Capítulo 7.~ Edvard.

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−Wow, ¿de verdad hizo eso? -Dice Sophie sorbiendo su malteada de frambuesa, quedamos de vernos en la cafetería 1001, es muy famoso en Londres, y acaban de traer uno hacía aquí, Norwich. De día es un café común y corriente, pero de noche se convierte en una discoteca.

Desde que nos vimos la última vez, todo ha bajado de tensión, y eso es bueno, no hemos vuelto a tocar el tema, he abierto los ojos y hemos llegado a la conclusión de que servimos mucho más como amigos que como algo más.

−Sí, Alessandra comenzó a sufrir un tic nervioso, luego mi padre le echó en cara que era su deber haberse dado una vuelta antes, y después ella se puso histérica y tiro todo lo que estuvo a su alcance.

−Vaya, entonces está fuerte la cosa−hoy se ve diferente a la última vez, más renovada−. Te odio. Ahora has hecho que me sienta culpable por haber hecho que no durmieras por una mentira estúpida.

El sentimiento de culpa aparece en ella con todo su esplendor.

−No lo sientas, de todas maneras ni siquiera quería estar ahí−pienso por un momento−. Pero me hubiera gustado demostrarle que soy capaz de hacer por lo menos eso.

Se muerde el labio mientras reconozco su cara de pensamiento. Es la misma que cuando se le ocurrió la idea de quemar el diploma pero ésta vez dura más tiempo.

−He tenido una brillante idea, bueno, no sé si te parezca brillante, pero es una idea. -profiere exaltada.

−Y... ¿cuál es tu idea? ¿Quemar los diplomas de mi padre?

Instala un gesto de rabia en su cara. Estoy a punto de pedir perdón cuando dice:

−Caíste−ríe unísona, mientras que dos monjas que están en la mesa de al lado voltean a vernos y hablan entre murmullos. La risa de Sophie suena diabólica, si volviera a ir a mi casa e ideara una forma de entrar a mi cuarto sin mi ayuda e hiciera esa risa, me aventaría del balcón sin pensarlo.

−Bien...ya sin chistes, di que tienes en mente.

−Espera, ¡hay que esperar a que ésas perras dejen de hablar sobre mí! - grita en dirección a las monjas. Me pongo del color de la malteada que está bebiendo.

Una de las "hermanas" se levanta, es muy anciana, tiene arrugas hasta en los labios.

−Tienes al diablo dentro muchacha, me apiado de tu miseria.

Sophie levanta una ceja inexpresiva.

− ¿Quiere que le mande saludos de su parte sor-zorra?

Dejo lo que debemos de las malteadas sobre la mesa de bambú y me llevo a Sophie por los codos mientras espeto en voz baja un "perdonen" hacía las monjas, que fingen que no les ha afectado en nada lo que Sophie ha dicho.

− ¿Qué haces? Ni siquiera terminé mi malteada−tan patética es la excusa que me echo a reír sin más−Agh, por eso soy atea.

Soy cristiano, y al mismo tiempo respeto los puntos de vista de los demás. Por lo que las creencias religiosas de alguien no me influyen en absoluto.

−Perfecto. No sé qué problemas tengas con la iglesia católica...Pero estábamos en la parte en la que tratas de remediar tus errores para que puedas ascender al paraíso en total armonía.

Me empuja divertida.

−Bueno, ésta es mi intención, vamos a otra empresa o algo así de aburrido, pides una entrevista, si quedas en el puesto y te mantienes serás capaz de demostrarle a tu padre que eres capaz de tener un trabajo y que se equivocó en echar a su propio hijo.

Something Of LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora