Dolor confesado.

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Goldy.

Mientras mi amigo estaba cenando me quedé observando la habitación sin ver nada; él había apagado la luz al salir del cuarto. Comencé a procesar la estructura de los sonidos del lenguaje humano y debo ser un pez listo, ya que conseguí un gran logro. Tras un gran rato pensando, asimilé la base de las palabras que decían mi nueva familia y comprendí la lengua en la que hablaban. Fue uno de estos procesos tortuosamente lentos que cuando alcanzas a discernir la solución todo aparece ante ti con una claridad asombrosa.

De improvisto, la luz cobró vida expulsando la oscuridad y permitiéndome ver todo. Pude escuchar al niño llorando mientras se dirigía a la cama. Se sorbió los mocos y se secó las lágrimas que caían por sus mejillas. Se dejó caer de lado mirándome y comencé a nadar agitadamente para llamar su atención. El crío se sentó cruzando se piernas, y una vez más colocó mi pecera en el hueco que dejaban estas.

-Hola Goldy, no estoy muy animado-. Me dijo entre sollozos. 

Yo deje de nadar y me quedé expectante, mirándole con intensidad y preocupación a los ojos. Deseaba que el niño captara las emociones que albergaba en mi interior; las emociones que poseemos todos los animales.

-Mañana comienzan las clases. No quiero ir, estoy aterrado. Nadie parece interesarse por mi existencia. Si alguien capta mi presencia es solo para degradarla.

Volvió a llorar con descontrol. Esto debió de alertar a su madre, que entró en la habitación a los pocos minutos de que el llanto comenzara. Corrió hacia la cama y abrazó a su hijo, apretándolo fuertemente contra su hombro para inspirarle cariño.

-Oh mi hombrecito, no llores. Mañana a primera hora iremos a hablar con la directora para que intervenga y encuentre una solución. 

Mi compañero de cuarto siguió llorando hasta descargar todo lo que sentía. En todo momento estuvo acompañado por la adoración que tenía su madre hacia él y por mi mirada persistente y empática. El niño pareció captar la atención que le estábamos prestando y eso pareció aliviarle. Cesó el llanto poco a poco y se calmó, aunque de vez en cuando soltaba un sollozo.

-Ya es muy tarde cariño, vamos a dormir.

La madre le dio un fuerte beso con afecto y le arropó. Después agarró mi pecera y la depositó encima de la mesita, al lado de la cama. Salió de la habitación deseándonos buenas noches y apagó la luz.

-Goldy, quiero que sepas que eres mi único y mejor amigo. Siempre nos tendremos el uno al otro. Por cierto, mi nombre es Benjamín, encantado.

Esas palabras hicieron mella en mí. Quería decirle a Bejamín que todo saldría bien y que le quería, por desgracia no nací con el don del habla.


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