PRÓLOGO

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Todo a su alrededor estaba borroso. No podía ver que era lo que le rodeaba, sus ojos solo enfocaban a dos personas, una detrás de otra. Logró reconocer a la que está arrodillada.

—¡Ivy!—gritó al notar que el hombre que estaba detrás de ella sacó una daga, lo reconoció, lo había visto en algún otro lado—¡Ivy, huye! —corrió con todas sus fuerzas, pero sentía que no se movía del mismo lugar—. ¡Ivy!—el hombre pasó la filosa daga en su cuello. Ivy cayó apenas la sangre comenzó a rodar de su cuello. Con los ojos abiertos y mirando a Adele. Una lágrima rodó por la mejilla de la castaña.

La imagen comenzó a tornarse cada vez más borrosa, sólo podía escuchar los gritos agonizantes de sus amigas, sus sollozos y sus lamentos.

«¡Adele!»

Se levantó con la respiración entrecortada, sudorosa y con los ojos acuosos. Ese maldito sueño otra vez. Restregó sus ojos y se levantó. Buscó entre su bolso tejido un poco de Valeriana para prepararlo. Estaba durmiendo en medio del bosque, en una tienda que ella misma montaba y desmontaba sin complicación alguna. Encendió el fuego. El sol apenas y estaba saliendo y hacía algo de frío. Se envolvió en una manta y suspiró, sin dejar de ver las llamas que consumían la madera.

—Erick Beaumont—dijo en voz baja.

Sin duda alguna, ese era el rostro que veía siempre en aquel sueño y que le atormentaba de distintas formas. Cuando soñaba algo tan a menudo, eran pocas las probabilidades de que no se cumplieran, a menos que ella interviniese de forma directa. Por esa razón estaba entre los bosques del condado de Rutland, de camino al castillo de Rutland. Estaba intentado hallar la solución para que aquel sueño no se cumpliera.

Antes que nada, debí comprender por qué se presentaba tal desenlace. No actuaría de forma impulsiva. Agotaría todos los recursos que no tuviesen violencia. Y es que, ella simplemente no podía creer que Erick Beaumont fuese un asesino a sangre fría. Era un médico, le gustaba ayudar a las personas, no al contrario. No negaba el hecho de que era la única persona a la que no podía verle un futuro o pudiese ver más allá de lo que él mismo le mostraba, que era un evidente desprecio por sus raíces de gitanas, y que al no tener idea de sus intenciones o ver su corazón, la posibilidad de que su sueño eran aún más alta.

Aquel sueño, era lo único que podía ver de él y eso le aterraba y le intrigaba a tal punto de atormentarle.

¿Qué desencadenaría la maldad de aquel hombre?

¿Cómo podía evitarlo sin recurrir a la violencia?

¿Podría cambiarlo?

Atizó el fuego y dejó la cacerola con algo de pétalos de valeriana en ella. Asintió decidida.

Por supuesto que sí. Por alguna razón la naturaleza la había regalado aquel don. Por alguna razón le presentaba aquel sueño.

Tenía que evitar que todo eso pasara.

Debía salvar a Ivy.

También a Erick Beaumont.

Había logrado que sus amigas fuesen felices, las había persuadido de consumar sus venganzas. Haría lo mismo con él.

Sí. Le ayudaría a ser feliz.

(Suspiro) Nótese mi grave impulsividad e impaciancia. Les traigo el prólogo para que la guarden en sus bibliotecas, pero a primero de Octubre iniciamos. Voy a aguantar, tengo que ser fuerte y no sucumbir a sus comentarios XD

¡Nos leemos!

A.R. 

ADELE: ALMA DE GITANADonde viven las historias. Descúbrelo ahora