CAPÍTULO III (II)

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—Usted, que ha sido.... bendecida, con los recuerdos felices del lugar donde se crio, puede decir eso. Pero las personas no siempre vuelven a su «Hogar» Tampoco lo aman—interrumpió Erick, diciendo más de dos palabras por primera vez en toda la cena.

—Nunca dije que el hogar es donde una persona se cría, milord, tampoco dije que mi hogar fuesen esas murallas del convento. Mi hogar son mis amigas, las hermanas y los pequeños retoños. Son los recuerdos felices, a pesar de que todo haya cambiado. Hay ocasiones, milord, en que el hogar, no se consigue sino después de mucho tiempo. Así que, mi deseo para todos los que se encuentran en la mesa esta noche, es que consigan un hogar—dijo, mirándolo atentamente, con una cálida sonrisa.

—¡Han sido palabras hermosas, señorita Adele! —Erick aprovechó la intervención de la señora Trevor para escapar de la mirada de Adele. Apretó sus labios, dejó la servilleta de tela en la mesa y se levantó pidiendo disculpas.

—Creo que debemos retirarnos antes de que anochezca más.

—¡Tiene usted, razón, milord! Sería muy peligroso que anden por ahí tan tarde. Por la limpieza no se preocupe, señorita Adele, la señora Galena y yo nos encargaremos.

—Supongo que usted también tendrá que quedarse aquí, señora Trevor. Es muy peligroso ir por aquí de noche. Estoy segura que el doctor Weston tiene una habitación extra—Erick la miró con reproche ¿Cómo podía tener la mala educación de ofrecer habitación en una casa ajena?

—¡Po-por supuesto! La señorita Adele tiene razón—dijo el doctor, sonrojado. Adele sonrió victoriosa, de forma muy discreta. George miró a la gitana, lugo a su padre y luego a la señora Trevor. Entreecerró sus ojos y luego bufó molesto, largándose de allí.

En el trajín de mandar a alguien al castillo para buscar el carruaje, se perdería demasiado tiempo. El conde optó por decirle a Adele que subiera a su caballo para llegar lo antes posible.

«Es de noche, nadie lo notará. Por eso lo hago. Súbase» —le había dicho el conde. Adele se dijo que sólo le había faltado gruñir.

¿Tenía opción alguna? Podría caminar, pero el conde lo vería como un desprecio y no quería generarle más descontentos. Asintió y se subió sola, dejándolo con la mano extendida. Con desgana, se sujetó de su saco. Emprendieron camino.

—No sabía que también era casamentera—comentó él, rompiendo el silencio.

—Es mi pasatiempo secreto y favorito.

—Lo noté—Adele no respondió. La miró de reojo— También noté que toda la comida no tenía ni un trozo de carne ¿No tenía el dinero para comprarla? Debió haberme dicho. Los niños necesitan proteínas—Adele rio y Erick volvió a echarle un vistazo de refilón, sin entender por qué reía.

Sin entender por qué tenía ganas de sonreír al escucharla.

Estaba loco.

—Fue a propósito. No como carne, y, por tanto, tampoco preparo platos que la tengan. Le aseguró que el plato que consumieron hoy tiene más proteína que un trozo de carne.

— Por qué no me sorprende.

—En uno de mis tantos viajes, fui al Tíbet ¿Conoce usted a los tibetanos?

—He oído hablar de ellos, pero no creo que se iguale a lo que usted posiblemente sepa de ellos.

—La mayoría de los tibetanos, para no decir todos, practican el budismo. Es una doctrina que no se centro en la devoción de ningún dios, sino en el desarrollo del espíritu de forma individual a través del desapego material, la meditación y una visión más profunda del mundo que conocemos. Ellos creen en las reencarnaciones del alma humana. Usted puede morir y reencarnar en un graaaan elefante o en una diminuta lombriz de tierra. Y es esa la razón por la que no atentan contra ninguna vida. La vaca que usted come podría ser su madre, su primo o su hijo.

ADELE: ALMA DE GITANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora