XII

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Estaba allí el Señor  Choi y un señor de cabellos blancos, bajito y regordete, de grave semblante.

    En una esquina, como ignorado de todos, se hallaba el heredero de míster Park. Y en aquel instante, el viudo del difunto entró en el salón, seguido mudamente de una Jessica enlutada y triste.

    —Creo que estamos todos —apuntó el Señor Choi amablemente—. ¿Quieres acercarte, Chanyeol?

    —Supongo que no será necesaria mi presencia aquí —dijo éste secamente—. Mi tío dejó un viudo … Yo soy aquí, un intruso.

    —No es asi —adujo el notario con gravedad—. Su presencia es tan necesaria como la del señor Park. ¿Quieren sentarse, por favor? Usted también, Jessica. Tengo aquí, en el comienzo del testamento, anotados los nombres que deben estar presentes para la lectura del mismo. Son ustedes tres y el Señor Choi. Yo voy a dar lectura a lo más esencial. No me introduciré en detalles técnicos. Ustedes saben que todos los testamentos terminan igual y empiezan del mismo modo.

    Nadie contestó.

    Todos fueron sentándose silenciosamente.

    Después de pronunciar las frases que son clásicas en este documento, dice lo siguiente. Caló los lentes, miró a todos, uno por uno, y fijó los ojos en el documento.

    —«Lego a mi amiga Jessica, a quien siempre he apreciado mucho y de cuyo profundo afecto tengo plena seguridad, cien mil dólares. Bien se los merece. Me ha dado esperanzas para el futuro. Me ha cuidado a Yeol y lo hizo un hombre, y llevó las riendas de mi hogar, como si fuera mi propia mano quien lo guiara y lo ordenara, y sobre todo comprendió lo que yo pretendía cerca de mis amigos, y me secundó. Espero, no obstante, que se quede aquí, en mi imperio. Que siga amando a mis amigos, todos esos que bregaron por mí por mis tierras y cuidaron mis caballos y procuraron que mis cuadras fueran las mejores de todo el estado y aún más allá de sus fronteras. Pero no por estos hechos, sino porque supo, repito, lo que yo quería y lo que para mí significaban esos hombres.»

    Jessica lloraba.

    —No lo merezco… ¡Oh, no! ¿Para qué lo quiero? A quién voy a dejarlo?

    —Por favor, señora, silencio. Voy a proseguir.

    —«A mi estimado Choi no le dejo nada. Ni un pequeño legado. Sé que no lo desea ni lo necesita, porque él vive consagrado a Dios, y ante esto, nada de esta pequeña vida material se necesita. Sólo le he citado aquí para que haga de testigo de todo cuanto voy a decir a continuación.»

    Baekhyun miró al señor Choi y le sonrió con ternura. Él, beatíficamente, cruzó las manos en el pecho y sonrió a su vez, como dándole ánimos.
    El notario, hombre profesional, poco dado a sentimentalismos, continuó con voz grave:

    —«Mi fortuna, mi hacienda, todo cuanto poseo, aparte de los cien mil dólares que lego a Jessica, lo dejo a mi sobrino y a mi viudo, por igual. Mitad por mitad, y jamás, bajo ningún concepto, podrán deshacerse del patrimonio. No pido tampoco que renuncien a la parte que les corresponde. Les ruego, por favor, y en mi memoria, que eso no ocurra bajo ningún concepto. Exijo a la vez, y sé que me escucharán los dos, que se casen tan pronto les sea posible.»

    La figura de Chanyeol, alta y fiera, se alzó como una catapulta.

    —¿Estaba loco mi tío?

Odio Que Seas De él - ChanbaekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora