Me encontraba sola, impaciente, sentada delante del lienzo limpio, sin nada que hacer ni pensar, con mi pincel en la mano y un vaso con tu sangre, roja y pura.
Los recuerdos me invaden, me teletransportan justo cuando te encontré sentado en una banca junto con el amor de tu vida, llevo meses siguiéndote y observando cómo poco a poco te enamoradas de ella.
Recuerdo que te seguí a casa una noche fría y lluviosa, entraste a la cocina para beber agua y ahí fue cuando me guste, por fin lograste verme, con tus ojos caoba detrás de tus lentes de armazón, pero no me veías a mí, veías un monstruo. Dejaste caer el vaso regando los pequeños cristales alrededor de nosotros, levanté mi cuchillo, tenías miedo, lo veía en tu mirada, pero seguías siendo el mismo chico atractivo del que me enamoré.
Trataste de correr, pero te detuve de un brazo y de mis labios salió decirte "Si no puedo tenerte yo, nadie más podrá"
Mi mano bajó a tu garganta y lo deslicé lentamente, saboreando el placer y la adrenalina de matar. Mi mano chorreaba con tu sangre, mi corazón sonaba en mis oídos.
Tomé un vaso de vidrio y recolecte tu bella sangre, para luego dirigirme a tu estudio, donde te quedabas sentado delante de un caballete sin inspiración de crear algo.
Miré tu cuerpo por última vez, no quería dejarte. Pero tenía que hacerlo.
Con mi pincel sumergido de sangre, dejé que mi mano guiara para hacer magia, dando como resultado el arte de amar.