• 10[N o s t a l g i a]

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La nostalgia es no querer decir adiós.

—Lisa, ¿hay algo que debas contarme? —le había preguntado

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—Lisa, ¿hay algo que debas contarme? —le había preguntado.

Mamá ya había apagado los fogones y se había ido a su cuarto en espera de que papá llegase de trabajar. Lisa dejó de comer los tallarines. Era su platillo favorito de mi madre y había una historia muy divertida al respecto también. Cuando tenía mediana fluidez en el coreano había dicho muchas cosas sin sentido, como que "los tallarines olían a rata", entre otras frases por el mismo tono. Aún la historia nos hacía reír.

—¿Algo? —interrogó, curiosa, luego de buscar en su mente, frunció los labios en un puchero muy lindo—. Pues no, ¿por qué?

Traté de sonar desinteresado al contestarle, aunque lo cierto fue que había estado conteniéndome de cuestionarle sobre el tema celosamente.

—En la facultad se corren rumores sobre ti y cierto chico de la carrera de ciencias forenses.

La respuesta la impactó menos de lo que pensé, pero en su frente se formó un pliegue al no saber a quién me estaba refiriendo.

Me reprimí de rodar los ojos. El sólo mencionar al tipo me daba dolor de estómago.

—Ese —añadí con un ademán un tanto insultante—, el que ha hecho comerciales, que parece modelo.

La arruga de la frente se le borró, pero su boca se abrió en un exagerado círculo.

—¿Y qué es lo que se dice? —preguntó.

—Que le gustas y que quiere contigo.

—¡Pff! —se rio, aunque estaba sonrojada—. Eso es falso. ¿De quién lo oíste?

—De Lucy, la chica de intercambio, de Soyeon y otros más.

Volvió a reír, bajó la cabeza y reanudó su comida. El problema, por lo menos para mí, fue que entonces algo cambió en ella con esa conversación. Si no hubiera pasado por alto sus ojos y la sonrisilla extraña que le luchaba por salir, me habría fijado que su mirada había adquirido cierto brillo al oír que hablaba de ese muchacho y que su sonrisa nerviosa significaba algo.

Pero era un terco. Tal vez sí me fijé en estos detalles, pero los ignoré para que no me hicieran daño.

—Pues es mentira —declaró y retornó a mis ojos, masticando su última porción de tallarines—. Nunca había oído nada igual. Es imposible que un chico así se fije en mí.

No me satisficieron sus palabras. No me gustó su tono nostálgico, el que me dijera, indirectamente, que, aunque el chico le gustara, él jamás tendría un interés romántico por ella.

—Entonces, ¿te gusta?

Ya para este punto de la conversación mi rostro no demostraría la desgana que me había propuesto al inicio, pero fue inevitable, tanto como evitar que el sol y la luna aparezcan todos los días.

RaméDonde viven las historias. Descúbrelo ahora