5. Entre atardeceres y estrellas

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Izzy

Las relaciones tóxicas existen, y no solo en el ámbito de parejas románticas, están las relaciones amicales y las familiares. Esta última sobretodo puede ser una red de manipulación y toxicidad, y lo sé a la perfección porque vivo en una.

No suelo estar de acuerdo con las ideas que mis padres imparten ni la manera en la que crían a mi hermano y a mí, son maneras muy distintas en las que yo me veo perjudicada y, en cierto punto, me siento encarcelada. Tratar de levantar la voz ante aquellas injusticias y pensamientos del siglo pasado solo me acarrearía castigos graves, así que mi mejor opción ante esos escenarios es el silencio.

El temor a sentir el cinturón o el mismo puño de mis progenitores sobre mí, porque creen que me alejo del camino de Dios es lo que, de manera irónica, me brinda seguridad.

—Te ves bien —comenta mamá sonriendo de oreja a oreja. Mira la obra que ha hecho en mi cabello muy orgullosa, como si hubiese trazado un lienzo digno de estar en un museo de arte—. Ahora vístete rápido.

Sale de la habitación para darme un poco de privacidad mientras me visto, lo que agradezco por que su sola presencia suele incomodarme.

Me acerco al clóset y miro fijamente las prendas de vestir que hay. Mamá siempre se asegura de tener todo rigurosamente pulcro y ordenado, ya sea por colores o tipo de prenda. Ella era quien debía ordenar la ropa y nadie más. Si veía algo fuera de lugar, se enojaba y eso traía otro castigo.

La ropa para ir a la iglesia era la más fina, por así decirlo, de las que habitaban en mi ropero. Eran varios conjuntos de un solo color, a veces dos. Ningún diseño, todas las prendas eran de un solo color. Mayormente era blanco o de un celeste pálido. Pero hoy, no me siento bien como para usar esos colores.

De hecho, no me siento bien desde hace varios días atrás.

Luego de que Ava saliera de casa aquella tarde, mamá empezó con sus típicas frases sobre las malas amistades y como estas, a través del diablo, alejan a los hijos de Dios del camino del bien. Sí, algo muy exagerado pero para mamá, lleno de sentido.

Ella considera a Ava como esa clase de compañía, una que me alejaría del buen camino y que traería infelicidad y dolor a mi vida, por consecuente, me ordenó que no me juntará con ella. En sus propias palabras, que no me mezclara con la fruta podrida.

No me quedaba más opción que obedecerla contra mi voluntad, si llegaba a  romper aquella nueva regla, mamá encontraría la manera de saberlo. Y esa manera sería a través de la directora de la escuela.

Estaba acorralada y no tenía escapatoria.

Lo único que me mantuvo bajo la orden de mamá fue la ausencia de Ava. Toda la semana no ha asistido al colegio y aunque físicamente estaba distanciada de ella, mis pensamientos la seguían.

Toda esa semana he estado caminando sola por el patio y los pasillos de la escuela, distanciada de todos y de los grupos. Me sentía fuera de lugar y rechazada sin Ava ahí.

Lo único que quiero es que llegue el lunes y verla de nuevo,  aunque sé que no podré hablarle, me conformo solo con verla y ver que se encuentra bien. Mi corazón se alegra con poco, aunque su presencia tiene un significado especial.

Bajo a la sala vestida con conjunto negro, mamá me examina de pies a cabeza con mirada reprobatoria. Me hace sentir más rechazada de lo que me siento dentro de estas cuatro paredes. Pero quiero mostrarle mi estado de ánimo mediante este color.

No dice nada, solo aprieta los labios y me dedica una mirada filosa y enojada. Papá pasa por mi lado y tampoco dice nada, pero sé que esto no quedará así. No necesariamente él tiene que decir algo para que mamá actúe y decida corregirme.

Solsticio de invierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora