Prólogo

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1888

Había sido una preciosa noche, su paseo por los búrdeles de Whitechapel provocaron en él, el colmo de su felicidad. Canturreaba "El puente de Londres" acompañándolo de pequeños bailecitos. El repiqueteo de sus botas sobre el suelo de piedra era lo único que se oía por las callejuelas, él sabía que todos dormían y que sólo los borrachos y las prostitutas seguían despiertas. Vio a tres hombres hablando sobre un tema común bastante interesante mientras se frotaban las manos por el frío.

-Es todo una campaña para asustar a la población-dijo uno de los hombres-. Las cartas de Jack el Destripador sólo son de algún loco que quiere hacerse notar por unos asesinatos que no ha cometido, o por un periodista por sacar una gran exclusiva.

-Buenas noches, caballeros-saludó él cortésmente-. No he podido evitar sentir curiosidad por el tema que exponéis, ¿podría intervenir en la conversación?

-Claro-dijo otro de los hombres, asombrado-. Es sorprendente lo bien que habla usted para lo joven que parece, si me permitís decirlo.

-Descuide, suelen decírmelo con cierta frecuencia-se frotó las manos para conseguir algo de calor-. Realmente ese loco ha conseguido revolver a todo Londres.

-Ese psicópata debería haber sido ya encarcelado o en la orca-dijo el único hombre que le faltaba por hablar, con un deje que lo hacía parecer paleto.

-Sin duda todos opinamos lo mismo-dijo él con una enigmática sonrisa-. Dios sabe cuánto mal ha hecho ese ser. Que Dios tenga en su eterna bendición a las víctimas y a sus pobres familias.

Los tres hombres soltaron al unísono un "Amén" y de pronto vieron a una mujer tambaleándose mientras soltaba cosas ininteligibles. Los cuatro hombres no tuvieron que pensar mucho para llegar a la conclusión de que esa mujer estaba ebria hasta las orejas. Pasó de largo sin mirarles y, el hombre más deslenguado, empezó a mofarse de lo perdida que estaba. En cambio, él sólo pensó en lo hermosa que era esa mujer incluso con tanta suciedad y decrepitud; un reflejo de la lujuria y el exceso, lo cual le llevaba a un deseo hacia esa mujer que le volvía loco.

-He de dejaros, ya es muy tarde-sonrió.

-Ha sido un placer hablar con alguien como vos-dijo uno de los hombres.

-Se lo agradezco-sus ojos se fijaron en la dirección en la cual la mujer se había ido-. Sin embargo...-Sonrió, enseñando sus dientes perlados-. Váis a olvidar cuán buena compañía era y de qué estábamos hablando.

-¿Disculpe?

Él chasqueó los dedos y, toda memoria que perdurase sobre su persona en esos tres hombres, fue remplazada por recuerdos confusos. Los hombres le miraron extrañados, aunque él no estuvo mucho tiempo más allí.

Empezó a andar con cierta calma, bajando hacia la plaza donde encontró a la mujer sentada y temblando. Sus pisadas alertaron a la mujer, que se giró y empezó a preguntarle qué buscaba de ella de malas maneras. Él sonrió, se agachó y acarició la mejilla de la mujer.

-Sólo busco la belleza en todas sus vertientes-susurró.

Entonces, con una acaricia, se deslizó un leve restrero de sangre que asustó a la mujer. Él empezó a reír como un loco. Ella intentó zafarse, pero había una fuerza que la retenía en su sitio y que movía su cuerpo al son que él quería.

-¿¡Qué clase de magia es esta!?-intentó gritar la mujer.

-No no, la gente duerme, mi lady-rió de nuevo.

Golpeó a la mujer ligeramente, lo que al rato se tradujo en su mejilla derecha destrozada, sus ojos dañados y un sucesivo mareo que la dejó inconsciente. Él sonrió y con un chasquido hizo aparecer una daga negra.

Lamió la hoja de la daga mientras veía el cuerpo desfigurado de la mujer.

-Yo voy a hacerte más hermosa-sonrió con una espeluznante mueca que habría horrorizado a cualquiera.

Al día siguiente, el cuerpo de Catherine Eddowes fue hallado en unas horrendas condiciones. Los agentes de Scotland Yard notaron la falta del útero y un riñón, además de la garganta desgarrada y la cara completamente desfigurada.

Él observaba a los agentes desde las sombras, jugueteando con un objeto envuelto en tela ensangrentada. Iba intercambiando sus risas con cantos infantiles.

-Así que sólo soy una campaña de algún periodista, ¿eh?-emitió una risilla aguda y desapareció.

El Vuelo de los CondenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora