Capítulo siete: Bonita historia.

121 58 5
                                    

Lo miré estupefacto unos segundos antes de reaccionar de golpe.

– No quiero saber tu puta historia. Ni siquiera respondiste mi pregunta, ¿Quiénes eran esos tipos de negro? ¿Qué hacían aquí? ¿Por qué me buscaban?

Por más violento que fuera mi arrebato, incluso cuando alcé la voz y estuve dispuesto a levantarme e intentar algo contra él, Arthur no reaccionó. Cuando me di cuenta que, por más que amenazara, no obtendría nada de él, decidí que sería mejor calmarme y mirar la situación desde un ángulo más alejado.

Así que, incluso cuando lo primero que salió de su boca después de mi amenaza hizo que volvieran renovadas mis ganas de molerlo a golpes e insultarlo, lo dejé hablar.

– ¿Cómo te llamas?

– Carbón. – mastiqué una por una las sílabas.

– Carbón... – inquirió.

– Carbón a secas. – escupí.

– Bien, eso resuelve algunas dudas, pero me genera otras. – no había reparado en el pequeño bolso que colgaba a un lado de su cuerpo. De él sacó un cuadernillo y comenzó a escribir un par de cosas sin prestarme real atención. Cuando volvió a alzar la mirada y me atrapó curioseando lo que sea que dijera en su cuaderno, me obsequió una sonrisa que me confundió.

¿Se estaba burlando de mí? ¿Se reía de mi incapacidad para leer?

Algo dentro de mí comenzó a burbujear colérico, la sangre hervía y transitaba libremente por mis venas y arterias, tiñendo de rojo mis orejas y provocándome picazón en las palmas de mis manos. Volvía a enojarme.

– Estoy tomando nota. – me aclaró, creo que notando mi enfado. Aunque sería difícil no hacerlo con la expresión que tenía impresa. – Es algo que necesario para comenzar con tus papeles, pasaportes y documentos de identidad.

La ira menguó, pero la desconfianza no.

– ¿Eso que significa? – no entendía nada de lo que me quería decir y eso me frustraba porque siempre era lo mismo. Nunca podía entender nada de lo que me decían, siempre era "Carbón, el esclavo ignorante", el que no sabía leer, escribir o el significado de palabras complejas. El idiota al que solo usaban para cargar bolsas de cemento o apilar fardos de paja y limpiar heces de caballo. – No entiendo, dilo con palabras normales. – me frustré, estaba sufriendo por ser un analfabeto, un sucio mestizo esclavo que apenas sabía contar. Cosa que aprendí a punta de látigo.

Arthur esbozó otra de esas sonrisas que estaban comenzando a hartarme y, viendo mi reticencia a corresponder, suspiró.

– Cada persona tiene un documento de identidad, es un número único que nos diferencia del resto. A juzgar por tu procedencia, tú no lo tienes y es necesario comenzar de inmediato los papeles para conseguirte uno y que puedas ser un ciudadano libre en toda la letra. ¿Comprendes?

Creo que sí, pero no iba a decírselo. Probablemente terminaría por continuar con su complicada explicación, cosa que no me interesaba. Si era libre, eso significaba que podía ir a donde quisiera. Conseguiría algún trabajo de poca monta, ahorraría algo y tomaría el camino más corto a la siguiente colonia, de preferencia lo más alejada posible de Joy.

Sin embargo, al repensar lo dicho por Arthur, una idea macabra se me cruzó por la mente.

– Yo si tengo un número de identidad. ¿Quieres verlo?

Confundido, no le di tiempo a pensárselo ante de levantar la suave tela de la bata de hospital y mostrarle mi vientre bajo, justo donde reposaba una deforme marca de quemadura y otro par de cicatrices de las múltiples puñaladas que había recibido. Allí, escrito con fuego de un hierro candente, yacía una cicatriz de más de una década que ponía 53699 E.N.

The crack: Mi sistema fracturado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora