capítulo 29

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CARTER

El silencio en la mesa hace que los sonidos que emite Orbela se escuchen claramente, a parte de su boca su barriga también le traiciona, rugiendo salvajemente con cada bocado. Ella agacha la cabeza avergonzada, sus mejillas están casi tan rojas como su pelo y está comiendo solo uno o dos macarrones por cada tenedor para no parecer desesperada.

Mi padre y yo nos miramos y esta vez ambos sentimos lástima sin poder evitarlo, mi padre estira su brazo y apoya la palma de su mano contra la de Orbela enguantada.

— Bel cielo, no pasa nada ¿si?

Traga con un violento movimiento todo lo de la boca y su labio inferior tiembla, no por la pena, si no por la vergüenza. Ahora mismo sé que querría darse una patada en el estómago para acallarlo y que la tierra se abriera bajo sus pies. Respira profundo y mi padre vuelve a hablar.

— está bien. No te preocupes.

— yo... lo si...

Decido interrumpir ya que Orbela no tiene porque disculparse, no tiene la culpa de lo que le pasa y ya estamos en confianza como para que se ande disculpando por tener hambre.

— en realidad, que devores así mi comida es
bueno, significa que está muy buena ¿no?

Veo como sus ojos se achinan un poco en una pequeña sonrisa. Se que sigue sintiendo vergüenza pero ya sus mofletes tienen un tono más rosado que rojizo.

— si señor Carter, está riquísimo. Gracias.

— no hay porque darlas.

Realmente me siento orgulloso de mi comida, es algo simple pero están verdaderamente buenos. Con cada bocado Orbela suelta un sonido de placer, sé que sueno hiriente pero sería un verdadero placer cocinar para ella, sus ruidos desesperados demuestran que ama el plato y no me importaría escucharlos una y otra vez si fuera yo el cocinero.

— Dereck — susurra Orbela a pesar de que puedo escucharla.

Mi padre la observa y sus ojos toman un tono juguetón respondiéndola en el mismo tono.

— dime.

Orbela se sonroja un poco y mira su plato vacío, mi padre se levanta con una sonrisa amable y se va a la cocina con su plato.

— veo que te encantan mis macarrones.

— no exagere, están pasables.

— creo que tus gemidos te traicionan.

— mi paladar no sabe lo que es bueno.

Sonríe al principio aunque luego repasa mentalmente las palabras y cierra un ojo torciendo la boca pensando que lo que ha dicho no tiene sentido.

Mi padre regresa con el plato de Orbela con más macarrones y ella ya come con más calma, sin vergüenza, viendo que su barriga ya no hace ruidos.

Acabamos de comer y nos tiramos en el sofá dejando que repose la comida antes de llevar a Orbela a su casa.

— quedan cinco días para tu cumpleaños.

— que pereza.

Ella está apoyada con su espalda en el lateral de mi padre, con una mano en su barriga y las piernas estiradas sobre las mías, también estiradas en la parte del sofá donde entro medio recostado.

No decimos más durante un rato viendo en la tele unos dibujos que Orbela insistió en poner, mi padre prefiere no ahondar en el tema cumpleaños ya que es algo bastante sensible para la pelirroja. Este último se levanta y se va a la cocina a recoger los cacharros.

— deberíamos irnos ya.

— de acuerdo ¿voy con usted?

— Bela, has venido a celebrar mi cumpleaños, has dormido en el sofá de mi casa... es hora de dejar el usted.

— No. No veo argumentos suficientes.

Se mueve con destreza por la cocina, le da un sonoro beso en la mejilla a mi padre y me mira para dirigirnos a la puerta.

Nos subimos en el coche y bosteza un par de veces antes de mirarme de nuevo.

— no se que decir.

— mañana te paso a recoger.

— si usted quiere... pero no aparezca aquí a las cinco de la mañana.

— lo intentaré.

No decimos nada más durante todo el viaje. Llegamos al destino y la dejo frente al portal de su casa para después dirigirme a la mía. Entro en casa extrañamente agotado, me quito los zapatos dejándolos por ahí, me deshago de mi abrigo y mi camisa y los dejo sobre el sofá. Voy hasta el baño y pongo el tapón de la inmensa bañera abriendo el grifo del agua caliente. Me muevo por la casa hasta mi habitación, rebusco en los pijamas un pantalón y subo la calefacción antes de volver al baño.

Cierro el grifo y me deshago de los pantalones y la ropa interior para quedarme como Dios me trajo al mundo, me observo en el espejo de forma egocéntrica y pienso que si alguna de mis alumnas me viera así caería desmayada, excepto Orbela, ella me miraría con una sonrisa de lado y soltaría alguna burla cargada de suficiencia y rematada por ese tono de usted que tanto le gusta usar conmigo, meto mi paliducho pero fornido cuerpo en la bañera hirviente y suelto un suspiro de placer.

Estos días con Orbela son excitantes, pero también agotadores y realmente necesitaba un buen baño, la música suave suena por la casa y cierro mis ojos dejando que mi piel se ablande.
Salgo casi hora y media después, cuando el agua se está enfriando y ya me he lavado el pelo y el cuerpo, seco mi cuerpo y me envuelvo en una toalla blanca que me venía de regalo con algún juego de toallas para el lavabo, mi pelo gotea y con la misma toalla que tenía atada a mi cintura, froto enérgicamente deshaciéndome del exceso de humedad en mi cabeza.

Paseo desnudo por la casa buscando el pantalón hasta que lo encuentro en el cubo de lavar, cambie por error el sucio con el del pijama - a pesar de ser superdotado cometo estos pequeños y absurdos fallos - Me coloco el pantalón y voy a preparar la cena, el delicioso olor del Gulash - carne con chocolate - se introduce por mis fosas nasales haciendo rugir mi estómago.

La música suave no para, sintiéndome un poco menos solo en esta casa de tres plantas con suelo radiante. Coloco la mesa para uno, me sirvo una copa de vino y un buen plato de la carne, de nuevo pensando en que con lo golosa que es mi alumna esto le chiflaría, soltando suspiros sin parar y sonriendo inconscientemente con cada bocado.

Señor CarterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora