Capítulo 4 El Laboratorio.

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El trayecto desde el San Ignacio hacia la Universidad Metropolitana, donde se encontraba el laboratorio secreto de nuestros padres, se me hizo en extremo corto. Por lo general, solía contar cuántos araguaneyes o árboles de mango habían en el recorrido, con las muchachas para pasar el tiempo, que se nos hacía eterno siempre que íbamos con nuestros padres. Pero esta vez ni me preocupé en asomar mi cabeza por la ventana. Sólo veía dormir en mis brazos a Manuel. Estaba como posesa. Confieso que me había prendado demasiado rápido de él, pero también era la primera vez que un hombre gustaba tan abiertamente de mí. Tanta era su fascinación conmigo, que aún inconsciente, su mente me recordaba sonriéndole. Eso era halagador. Pretendía seguir sonriéndole de ahora en adelante. Me percaté que habíamos llegado cuando la puerta trasera se abrió y mis amigas me sonreían. Podía verme a mí misma en sus cabezas, todavía limpiando la sangre de su cara y algo sonrojada. El laboratorio de nuestros padres consta de dos partes. La primera es el laboratorio de genética que está dentro de las instalaciones de la Universidad Metropolitana y forma parte de sus laboratorios de química e investigación. Nuestros padres dan clases en esa universidad, en la UCV, en la UCAB y la UNEFA. La segunda parte, es subterránea y se encuentra a lo largo de los tres laboratorios científicos; un taller mecánico con toda máquina o aparato necesarios para la modificación motriz-mecánica. Era ahí donde nos encontrábamos en ese momento.  Hice uso de mi fuerza para no tener que recurrir a ninguno de los muchachos. Imité los movimientos de Alfredo, que hacia tan solo unos minutos antes lo había cargado e introducido a la camioneta. Bajé con Manuel sin ningún problema entre mis brazos. Las niñas ya traían el botiquín de primeros auxilios con ellas cuando se acercaron a mí. Entre las cinco mujeres atendimos en un principio al herido, para el descontento de los muchachos. Creo que se sentían desplazados. Seguía sin importarme muy poco lo furiosos que pudieran ponerse y las otras chicas compartían mi opinión, lo cual siempre era gratificante.

Fui a colocar un poco de anestesia local sobre la ceja, en donde se encontraba la herida de Manuel, pero Mari Gaby y So me frenaron:

-¿Qué crees que haces?- Preguntó Gaby

-¿Lo vas anestesiar?- Preguntó So

-¡Pues sí, lo iba anestesiar!- Les contesté bastante confundida

-¡Pues no lo hagas!- Me respondió Sophie

-¿Por qué?- Le pregunté a mi vez aún más confundida

-¡Porque eso si lo pondrá a dormir por completo!- Me respondió María Gabriela.

Tenían toda la razón. Aunque fuese una anestesia local, estaba demasiado cerca del cerebro y esta actuaría directamente en su sistema nervioso, relajándolo y poniéndolo a dormir por completo, inclusive su subconsciente se dormiría, lo que haría la tarea de esperar a que se despertara más larga. No disponíamos de tanto tiempo. En ese momento, el tiempo era oro. Guardé la jeringa de anestesia en el estuche de primeros auxilios y procedí a coser la ceja mientras él estuviese dormido. Traté de ser lo más rápida, más limpia y más cuidadosa posible. Mientras mis amigas me ayudaban a terminar la herida de Manuel, causada no por la caída sino por el parachoques de la camioneta; que es demasiado bajo; las gemelas ya ayudaban a Stephano a generar el sistema de bloqueo integrado a la computadora central que ya habían instalado Mario y Marco en el interior del vehículo sobre un mesón de acero, al mismo tiempo que Alfredo sacó los muebles posicionados a lo ancho, para reposicionarlos a lo largo y tener más espacio en la camioneta.

Entonces escuché un:

-¡Duele!- Entre dientes

QUÉ MÁS PODRÍA SALIR MALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora