XIV

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Se lo dijo Jessica.

    —El administrador se está quejando, señor.

    —¿Quejando? ¿De qué?

    —Pues... no sé si debo decírselo. Ellos ignoran lo que pasó aquí dentro y ha venido a verlo a usted para... pedir clemencia, pero yo lo detuve... No quise que él se diera cuenta de... de... eso que ocurre.

    ¿Cuánto hacía qué se casó?

    Tres meses.

    Casi no lo veía.

    No lo intentaba. Se daba cuenta de que estaba como envenenado. Trabajaba como un peón más, como si comiera del pan que trabajaba. Como si fuera un reyezuelo orgulloso, maldiciendo siempre y en silencio a quien le apresó allí contra su voluntad.

    Sacudió la cabeza.

    No podía pensar sin agotarse. Y su lucha silenciosa era ya demasiada para su edad.

    —Dime, dime, Jessica...

    —Es que no sé si debo... Siempre amé al niño Yeol.

    —Ya sabes que te tiene prohibido llamarlo así.

    —Sí, sí —casi gimió Jessica —. Lo sé. Pero... me gusta llamarlo así. No puedo olvidar cuando lo mecía en mis brazos y le daba besos, y cuando luego, ya un adolescente se iba por la campiña con las chicas y se ocultaba en los maizales... yo... tantas veces le tengo disculpado ante su tío... Pero le llamaré señor... como si yo fuera una extraña y él un desconocido.

    —Discúlpalo, Jessica. Él tiene que aprender... Es soberbio y orgulloso, y para gobernar esta hacienda hay que ser humilde y sano como Park JiWoo lo era. Pero eso aún debe aprenderlo. Es pronto, pero lo aprenderá.

    —Usted, que es el más herido, lo disculpa siempre.

    —Has venido aquí a decirme algo.

    —El administrador recibió a uno de los colonos que tiene dos hijos estudiando en el centro, señor. El difunto señor siempre otorgaba préstamos... en casos así. Nam lo pidió, como hace todos los años. Un adelanto, ya sabe usted... Después, cuando se recoge la cosecha, lo devuelve... A veces lo devuelve en un año, cada seis meses...

    —Sí, lo sé. Firmé muchas veces esos documentos.

    —Pues... pues... el señor, el niño Yeol —y miró en todas direcciones como si temiera ser oída— se niega a conceder préstamos.

    —¡Eso no!

    —Eso sí. El administrador está desconcertado. ¿Sabe usted qué dijo el ni... el señor?

    —No, Jessica.

    —Dijo que si no podían estudiar con lo que su padre ganaba buenamente, que se pusiesen a trabajar en la hacienda, que hacían mucha falta brazos jóvenes.

    —¡Ah!

    —Además...

    Baekhyun se agitó.

    —¿Aún hay más?

    —Pues... Max, el viejo guarda, tiene muchos años. Le tocó ya la hora de retirarse. Recuerdo que el señor, que en paz descanse, le dijo muchas veces que lo hiciera en su casita, allá abajo en el valle, donde están todos los obreros retirados. Es como un asilo particular, ya sabe usted.

Odio Que Seas De él - ChanbaekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora