Capítulo 9 Acorralados

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Las balas comenzaron a chocar contra el escudo fortificado que habían formado los muchachos y poco a poco las balas fueron impactando en el enemigo, hiriéndolos y dándolos de baja en el sitio. Las cosas comenzaban a aclararse para nosotros. Además corrimos con la suerte de que ninguno de esos hombres armados, llevaran puestos los cascos que nos bloqueaban.

A los pocos minutos sólo quedaba en pie un solo hombre, mientras el resto había corrido a curarse las heridas superficiales. Le di gracias a Dios de que ningún Nazi hubiese muerto, porque si bien ellos si parecían querer hacernos un daño permanente, nosotros no queríamos ser asesinos ni mucho menos. Saliendo del escudo colectivo, Stephano se acercó hacia el Nazi que seguía en pie; que para rematar había sido el que lo había herido; todavía con su escudo activado y su brazo sangrando, tomó el arma, doblándola y dejándola inservible. Después pateó el trasero del tembloroso soldado, lanzándolo contra la pared del hangar, por donde rodó hasta el suelo, inconsciente. A continuación se arrodilló en el sitio haciendo presión en la herida. “Es superficial” Nos aseguró Stephano mientras todos nos acercábamos a él. Nos arrodillamos a su lado tratando de ver como lo ayudábamos. En vista de que necesitaba que le suturaran la herida, entre Marco y Mario lo llevaron en brazos, mientras María Gabriela, Sophie, Patricia y Annabell cerraban la marcha para curarle, entre las cuatro la herida. Me quedé sola con Alfredo y Manuel en el hangar viendo cómo salían hacia nuestra camioneta. Regresé a la consola seguida por mis guardaespaldas, quienes retomaron a los puestos que habían tomado en primera instancia. Supuse que Stephano estaba siendo atendido, cuando escuché:

-¡Olvídenlo! Yo no me voy a dejar inyectar por ninguno de ustedes dos.-Gritó Stephano a sus amigos.

Reí con ganas hasta que me dolieron las costillas. Esa actitud era típica de los muchachos. Así estuviéramos al borde de la muerte, ellos intentarían alguna de sus bromitas. A mis costados, Manuel y Alfredo seguían escuchando la entretenida escena, riendo a pulmón limpio. Yo sin embargo comencé a revisar el programa de vigilancia. Estaba compuesto por complejas claves y diferentes entradas, pese a eso tenía una herramienta de comunicación interna, parecido al Messenger. Abrí la sesión con la esperanza de que eso me ayudara a entrar en el programa y localizar a María Teresa. Pasados unos segundos, sonó un aviso proveniente de la pantalla. Di un respingo, que puso a mis acompañantes muy tensos. De golpe solté hasta el ratón, y mientras evaluaba lo que significaba ese aviso, no me atrevía ni siquiera a tocar nada a mí alrededor. Alfredo que estaba a mi izquierda tomó mi hombro y lo apretó diciéndome “Tú puedes”  Todavía con el rostro hacia la pantalla, con la mirada perdida, alcé mi mano derecha y palmeé la suya. Mi siguiente acción fue tomar el ratón y pulsar la ventana que titilaba bajo el aviso. Al abrirse me mostró un link con una especie de coordenada espacial. Por un momento casi eterno, no puede apartar la vista de la coordenada, que me enseñaba el monitor. Los muchachos también tenían la vista fija en las coordenadas. No me fiaba de ese mensaje, podía ser alguien tratando de espiarnos dentro de la cabina. Después de unos segundos, en los que me volví a concentrar en el código, apareció el mensaje:

-<<Presiónalo tonta>>.

            -<< ¿Por qué? >>- Le pregunté al desconocido.

-<< ¡Porque sí Marie!>>- Me respondió la misteriosa persona

-<< ¿Cómo sabes mi nombre? ¿Quién eres?>>- Me arrepentí de haber hecho la primera pregunta una vez que ya la segunda había sido escrita. El corazón se me iba a salir por la boca y los oídos.

-<< ¡Porque soy María Teresa Hernández Díaz! Y tú eres Marie Affinge Navou, una de mis mejores amigas. >>- Me contestó exultante la persona.

QUÉ MÁS PODRÍA SALIR MALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora