Capítulo dos: Del campo a la ciudad.

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Ryan.

De aquí provengo yo, de Tennessee. Un pequeño pueblo, viviendo junto a un campo. La suave y pintoresca brisa de por aquí arrastrando su fuerte he imponente olor a excremento de vaca y de caballo.

No es que me queje de vivir aquí. Amo vivir aquí porque de aquí soy, aquí nací, pero luego del engaño de mi madre hacia mi padre y de que en el divorcio ella se haya querido quedar con mi hermana mayor, quería verdaderamente un cambio. Dejar los recuerdos de lo que ya hace varios años pasó en esta casa.

Somos pobres. Mi madre se encargó de eso. Viviendo solos mi viejo y yo trabajando solo de prestarle servicio y apoyo a nuestros vecinos en sus granjas y campos.

Mi padre es una persona muy ilusa. Cree que si la fe se mantiene constantemente Podremos lograr grandes cosas. Yo ya no sé que creer de eso, pero el siguió con su fe, comprando boletos de lotería diariamente y escuchando la radio para ver si le atinaba al premio gordo. Días y días desilusionándose porque no lograba nada.

Un día como que la fe rindió efecto porque... ¡Lotería! ¡Mi padre ha ganado la lotería!

¡Somos ricos! Creo... ¿Diez millones de dólares es mucho, cierto?

Con ese dinero nos mudamos a Nueva Jersey. No era una ciudad ostentosa, pero era una ciudad al fin.

Compramos una gran casa muy moderna, ya amueblada. Con cuatro habitaciones; cada una con su baño, una gran cocina y un gran comedor, y una sala con una enorme televisión de pantalla plana que solo logré ver en películas cuando veía la televisión en casa de un amigo mío en el campo. Llegué a creer que no eran reales y, ¿eso debajo de la TV es una consola de videojuegos? ¡Genial! Al fin tengo una de esas.

Papá dejó que me jactara de ropa fina y de marca. También me dejó tener lo último en equipos tecnológicos como un teléfono celular, una tablet y una laptop. Cosas que creí nunca tener, pero que la fe de mi viejo habían conseguido.

Después de mi padre comprase la camioneta Ford Silverado de color azul marino que siempre quiso, y de comprarme el Mustang deportivo que yo siempre quise, se propuso a producir con el dinero que quedaba —que a mi parecer seguía siendo demasiado— aún más dinero para que nunca nos hiciera falta porque el sabía que si no se producía el dinero que se ganó, en algún momento se acabaría.

Pasé la semana sintiéndome mimado. Comiendo la rica comida que Mónica, nuestra mujer de servicio —mujer de servicio y todo tengo en esta nueva vida. Es que estoy en pleno gozo—, prepara para mí, jugando videojuegos, nadando en mi enorme piscina y haciendo ejercicio en el pequeño gimnasio que dispone mi nueva casa.

Ahora se podría decir que soy todo un niño rico y mimado.

La semana de vacaciones terminó y llegó la hora de incorporarme a una nueva escuela. Mi padre dijo que si quería podía asistir a una escuela privada, pero le dije que no, que me gustaría y que estaba bien para mí seguir yendo a una escuela pública.

Llegué en mi nuevo auto a la escuela y todos se escandalizaron por mi llegada. La verdad no sé porque, pero lo hicieron.

Al bajarme del auto las personas me fueron rodeando. Las chicas que se acercaron a mi me miraban con ojos soñadores y los chicos solo admiraban la potente máquina que tenía por auto.

Me preguntaron mi nombre y les respondí con una sonrisa, mencionando también que me mudé aquí hace una semana. En eso mi ojos se posaron en una chica muy peculiar. Vestía toda de negro, su cabello largo y del mismo color que su ropa hacía resaltar su muy pálida piel.

Me sorprendió que no se acercara al grupo de gente, ya que al parecer todo el mundo se quería acercar a mí.

Cuando me vió quedé literalmente anonadado por el impresionante azul de sus ojos. Lo único que poseía color entre tanto negro y su blanca piel. Un piercing adornando una esquina de su labio inferior; labios de un rosa tan pálidos que casi no se notaban.

Mi lado más dulce. [En Proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora