Espada gris de búnker

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Es hora de mi final, ¿no es así? Encerrado de por vida en una habitación blanca, recordando que mi última conversación ha sido todo insultos hacia una persona que hace siglos que está desencantada conmigo. O tal vez me odiara desde siempre y me había mostrado su buena cara hasta que se cansó de hacerlo. Quién sabe, un vestido blanco le quedaría mejor que el negro, blanco habitación de loquero.

Carraspeo, me desvío del tema. Debería mentir, decir que he sido yo, pero ha cambio de que soltaran a Jack. Si él sigue vivo, podrá romper esa maldición que le atenaza desde hace años, aunque le seguirá costando encontrar al capullo que le maldijo con la inmortalidad.

Acaricio el suelo acolchado y suspiro. Si grito ahora mi culpabilidad, ¿cuánto tardarán en venir a por mí y empezar a interrogarme? ¿Y, cuánto tardarán en ponerme una soga al cuello, observándome hasta que mis pies dejen de temblar?

Me tumbo y empiezo a emitir un sonido parecido al ronroneo. Siempre he esperado una muerte diferente, no sé...Peleándome con algún mago por algún vicio, comido por una montaña de infiltrados, por una maldición que una bruja me habría puesto por haber jugado con ella...No sentenciado a muerte por un asesinato que no he cometido. "Muere por tus juergas, no por las de otros", ese es mi lema.

Bostezo, morir aquí de aburrimiento tampoco entran en mis planes. Al menos me encantaría morir a manos de una mujer sexy...

Oigo un chirrido que irrita mis oídos y levanto la mirada, viendo que la puerta oculta en una de las paredes está abierta. Cierro los ojos, ¿he gritado inconscientemente? Unas manos empiezan a zarandearme con brusquedad. 

Abro los ojos con lentitud, encontrándome con unos ojos azules cristalinos. Pero hay algo extraño en ellos: preocupación. Me quedo observando los rasgos de Corvo, ningún maquillaje o al menos nada siniestro. Para lo que es ella, siempre vestida de negro y pareciendo sacada de un cuadro del barroco, el hecho de llevar unos vaqueros, una blusa blanca y un chaleco vaquero es bastante extraño. La mitad de su cabeza con su largo pelo ha sido recogido en una coleta alta, pudiéndose ver mejor sus piercings y pendientes. 

—Owl, levántate—me dice con nerviosismo.

—¿Vienes a matarme?—susurro adormilado.

—Levántate—me repite.

Vuelvo a cerrar los ojos, agotado. Oigo su suspiro y noto sus brazos en torno a mi cintura. 

—Ya sé que soy demasiado atractivo para ti, ¿pero hace falta que me metas mano de una forma tan descarada?—pregunto aún con los ojos cerrados.

—Veo que aún estando loco sigues igual de descarado que siempre—me contesta.

Sus manos me levantan y me colocan en una base irregular, que acaba por tambalearse hacia arriba para moverse lentamente a medida que oigo los pasos de Corvo por un suelo liso. Abro los ojos y me sorprendo al ver el suelo gris. Levanto la mirada y me quedo anodadado al notar que Paola me está cargando en uno de sus hombros. Pero ¿qué...?

Una alarma retumba en el pasillo gris  y la iluminación blanquecina cambia drásticamente a luces rojas que van parpadeando. Veo los rasgos ceñudos de Paola al mismo tiempo que ella gruñe y saca una pistola de un humo negro salido de sus anillos. Sin embargo, sus pasos vacilantes no varían en ningún momento y sigue andando por el pasillo. 

Mi pulsaciones van a mil, no tengo ni idea qué es lo que está pasando. ¿Tan cabreada ha acabado en nuestra última conversación que ha decidido matarme por su cuenta? Tampoco tiene mucho sentido, pero en mis sueños la imaginaría a ella sacándome de la cárcel para hacer un picnic. Aunque me encantaría, tengo un hambre terrible.

El Vuelo de los CondenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora