8. Secretos al descubierto

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Ava

El difícil recorrido en bicicleta se hace eterna conforme cada pedaleo que doy, siento que en cualquier momento mis piernas se caeran o quedarán entumecidas debido al gran esfuerzo físico que estoy haciendo ahora.
Es en este momento en el que me replanteo si comer papas fritas y no hacer ejercicio están cobrando factura en mí.

Trato de desimular mi cansancio, sobretodo en el empinado camino, no quiero quedar como una debilucha ante Izzy, quien todo el viaje ha tenido su rostro apoyado en mi espalda con la vista fija hacia el pequeño balneario que tiene este pueblo.

—¿Falta demasiado? —pregunta levantando su rostro de mi espalda sin mirarme aún—. Y si falta, ¿cuánto?

—De hecho, llegaremos en menos de dos minutos —respondo. Ella asiente y vuelve a afianzar su agarre en mi cintura. Admito que ese toque suave e inofensivo libera pequeñas corrientes eléctricas en mí.

Sonrío tratando de ocultar mis nervios ante Izzy, no quiero que se lleve una idea equivocada ante mis suspiros y ligeros temblores.

Sigo pedaleando, haciendo el último esfuerzo y me detengo al fin cuando estamos frente a mi destino.

Tener el lugar frente a mí me muestra que cada pedaleo lleno de sufrimiento ha valido la pena, pero ver los ojos brillantes de Izzy maravillados ante lo que contempla frente a ella, me muestra que su reacción es un premio que no esperaba recibir.

—¿Por qué me miras así?

La voz de Izzy rompe mi ensimismamiento dejándome al descubierto. Rápidamente entro en pánico y no sé si salir corriendo de ahí o quedarme a enfrentarla.

Mi voz queda atorada en mi garganta, mis mejillas arden debido a la bochornosa escena de la que soy protagonista.

—Tenías una luciérnaga en la cabeza —respondo de manera mecánica, deseando que el ardor en mis mejillas desaparezcan—. Ya sabes, amo las luciérnagas —Eso no es mentira. Bueno, solo un poco.

Ella asiente frunciendo el ceño y juntando los labios tratando de camuflar su evidente diversión ante todo este vergonzoso asunto para mí.

—No hay luciérnagas en esta zona, Ava —Ríe abiertamente, evitando mostrar sus dientes. Sus ojos se achican cuando ríe, dándole un aspecto tierno y dulce ante mis ojos, cielos, ¿cómo le digo que es a ella a quien contemplaba sin sonar como una acosadora?—. Y no sabía que te gustaban las luciérnagas.

—¿Tal vez migraban?

—Dices que amas las luciérnagas pero ¿no sabes de ellas?

Touché.

¿Cómo se supone que dices amar algo y no sepas nada de eso? Era como casarse, diciendo que amas a tu pareja pero no sabes nada de esa persona.

Amo las constelaciones, las estrellas; el universo en sí y siempre trato de aprender algo nuevo; amo pintar y el arte en general y siempre estoy leyendo de nuevas técnicas o comprando libros de arte para saciar mis ganas de conocimiento nuevo.
Ella tenía razón y lo sabe, puedo ver en sus ojos azules la victoria que siente al tenerme en descubierto y haciendo el ridículo inventando cosas.

—Tal vez era una luciérnaga perdida.

—O tal vez no hubo ninguna luciérnaga y solo estás mintiendo —espeta entrecerrando sus ojos a la misma vez que acerca su dedo índice hacia mi rostro—. No pasa nada si estabas viendo a algún chico, no soy celosa.

Era divertida la manera en la que Izzy puede volverme loca con sus comentarios espontáneos y cambios bruscos de humor. Un momento puede estar seria y distante, respondiendo con monosílabos o dándole vueltas a mis preguntas y en otros momentos, como este, puede empezar un juego divertido de palabras y miradas ladinas que distan de inocencia y lindan con la efusividad, cercanía y gracia.

Solsticio de invierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora