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Revolvía su leche de almendras mientras le agregaba cucharaditas de chocolate. Don Joo se empecinaba picando su tostada en pequeños pedazos y dejarlos a su suerte. Taehyung notaba como millones de cosas le atravesaban por la cabeza, embrujándolo por completo esa mañana. A veces su boca murmuraba cosas ininteligibles, hasta que su voz salía.

—Quiero que encuentres los cigarros y los tires —le ordenó de repente.

Taehyung parpadeó y paró de revolver con la cuchara.

—Tendré que hablar con él... —se desazonó con la sola imagen del puro y los vahos. 

—Bien —se complació y se acomodó mejor en su silla de ruedas, sacudiendo el trapo que yacía en su regazo con las pocas migajas del pan que le cayeron—. Excelente —su humor era un embrollo.

Unos pasos los desconcertaron y el castaño se presentó en el dichoso comedor. Don Joo no le dirigió ni una mísera mirada a su nieto; la conversación que tuvieron el otro día pareció haber ultimado con los pocos lazos que los entretejían.

—Siento la demora, viejo.

—Mm...

La tensión era cuan filosa aguja en el talón de un borceguí. Taehyung lo sintió así.

Al tomar asiento, el nieto miró al enfermero con diablura. Había tomado la misma silla de siempre frente a Taehyung, se sirvió hirviente café con abundantes cucharadas de azúcar y parecía rebuscarse de unas buenas chuscadas para animar el tenso ambiente, pero solo se limitó a comentar con espontaneidad. 

—Estás más flaco —el viejo le había arcado una ceja al oírle, como sorprendiéndose de que este le pronunciara una palabra luego de las que ya habían entablado de mala gana—. Yo...  —Taehyung sentía una presión inusual en su cuerpo y se congeló— Sé que no estamos en los mejores términos pero... —era Jungkook. Tenía su pie descalzo sobre la entrepierna bajo la mesa. Se había puesto pálido y su cara no podía dibujar otra expresión que no fuese de desconcierto total. Mas el nieto era un jugador, y muy sinvergüenza comenzó un juego de barrabasadas— Haces que nos preocupemos.

—Bueno, soy un viejo enfermo. ¿Qué esperas? —obvió antipático— Apenas puedo salir por esa puerta yo solo.

—Oh... —su pie inició a masajear con manía el bulto de Taehyung bajo la mesa de madera y le dedicaba una sonrisa capaz de hacerle perder el juicio por completo. 

Taehyung fue puesto a prueba, y recordó el anochecer con Jungkook.

Esa misma noche bajo las estrellas, el joven y caprichoso nieto supo cómo amistarse con el ejemplar enfermero de la casona; el futuro heredero. Y había despertado algo en Taehyung. Algo demasiado fogoso para ser cierto.

Recordó las esclarecidas memorias de Jungkook cerca de su rostro, el encanto que desprendió de sus poros y la fascinación que acabó por hacer a Taehyung morder el anzuelo, y ahora estaba siendo castigado por el mismo causante de sus seísmos. Enloquecía frente a sus ojos como blanco a sus dardos y festejaba el azoramiento del enfermero. Estaba complacido, y su cara no lo renegaba. 

—Bueno —retomó el anciano—, si tan flaco me ves, aliméntame bien y hazme el desayuno como algún día prometiste. Te despiertas muy tarde —le protestó al nieto mientras masticaba las migas de pan, como si hubiese tenido suficiente del pobre desayuno que picó. 

—Hm... —jugó entre los tonos de su voz y sorbió de su taza, observando al más allá de los límites del pelinegro frente a él. Por poco lo estaba desvistiendo con la mirada. Le encontraba la diversión a la tortura que le daba a este, y disimulaba bien la maliciosa sonrisa ante su abuelo, aunque este no estuviese interesado en siquiera dirigirle la presencia— Mañana despertaré más temprano —su pie forjó una sacudida exquisita para Taehyung e hizo que este se sobresaltara y enrojeciera hasta las orejas.

Kim se paró de la mesa de un salto con la respiración entrecortada y se excusó con querer agregarle caramelo a sus galletas, claramente para escapar de exhibirse como presa de Jungkook en esa prueba de fuego. 

La liebre tentaba al tigre y este no tuvo donde caer muerto. 

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Al dejar a Don Joo complaciéndose con sus pinturas, se fue cual rayo a la habitación de Jungkook sin molestarse en tocar siquiera la puerta.

El castaño le vio ofuscado. 

—Jungkook —pronunció—, Don Joo quiere que dejes de fumar.

—Bueno —sonrió.

Taehyung parpadeó y se desorbitó en un trance.

—¿Cómo? —soltó completamente extrañado, pensando que el otro pondría más resistencia a su demanda— ¿Así de fácil?

—Sí —continuó sonriendo dulce, sorpresivamente simpático—. De todos modos, nunca me gustó hacerlo. Lo hacía para perjudicar a mi viejo paulatinamente —confesó sin un pelo de vergüenza. 

—¿Qué? —el aire fue escaso en sus pulmones— Pero... ¿Cómo puedes hacer eso? ¡¿Acaso estás descerebrado?! 

—No tanto como ese tacaño —rodó los ojos y Taehyung no le encontraba la gracia a nada de lo que sucedía. Literalmente, su intención era llevar a su abuelo directo a la lápida—. Verás, Kim Taehyung. Tu tan solemne Don Joo nunca se hizo cargo de sus hijos, y de cierto en cierto te digo, que los dejó a la suerte; lo que deparara el destino —su rostro se deformaba en amargura con cada palabra y Taehyung solo se perdía más entre los nudos—. Fue así como mi mamá... adoptiva —le costó deletrear aquello—, nunca recibió una mínima ayuda de él. Hoy, recuerdo cuando me dijo que debía luchar por lo que nos pertenece, y eso es lo que hago aquí. Me hago escuchar y resuena la voz de mi madre desde su tumba a través de mí. 

Taehyung palideció.

—¿T-Tumba?

—Sí, Taehyung. Desde su tumba —afirmó sin expresión—. Mi mamá está muerta.

El labio del enfermero tembló.

—¿Y-Y... nunca le hicieron saber a Don Joo?

—¿Para qué? —se obvió el sarcasmo— Si ya le queda bastante poco en esta Tierra.

—Jungkook...

—Además —no acabó—, mi mamá me dijo durante sus últimos días que no le hiciese saber a su papá sobre su duelo.

—¿Por qué? —se estaba angustiando con solo imaginárselo todo.

—Pues, la hubiera herido emocionalmente con solo toparse cara a cara con el hombre que no dio ni un peso por su bienestar —había dejado a Taehyung enmudecido y en el fondo, muy en lo profundo, se apenaba por el pelinegro; nadie debería sumergirse entre los pesares de otros—. Comprende, Taehyung. Ese hombre que levantas todas las mañanas para lavarle los pies tuvo cinco hijos, ¡y no se hizo cargo de ninguno! ¿Y a qué se debía su apatía? A su trabajo, metiendo sus narices entre libros de política.

Fue suficiente.

—Jungkook... —se acercó y reposó sus palmas con ternura sobre sus hombros ligeramente alterados— Seamos honestos: tú mereces la herencia —ató todos sus cabos y no dudó. Fue rotundo.

—No —Jungkook sonrió con pena y negó con la cabeza—. Eres tú, Taehyung —el mencionado creyó que le mencionó por pura empatía, pero se estaría equivocando muy pronto...—. Escucha —pidió tomando las manos del pelinegro entre las suyas—, cuando discutí con mi viejo el otro día, me contó de tus problemas económicos y ahora te comprendo —confesó, haciendo latir repentinamente el corazón del enfermero—. Kim Taehyung —su nombre sonó como suspiro de merengues en su boca—, traigo conmigo un muy buen plan; únete a mí.

Unirse al enemigo.

herencia • taekookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora