Capítulo 3.~Edvard.

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Se me seca la garganta. Ahora mismo estoy aislado en mi habitación, la cual siempre me he preguntado porque carajo es tan grande que podría ser un dormitorio universitario. Lo cual no me agrada. Mi madre se ha ido de “tertulia” con sus “amigas”. No sé que parte es peor: que le llamen tertulia a ir de compras, o que se consideren amigas entre ellas.

Asomo la cabeza por la ventana que asoma al frente de la casa: la camioneta de mi madre se aleja. Perfecto. No hay nadie en la casa, Mari−la sirvienta−le toca día libre hoy.

Aun así, vuelvo a checar que no llegué nadie. Despejado. Me acerco al borde de mi cómoda y me agacho para buscarlo. Saco el cajón de calcetines, y después de unos centímetros, lo encuentro. Agarro el estuche con toda la delicadeza posible. Le quito los seguros y saco al primer amor de mi vida que no es una persona: mi violín.

Cuando era pequeño, mi madre decía que estaba prohibido escuchar música cuando papá estuviera en casa porque tenía un transtorno y sus oídos eran muy sensibles, por lo que nunca se escuchaba música en la casa. Pero, hace tres años, viendo una orquesta por la televisión, la música llamo completamente mi atención. Como cuando un niño mimado se sube a un camión público. Tampoco es que nunca hubiera oído una canción, pero esto era diferente, tenía una gracia diferente. Era una orquesta que se llamaba “Phaeba”, constaba de toda clase de instrumentos, pero yo ya había puesto mi atención en los violines. Ése programa había sido transmitido una semana antes de mi cumpleaños, soy de los que cuando se impresionan con algo se arriesgan a hacerlo. Con el dinero que había acumulado en mi cumpleaños, decidí invertirlo en dos cosas: en un violín, y en un curso especializado de tres meses (obviamente para aprender a tocar violín). Mis padres hasta ahora no saben que yo sé tocar el violín, tan enredada está la cosa que cuando iba a ese curso saliendo de la escuela decía que nos habían agregado una clase de artes extra. En parte era cierto, porque tocar cualquier instrumento es arte. La razón por la que no he podido decírselo no es por mi padre, porque cualquiera que tenga mi edad o menos sabría que lo del transtorno es una auténtica falacia. Lo más probable es que odie la música, o tenga sus razones, las cuales no me importan. El sentimiento es recíproco, porque yo odio las finanzas, y él las ama.

Mi celular suena. Corro al escritorio que está al lado de mi cama  y cojo el teléfono. Debe ser Sophie, ya había tardado más de un día en llamarme. Contesto rápidamente.

— ¿Bueno? —la voz al otro lado no es la de Sophie, pero sí la reconozco.

— ¿Rachel?—aunque no haya sido Sophie, es una gran sorpresa que mi hermana haya llamado.

—Hey, ¿Qué tal las cosas por allá? —suena feliz. Me siento feliz por ella.

—Pues, iguales como siempre, ¿dónde estás?

—Sigo en Londres, que bueno que has contestado.

— ¿Por qué lo dices? ¿Pasa algo? —coloco el violín sobre una almohada.

—No, sólo quería saber como estabas, y bueno, como están mis padres, aunque ya sabemos que no quieren verme ni en pintura−casi puedo ver como pone los ojos blancos a kilómetros de distancia.

Me encojo de hombros. Mis padres y ella no están en buenos términos desde hace poco más de medio año.

—Yo estoy… se podría decir que bien, doy señales de vida−se ríe al otro lado−y mis padres, ya sabes, papá trabajando, y mamá preocupándose de no quebrarse una uña y de no comprar ropa que tenga descuento.

—Es lo más aburrido que he oído que hace una persona desde que me fui de casa.

—Quizá tomé el siguiente vuelo a Londres, suenas como si te la hubieras pasado en raves bebiendo y te hubieras acostado con medio Londres—digo. Quizá si considere una opción ir hacía allá.

Something Of LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora