Una herencia

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1812

Se miraron fijamente por unos segundos, hasta que Sebastian finalmente pasó a la habitación.

Todo parecía de ensueño: había cualquier tipo de instrumentos en la sala. En un armario se encontraban guardados los instrumentos de viento más pequeños, y los más grandes, estaban colgados en la pared. Junto a esta se encontraban bien organizados todo tipo de instrumentos de cuerda. Incluso había vitrinas con los más delicados; un flautin dorado llamó especialmente la atención de Sebastian.

El rey depositó su violín encima de un hermoso piano y le sonrió al joven.

- ¿Qué tal tu corta estadía en el castillo?

- Bastante bien... - Estaba a punto se seguir hablando, cuando se percató de la existencia de aquel piano tan bello. - ¿Ese es suyo?.

- Sí, fue una herencia. ¿Sabes tocar?

Sebastian, algo avergonzado, desvió la mirada.

- Sí, pero el problema es que no sé leer música.

- De todos modos, te pregunté si sabías tocar, no si leias música. - Drac levantó la tapa de aquel instrumento. - ¿Te gustaría interpretar algo?.

- Si su majestad lo pide...

Se sentó en un banquillo frente al piano y acarició las teclas. Recordó una melodía que había oído tocar a Carmen a escondidas varias veces, y comenzó. Era particularmente una de sus favoritas; melancólica al principio, cargada de emociones tristes, como si se escuchase sobre una terrible pérdida. Luego, se tornaba más alegre e inspiraba un halo de esperanza al oyente.

Se encontraba sumamente concentrado, realmente estaba poniendo toda su pasión en aquella pieza. Sólo el sonido de un violín que siguió la melodía pudo volverlo a la realidad. Miró hacia un costado y vio a Drac tocando su violín. Continuaron la canción juntos hasta el final. Y al terminar la travesía, lo que había sido una mezcla de emociones se tornó en silencio absoluto.

- Veo que conoce la canción...

- Por supuesto. - El rey volvió a dejar a un lado su violín. - Es muy hermosa.

- Pienso lo mismo que usted.

Sebastian cerró la tapa del piano y se levantó.

- Oh, lo olvidaba. Debo mandar a que trasladen tus pertenencias al castillo.

- No sé preocupe demasiado. No hay mucho que traer. Y, gracias por permitirme utilizar su piano, es realmente una belleza.

- Puedes usarlo cuando lo desees... Por cierto, asistiremos a un baile mañana.

- ¿Le parece apropiado que vaya? Sólo soy un simple ayudante. La gente puede hablar. - Dijo el más joven, aunque realmente no le interesaba lo que dijera la gente.

Drac rió, cerrando los ojos y meneando la cabeza.

- Ponte el mejor traje que encuentres y nos vemos mañana. Ah, esta noche vendrás a cenar con nosotros, Sebastian. No te sientas avergonzado, recuerda que ahora eres mi par y pasaremos la mayoría el tiempo juntos.

- Si usted lo desea, así será.

- Además, olvidaba agradecerte por haberme ayudado aquella vez en el bar. Lamento que me hayas visto en ese estado de ebriedad.

- No sé preocupe. No hay de qué agradecer.

Amablemente, el rey pidió a Sebastian que lo acompañara. Irían a su oficina, el lugar donde había sido entrevistado la primera vez.

El chico se mantuvo detrás de Drac en todo momento, hasta que llegaron allí.

Al llegar, Drac abrió la puerta y dejó entrar a Sebastian primero, viendolo caminar mientras sonreía. El joven entró y observó a su alrededor.

No sé había percatado la primera vez de las estanterías repletas de libros que poseia la habitación. Vio el escritorio detrás del cual se encontraba la silla del rey. Estaba atiborrado de papeles y demás cosas, tan desordenado que le dieron ganas de organizar todo en ese mismo instante. También había una ventana, junto a la cual se encontraba un sillón de terciopelo rojo.

- Puedes tomar asiento. Hoy sólo vas a acompañarme. - Dijo el monarca, mientras se sentaba y comenzaba a escribir lo que parecía ser una carta.

Sebastian se sentó junto a la ventana, en aquel sillón, y miró hacia afuera. Por el contrario, Drac lo miraba a él de vez en cuando, mientras escribía.

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⏰ Última actualización: Feb 04, 2021 ⏰

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