Antes de que el sol saliera El Cid se despertó. La rutina y el deber le pusieron una alarma en el cerebro, despertándolo siempre a la misma hora. Esta vez fue algo diferente. Había dormido realmente bien y al bajar la vista vio a Cianita en su pecho, abrazada a él. Se veía tan relajada y bonita, realmente no quería levantarse, pero más fuerte era su voluntad para hacer su trabajo y tenían que llegar lo antes posible a las afueras de Barcelona, ya les quedaba poco.
- Cianita, despierta.- Le dijo firme, a la vez que la sacudía. Ella abrió los ojos lentamente, su cabeza no funcionaba los primeros minutos.
- Mmm... unos minutitos más.- Habló con voz ronca y lo abrazó aún más. No le desagradaba estar así, incluso, algo le decía que no sería tan malo quedarse un poco más, un pequeño diablillo se lo decía a la oído, pero lo mató al instante. Tenían cosas que hacer.
- No.- Dijo serio.- Tenemos que llegar con tu padre.- Eso fue como si un rayo hubiese atravesado su cerebro y se incorporó rápidamente, ya totalmente despierta.
- ¡Tienes razón! - Exclamó emocionada.- ¿Qué haces todavía acostado? ¡Levántate! - Bajó de la cama con una sonrisa, se puso una bata, tomó su ropa y salió casi corriendo a lavarse. Al joven le pareció gracioso y tierno, seguía siendo la misma niña pequeña de siempre.
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Ya estaban muy cerca. El cielo estaba nublado y la expresión de Cianita era seria, estaba preocupada y con temor, pero no se dejaba dominar por él.
- ¿Te asustan los espectros o la muerte de tu padre? - El Cid no era de complicarse al decir algo, por lo que la pregunta directa no le afectó.
- No lo sé... - Respondió con voz suave. Él no dijo nada más, sin embargo, sintió como si de lejos posara una de sus manos en su cabeza, como siempre, y su ánimo mejoró. Luego de media hora pudieron ver de lejos su antiguo hogar: Una linda casa de un piso, pero muy larga, con un patio central y al lado estaba el taller de herrería, era un lugar grande. Más allá había una bajada que llevaba a una llanura, donde habían muchos árboles frutales y una enorme granja con caballos, vacas, cerdos, corderos y gallinas. De los cerros bajaba un pequeño río que pasaba por entre los árboles y al lado de la granja... Era un paraíso.
- Hemos vuelto.- Comentó Capricornio.
- Sí.- Contestó Cianita con una tremenda sonrisa. Se acercaron, bajaron de los caballos y los amarraron al lado de un cajón de cemento con agua, para que bebieran. De la herrería se escuchaban los golpes de los martillos sobre el acero fundido, dándole forma, la lija arreglando las imperfecciones y las piedras deslizándose sobre el metal para afilarlo... música para los jóvenes oídos. Justo de la casa salió un hombre semi-español y se detuvo al verlos. La chica y el hombre sonrieron de la misma forma y corrieron a abrazarse.
- ¡Hermanita! ¡Gracias al cielo! ¡Estás aquí! -
- ¡Aquí estoy, Miguel! - En ambos aparecieron pequeñas lágrimas de felicidad.
- ¿Por qué son tan ruidosos? - Se escuchó decir a El Cid. El mayor se separó de la muchacha, se acercó sonriente al Santo y le dio un buen apretón de manos.
- ¡Mira nada más! A Cianita la vemos todos los años, pero a ti no te había visto desde que te fuiste al Santuario ¡Estás más alto que yo! y estás muy musculoso y fuerte... ¡Qué gusto verte Cid! - No pudo evitar devolverle la sonrisa. Miguel, al igual que todos, había sido como un hermano para él y se alegraba de volver a verlo.
- ¡¿Dijiste Cianita?! - Del taller salieron muchos hombres y jóvenes sudorosos: Sus tres tíos, nueve de sus primos, sus cuatro sobrinos y su hermano Antonio, el mayor. Todos sonrieron y corrieron a abrazar a la chica. Fue tanta la emoción que entre todos la tomaron y la alzaron muy alto. También saludaron con entusiasmo a El Cid, aunque sólo los tíos y un par de primos lo conocían.
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¿Sin Ti? No, Gracias// TLC
Romance◇ Santo Dorado de Capricornio, El Cid, un hombre duro, frío y de alma filosa. Cianita, una chica alegre, cálida y sociable. Ambos son amigos de la infancia, pero que ocultan lo que verdaderamente sienten. Tienen una historia oscura detrás y cada uno...