Vas a callarte, tomar tus cosas y venir conmigo —fue la respuesta de su madre, calmada pero autoritaria, tal como la recordaba.
—¿Contigo? ¿A dónde? —la mujer aguantaba las ganas de llorar mientras sus manos acariciaban su pancita; los hechos de la noche anterior aún sin procesarse por completo.
—Vas a hacer lo que deberías haber hecho hace años —gruñó la mayor, tomando el saco de polvos flú sobre la chimenea— hacerle honor a tu apellido, casarte y estar con las personas correctas.
Marianne siguió a su madre ciegamente. Obedeció cada una de sus órdenes y cumplió cada uno de sus caprichos, asistiendo a fiestas y reuniones con personas y familias cuyos apellidos reconocía de la escuela, todos, o al menos la gran mayoría, ex slytherins que ahora formaban parte de algo mucho más grande y despreciable, algo contra lo que ella había luchado y que ahora debía observar y aceptar en silencio.
Mortífagos caminaban libres frente a sus ojos, con las mangas arremangadas y las cabezas en alto, orgullosos de la marca que adornaba sus brazos, haciéndola sentir asqueada del puro hecho de estar allí.
Pero su madre colgaba de su brazo y le sonreía a todos, hablando por ella y, sorpresivamente, las personas en ese lugar la respetaban tanto que ignoraban el hecho de que su hija hubiese sido una traidora de la sangre, saludándola también, fingiendo que eran sus amigos desde siempre.
Se sentía enferma, pero luego tocaba su vientre, que aún no era del todo notable, y recordaba porqué lo estaba haciendo, porqué estaba renunciando a todo lo que alguna vez significó algo para ella y lo cambiaba por ostentosas fiestas y máscaras de mortífago.
Lo hacía por su bebita.
Si fuese solo ella, no habría importado morir peleando por lo que creía correcto; si Voldemort la encontraba y se enfrentaba a ella, incluso si le ofrecía un lugar en sus filas, habría preferido combatirlo y morir con sus convicciones y morar intactas.
Pero ahora no podía pensar solo ella, no podría pensar solo en ella nunca más y, por eso, cuando Augustus Rookgood pidió su mano a pesar de que estuviese embarazada de otro hombre y a pesar de su pasado como traidora, Marianne aceptó sin dudarlo.
Y así nació Brenda, llevando el apellido de un hombre al que no alcanzó a conocer, pues fue encarcelado, completamente ignorante al hecho de que en realidad no era su padre biológico, ni con el menor conocimiento de cómo había sido su madre antes de contraer matrimonio y tenerla a ella.
Creció jugando y aprendiendo del mundo a su alrededor, amando cada segundo en que sus pies tocaban el pasto recién cortado y los rayos del sol acariciaban su rostro. Creció persiguiendo a su mejor amiga Ivy por los pasillos de su mansión y poniéndose triste cada vez que su madre o los Malfoy iban a recogerla, pero volviendo a sonreír cuando su mamá la alzaba en brazos y la llevaba a leer.
Su abuela la quería y ella no lo sabía, pero intentaba moldearla como no había podido moldear a su hija; hablándole sobre lo hermosa que era y la sangre pura que corría por sus venas, enseñándole cómo debía comportarse y poniendo de ejemplo a las demás hijas de las familias con las que trataban y compartían, Willow Dolohov, Anabel Yaxley, Ivy Crouch... Jóvenes que, según la mujer, eran el epítome de una slytherin perfecta, incluso cuando Ivy aún no empezaba su primer año.
Su madre guardaba silencio y jamás le contaba sobre sus años en Hogwarts, incluso cuando su hija preguntaba y preguntaba, la curiosidad evidente en su mirada y labios que formaban un puchero; se limitaba a leerle y asegurarse de que aprendiese mucho, alimentando esa curiosidad de otras formas.
Y esa curiosidad daría frutos pronto, cuando en un año asistiera a Hogwarts. Ahora debía contentarse con despedirse de su mejor amiga desde la estación, viéndola lanzar besos y saludos desde la ventanilla del tren, Draco intentando jalarla para que saliese de la ventana.
Brenda era inteligente y esa inteligencia tenía muchas capas, tantas como la vida de su madre y las historias que algún día llegaría a conocer, quizá no de la boca de la protagonista, pero de alguien muy cercano a ella.
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El próximo capítulo es la presentación de Ivy Crouch y la amo tanto que no puedo esperar a que también la conozcan JAJAJAJ mientras cuéntenme qué les han parecido las otras tres bebitas.
Besos,
Connie.
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avada kedavra ○ harry potter
FanfictionNacieron en medio de muertes y caos, la luz del morsmordre sobre sus cabezas y grabadas en sus cerebros antes de que aprendieran a hablar. Su destino estaba marcado desde que comenzaron a manejar la varita y sus secretos más oscuros residen sobre su...