5. Adioses, ¿para siempre?

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Aquella mañana hacía un frío invernal. Greg disponía tan solo de una pequeña maleta. Al fin se había marchado de casa. Ahora iría en busca de su novia Helen, y vivirían juntos y solos para siempre.

Entonces sus padres se preguntarían qué habrían hecho mal. Qué habrían hecho para hacer que su hijo Greg se quisiera marchar de casa.

El muchacho esperaba que aquello les hiciera reflexionar por la cantidad de veces que lo habían pegado, maltratado e insultado.

Ahora sería libre. No iría a la escuela. No tendría la obligación de enseñar los exámenes a sus padres.

Greg corría por la acera, para no pasar demasiado frío. Tan solo había cogido una chaqueta de lana y unos vaqueros rotos. Lo que realmente le hacía pasar mucho frío.

Cuando llegó al encuentro con Helen, la chica lloraba.

- ¿Helen? ¿Por qué lloras?

- Te quiero mucho, Greg. Pero no puedo marcharme contigo.

El rostro de Greg se ensombreció de repente.

- ¿Cómo que no? ¡Dijiste que sí podrías!

La chica se secó las lágrimas con el puño de su camisa.

- No he sabido cómo decírselo a mis padres. Tal vez tú no los quieras. Pero yo sé que les quiero como ellos me quieren a mí.

Greg no podía dejar de envidiar a Helen. Ella formaba una gran familia junto a sus padres. Tenía razón. No podía separarse de ellos así sin más.

Para él, en cambio, sus padres no podían considerarse su familia. Ellos jamás habían formado una familia. Nunca.

- ¿Y ahora qué voy a hacer? - preguntó sin obtener respuesta.

Los dos se quedaron mirándose el uno al otro. Ninguno sabía qué pasaría después. Greg no volvería a casa. Eso estaba claro. Pero por ello, el chico debería marcharse a vivir a un lugar alejado de allí, para no ser descubierto por la policía.

Estaba seguro de que sus padres llamarían a la policía.

Entonces, eso quería decir, que no podría volver a ver a Helen.

Aquello era tan triste...

Todo era por culpa de sus asquerosos padres. Por ellos, ahora Helen y él se separarían para siempre.

En los ojos de Greg asomaron lágrimas de absoluta tristeza. Y, en los de Helen, lo mismo.

Se besaron como nunca lo habían hecho. Como si ese fuera el último beso que se dieran.

- Adiós, Helen- dijo sollozando.

-Adiós, Greg.

La palabra crucial, adiós. Un adiós que duraría tal vez para siempre.

Greg se fue alejando y lo último que pudo ver fue la imagen borrosa de Helen, de pie en el portal de su casa. Una imagen borrosa debido a sus lágrimas, que acabaron por confundirlo plenamente.

***

Sarah llevaba encerrada en el baño dos horas aproximadamente. Brad no podía más que sentir una gran tristeza por su alumna que sollozaba amargamente.

Él era el malo de la película. Sarah le parecía una chica preciosa. Y, a decir verdad, llevaba enamorado de ella desde hacía muchos años.

Desde el día en que le dio clases por primera vez, Brad sintió una gran atracción hacia aquella niña.

En el mismo instante en que la conoció, supo que sería para ella, un buen día.

Aquella noche había hecho su sueño realidad, y, al mismo tiempo, la transformó en la peor noche de su vida.

Fue tan inocente. Creyó que Sarah quería hacer el amor con él. Pero se equivocó. La chica solo estaba borracha, y, simplemente había aprovechado aquella situación para hacer lo que le daba la gana con ella.

Ahora se sentía un hijo de puta. Un violador. Un profesor horrible.

Tal vez incluso sería mejor que le despidieran del colegio. Así, dejaría de ver a Sarah y no sentiría ese sentimiento se culpabilidad cada día que la viera.

Sarah seguía llorando. ¿Cuánto duraría aquello? Brad esperaba que poco, porque si no lo pasaría muy mal en las próximas siete horas que les quedaban antes de llevarla de nuevo a casa.

Ese era otro problema. ¿Querría que la llevara a casa o preferiría coger un autobús para perderle de vista?

Brad no creía que Sarah quisiese volver a ver ni en pintura a su violador.

De repente, la puerta del baño se abrió, y, tras ella, apareció una Sarah con los ojos rojos, el maquillaje corrido y el pelo despeinado.

Era la peor imagen que había visto de ella.

- Sarah, ¿podemos hablar?

La chica permaneció con el rostro serio y el ceño fruncido.

- Me voy de aquí. No quiero volver a verte, cabrón...

Y, así, Sarah salió de aquella suite de ensueño que para ella se había convertido en una cárcel sin volver a mirar a Brad.

***

Aidan ya podía salir del hospital. Aquella mañana Gabriella le había informado de que le habían dado el alta.

Aquella mañana Gabriella llevaba el rostro menos maquillado que otras veces, pero se había colocado unas pestañas postizas, que hacían que sus ojos se vieran más grandes que de costumbre.

A Aidan le dio mucha pena despedirse de aquella enfermera que para él había supuesto ser su mayor soporte en aquellos días.

Pero todavía le esperaba una gran sorpresa.

Cuando Aidan ya estaba listo para marcharse, oyó el ruido inconfundible de unos taconcitos bajando apresuradamente por una de las escaleras que daban al primer piso.

Gabriella bajó hasta abajo, y se abalanzó sobre Aidan abrazándolo.

- Te echaré de menos...

Aidan la miró a los ojos.

- Y yo a ti. Muchas gracias por todo lo que has hecho. De verdad.

Entonces, Gabriella fue acercando sus labios a los de Aidan hasta que ambos se unieron en un beso de despedida.

Aidan supo que jamás olvidaría aquel beso. Gabriella besaba genial. Fue un beso mágico...

- Toma. Siempre que quieras ahí estaré.

Gabriella ofreció a Aidan una tarjetita en la que ponía su nombre y en la que figuraba su número de teléfono.

- Adiós.

Gabriella se marchó como había llegado. Subiendo por las escaleras con sus altísimos tacones.

Echaría mucho de menos a esa chica.

Aidan salió del hospital y notó como la brisa de la mañana despeinaba su cabello y despejaba su cabeza.

Hacía mucho tiempo que no notaba la brisa de aquella ciudad. En aquel momento, pensó que acababa de volver a nacer. Ahora, volvería a emprender una nueva vida. Y jamás podría retomar la anterior...

© Saga Elementos: Agua (II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora