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La intriga atrapa, hace querer resolver el misterio.

Aisha y yo estábamos teniendo una discusión cuando él entró por primera vez

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Aisha y yo estábamos teniendo una discusión cuando él entró por primera vez.

Aisha era una de esas chicas que buscaban poner el pie al otro para tropezarlo. Y yo, bueno, yo no era de las que se dejaban intimidar. Mi sangre era brava como la de un toro de lidia. Cuando me quedaba sin alternativas, me defendía ferozmente.

¡No había sido mi culpa que el pedido se retrasara! Fue suya, por ignorarme al notificar que un cliente había hecho una modificación. Tuvimos una calurosa discusión fuera del ojo público. Aisha se dirigía con cierta altanería porque era conocida del gerente, pero este dato no podía ser menos irrelevante para mí cuando yo trabajaba duro y cuando el gerente mismo me había hablado de un ascenso en semanas pasadas.

Quizá no tendría mucho mérito ser una camarera, pero dormía tranquila sabiendo que, debido a mis arduas jornadas allí, mi sueldo estaba justificado. Nadie me regalaba el dinero, yo me lo estaba ganando. Esta era una satisfacción grandísima.

Por lo tanto, si debía competir para que ninguno me bajara del puesto, pues lo haría. No admitía quedarme quieta ante las injusticias, pero me gustaba tener contrincantes. De esta manera me inspiraba para ser mejor. Le ponía cierto picor a las cosas saberse luchando contra otro por el mismo objetivo. La competencia con uno mismo era loable, pero la competencia con otros me daba tanta adrenalina.

Mi amiga Sunny, que trabajaba junto con Aisha y yo en esa cafetería, se burlaba de mí por esto.

—Un día te empezará a salir pelo por todas partes y aullarás cada luna llena como una mujer lobo.

¡Qué fantasiosa!, pensaba. Pero la fantasía de Sunny era el menos grave de sus defectos. Uno de los peores era su lengua larga y que perdiera todo recato al hacer insinuaciones sobre los hombres. Lo hizo con ese desconocido que llegó por primera vez a visitarnos.

Uno no se encontraba con hombres así, a excepción de en sueños o en la ficción.

—Se le ve mayor —había cotilleado—. ¿Cuántos años crees que tenga?

Para adivinar edades era mala, pero estuve de acuerdo con Sunny, se veía mayor a nosotras, y eso que nosotras ya teníamos los 18.

Debido a la frecuencia con que aquel hombre comenzó a ir a la cafetería, las conversaciones fluyeron y, entonces, casi en la ocasión siguiente a haber teorizado sobre su edad con mi compañera, me dijo:

—Soy Jeon Jungkook y tengo 29 años.

Cuando agregó su edad a su presentación, me sorprendí. Tan anormal no sería que otro te dijera su edad al presentarse, el detalle era que yo jamás osé preguntarle su edad a pesar de todas las indagaciones que nos hicimos Sunny y yo. ¿Había adivinado que quería saber cuántos años tenía?

RaméDonde viven las historias. Descúbrelo ahora