Empezar de cero no fue una tarea sencilla. Se asentó en una ciudad entre medio de Los Santos y San Francisco, lo suficientemente alejada de la primera. Encontró un pequeño apartamento donde vivir y un trabajo en una floristería cercana al centro de la ciudad.
La dueña del local era una mujer mayor muy amable que le ayudó desde que llegó, cuando entró a la tienda a preguntar por la dirección de su nueva calle. Se sentía profundamente agradecido con ella y era una compañía agradable que volvía a sacar su lado más amable. Se fue acostumbrando a ese nuevo estilo de vida, sin duda mucho más tranquila que antes, pero aún así su mente seguía muy anclada al pasado.
Pasaron los meses hasta llegar al año desde entonces, sus días se basaban en lo mismo, trabajar de lunes a viernes, volver a casa para estar solo y salir los fines de semana.
Muchas noches las pasaba en vela fruto de pesadillas, menos cuando salía de fiesta y acababa la noche en casa de cualquier desconocido, la misma rutina que años atrás había practicado. No le hacía feliz, no le hacía sentir lleno, pero durante un rato dejaba de pensar, el alcohol ayudaba a deshinibirse y tenía ese sentimiento de euforia, que cuando se iba lo dejaba aún peor.
Se estaba autodestruyendo y era consciente de ello, de hecho lo hacía a propósito. Él no merecía ser feliz después de todo lo que había hecho, así que no intentó volver a hacer amigos allí, los amoríos de una noche se quedaban en eso, no daba su teléfono e intentaba no frecuentar varias veces seguidas el mismo local. Era un ciclo del que no podía escapar.
Todo aquello se podía ver reflejado en su cuerpo, grandes ojeras bajo aquellos ojos ahora sin su brillo característico, la cresta que a veces no se peinaba seguía de color blanco, no tenía ganas de teñirla, su ropa ahora era oscura y holgada. Quizá Horacio sí que murió en aquella explosión y solo dejó un cascarón vacío.
Las cosas empeoraron para él cuando recibió una llamada del hospital donde estaba Gustabo. Su tratamiento debía extenderse más de lo previsto y no podían contactar con Conway, quien había pagado el tratamiento inicial, así que Horacio aceptó a ser él quien lo pagara. Dejó de salir por las noches, debía administrar mejor el dinero ahora que una nueva responsabilidad había aparecido.
El dejar de salir lo hizo cada vez más cerrado consigo mismo, no tenía amigos en los que apoyarse y la soledad creció más voraz y a pasos agigantados. Aquella tristeza empezó a mezclarse con una rabia que poco a poco nacía en su interior, rabia hacia él mismo y rabia hacia los demás ¿por qué siempre debía sufrir solo? ¿por qué si siempre intentó dar lo mejor al final se encontraba sin nadie? Le habían prometido una familia en el CNI, ¿dónde estaba? No pudo evitar recordar a su madre, tal vez es que él estaba destinado a estar solo, porque esa era la segunda vez que sentía que su familia le abandonaba.
Los ataques de ansiedad no eran nada nuevo para él, los llevaba sufriendo des de que despertó prácticamente. En el hospital no tenía más remedio que tomar la medicación indicada, pero ahora que estaba solo se negó a hacerlo, no quería sentir que su salud dependía de unas pastillas, y eso sumado a no tener supervisión médica lo llevaba hasta el mismo límite. Las noches se basaban en calmar su respiración, en intentar controlar su cuerpo.
Al segundo año las cosas empezaban a escaparse de sus manos. No podía permitirse un psicólogo puesto que la mayoría de ingresos eran para su hermano, así que llegó un punto donde él solo no era capaz de sobrellevar todas sus emociones, le sobrepasaron. Fue en ese entonces donde por primera vez se cruzó una idea por su mente.
Era una de esas noches de sábado donde ya no podía salir, con otro de esos ataques que no le dejaban en paz. Estaba en el baño tratando de refrescarse un poco, cuando al alzar la vista de la pica vio sus pastillas para dormir en una de las estanterías. Su mirada se desvió al reflejo que le daba el espejo, eran tan lamentable, cada vez con más ojeras, más pálido y menos Horacio. Tal vez era hora de ponerle punto final. Agarró el bote de pastillas y echó varias en su mano, una dosis mucho mayor de lo recomendado. Su respiración se agitó de nuevo mientras veía los medicamentos reposar en la palma de su mano. Desde hacía mucho sentía que no tenía el derecho de vivir, no podía soportar más aquello, prefería irse para siempre, con esperanza de que así pudiera enmendar sus errores.
Su vista se nubló cuando aparecieron las lágrimas, el silencio de la casa se hizo pesado y solo podían escucharse los sozollos de aquel destrozado chico. En realidad no podía hacerlo, si lo hacía su hermano se quedaría solo, nadie pagaría el tratamiento y sufriría de nuevo. Su corazón se aceleró al pensar con claridad lo que estuvo a punto de cometer, vertió de nuevo las pastillas en su envase y se alejó de la habitación respirando con dificultad. Sentía que todo le daba vueltas, no sabía qué hacer, llegó a la cocina dando tumbos y abrió la nevera para beber algo de agua. Debía calmar esa sensación como fuera, esa sensación de vacío que jamás se iba, esos nervios que corroían cada fibra de su ser. Abrió una de las alacenas y sacó un paquete de patatas fritas, debía usar algo para calmarse y pensó que si comía se concentraría en esa acción y podría dejar de pensar en lo que había ocurrido.
Fue de esta manera que empezó a encontrar un refugio en la comida. Cada vez que se sentía de aquella manera recurría a lo que fuera que tuviera a mano en la cocina, en su mayoría alimentos con aditivos, cosa que le hacía más difícil parar. Para el año siguiente su físico se repercutía de sus acciones, y Horacio cada vez se detestaba más. La ropa empezaba a irle estrecha a pesar de que antes le quedaba holgada, empezó a odiarse por fuera casi tanto como lo hacía por dentro.
Pero sin dudar cuando más sentía dolor erar al pensar en el comisario. Hacía tres años que no sabía nada de él, aunque eso había sido culpa suya al irse. Se preguntaba constantemente cómo estaría, si habría despertado ya, si aún seguía inconsciente. Su corazón se encogía al recordar sus días como alumno y lo que vivió con el comisario, en lo que sintió por él, y lo peor: lo que aún sentía, porque aunque hubiera pasado tanto tiempo él seguía enamorado de Volkov como el primer día. La imagen del rostro del comisario con la media sonrisa que solía dedicarle, con sus ojos brillantes y azules, con su cabello perfectamente peinado se difuminaba con la última vez que lo vió, en la camilla respirando gracias a las máquinas. Muchos eran los días que se arrepentía de haberle dejado, pero ya no había vuelta atrás, pretendía no volver nunca a Los Santos, dejaría que lo que sentía por él fuera muriendo poco a poco, al igual que muchas otras partes de él.
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Volverá
FanfictionTras el incidente de la iglesia y el último enfrentamiento contra la mafia, Horacio despierta solo en el hospital. Después de algún tiempo meditando cómo seguir con su vida, decide irse de Los Santos, para terminar volviendo unos años después a reen...